¿Las elecciones más importantes del siglo?
Un asustado periodista británico ha llegado a pedir la eliminación física de Bush para salvar al mundo. En Europa y en Estados Unidos se oye decir que las elecciones de noviembre 2 son las más importantes de la historia norteamericana, que en ellas se juega algo así como el destino de la nación y, en alguna medida, del planeta. ¿Cómo han arribado a esa alarmada conclusión? Lo deducen del grado de pasión y polarización que se observa entre los votantes.
Tonterías. Esa es una visión exagerada. Las elecciones de 1964, en las que el demócrata Lyndon Jonhson se enfrentó al republicano Barry Goldwater, fueron infinitamente más tensas. Entonces se mezclaban la guerra de Vietnam, los conflictos raciales y los enfrentamientos con la URSS. En pocos meses el país había visto la Crisis de los Misiles, el asesinato de Kennedy, y cómo la sociedad se crispaba violentamente durante las escaramuzas iniciales encaminadas a terminar con la segregación racial. Eran tiempos en los que Dean Martin, en TV, consolaba al cantante negro Sammy Davis Jr., su cómplice y amigo, con una malvada proposición: “no te preocupes, Sammy, si gana Goldwater yo te compro”.
Algo parecido sucedió cuando Ronald Reagan derrotó a Jimmy Carter en 1980. Reagan era un Goldwater más amistoso y menos racista, pero también representaba al ala conservadora y anticomunista del republicanismo, fortalecida tras el frustrante período presidencial de Carter. Su demoledora victoria fue recibida con temor en medio mundo y por buena parte de los propios norteamericanos. Se le pintaba como un actor idiota que podía llevar a su país a la ruina y el mundo al holocausto. Ocurrió exactamente lo opuesto: sus ocho años en la Casa Blanca fueron excelentes dentro y fuera de Estados Unidos.
Ni siquiera hay nada extraño ni exclusivo en el debate político de estas elecciones norteamericanas de noviembre. Los costos de la sanidad pública, el nivel de la presión fiscal, la conveniencia de convertir los aportes a la jubilación en una cuenta personal de inversiones en vez de entregarlos a una caja general de reparto, los aspectos morales de las investigaciones con tejidos humanos, el aluvión de inmigrantes ilegales, el matrimonio entre personas del mismo sexo, son todos temas que se discuten acaloradamente lo mismo en Bélgica, Alemania o España, y en todas partes hay un sector conservador que defiende unas posiciones tradicionales y un sector liberal dispuesto a ensayar ciertos cambios.
Tampoco hay razones para preocuparse por la salud o la estabilidad económica de Estados Unidos, gobiernen los republicanos o los demócratas durante los próximos cuatro años. Con un PIB de más de diez trillones de dólares —el veinte por ciento de las riquezas que produce el mundo y sólo un cinco por ciento de su población—, a lo que se agrega el ochenta por ciento de los hallazgos científicos y técnicos, con la inflación bajo control, un nivel de desempleo inferior al 6 por ciento, la mayor productividad del planeta y unas fuerzas armadas imbatibles, lo predecible es que Estados Unidos continúe imperturbable su camino ascendente, tanto con Bush como con Kerry. No hay síntomas de decadencia.
Cualquiera de los dos tendrá que sortear los mismos peligros. En el terreno internacional, no hay duda: el terrorismo islamista, la estabilización de Afganistán e Irak, las narcoguerrillas comunistas colombianas, la proliferación de armas nucleares, la errática conducta de los “estados locos” (Corea del Norte, Siria, Cuba, Libia, Irán, Sudán, Venezuela de manera creciente). En el campo interno —el administrativo—, las tareas básicas consisten en reducir el déficit, controlar la inflación y el gasto público, mientras se estimulan las fuerzas creativas de la empresa privada para continuar generando empleos y riquezas que permitan financiar el impetuoso desarrollo nacional.
Lo magnífico —y lo aburrido— de la sociedad norteamericana es que en la clase dirigente y en el conjunto de la sociedad existe un amplio consenso sobre cuáles son los problemas y los modos de resolverlos. Es sólo cuestión de matices. En enero del 2005, cuando Bush reasuma el poder, o cuando Kerry lo estrene, ellos y sus asesores saben perfectamente lo que deben o pueden hacer. El país, afortunadamente, está a prueba de locos y de aventureros.