Ixtaltepec, la cara oculta del trágico terremoto en México
«Dicen que Ixtaltepec no sufrió daños, pero en realidad fue lo peor», explica a Efe Gloria Núñez, habitante de esta localidad mexicana que denuncia, como la mayoría de sus vecinos, la falta de ayuda pública y presencia de las autoridades tras el gran terremoto.
Con alrededor de 15.000 habitantes, Asunción Ixtaltepec es otra de las poblaciones afectadas por el sismo de magnitud 8,2 en la escala de Ricther del pasado jueves por la noche, que ha dejado al menos 90 muertos según el recuento oficial, 71 de ellos en el estado sureño de Oaxaca.
Tras tres días del suceso, la ayuda llega a cuentagotas a este humilde municipio del Istmo de Tehuantepec, pese al derrumbe de muchas casas, centenares de damnificados y varias víctimas mortales.
Apenas se ve presencia de fuerzas del orden, no hay reparto de comida y la atención mediática sigue puesta en Juchitán de Zaragoza, distante unos 10 kilómetros y epicentro del drama al reportar alrededor de 60 muertos, en cifras preliminares.
«Nada más enfocan Juchitán, pero aquí estamos carecidos de todo; de agua, de luz y de víveres. Necesitamos apoyo del Gobierno y del presidente. Vean la casa cómo quedó», clama Núñez, peluquera de profesión, desde una de las habitaciones más dañadas de su vivienda.
El miedo al temblor permanece en muchos habitantes de esta localidad, en la que predomina la lengua zapoteca.
«Al Gobierno les estoy pidiendo ayuda, porque estamos ancianos y mira la casa que tenemos», dice Juana Mijambo, de más de 80 años pero incapaz de recordar su edad exacta, frente a lo poco que queda de su morada.
Uno de sus hijos, campesino como el resto de la familia, cuenta que estaba en el domicilio y pudo sacar a sus padres antes de que el techo de un pequeño porche colapsara.
A sus 67 años, sabe que tendrá que valerse de sus propias manos para arreglar la vivienda. «Suerte que todavía soy joven», expresa el hombre con total convencimiento.
Sin la ayuda de nadie
El sentir general en este pueblo, que si bien por el tipo de edificaciones bajas no se ve tan perjudicado como el centro de Juchitán, es que si vuelven a la normalidad será por su propio empeño.
«Van a pasar varios años» hasta recuperar la casa, lamenta José Javier Jiménez mientras rebusca entre toneladas de escombros.
«Hay algunas pertenencias que fueron de los abuelos, cosas de los papás, recuerdos. Siento mucha tristeza; aquí hay muchas vivencias, historias de familia», explica el doctor.
En Santiago Niltepec, otro municipio de la región del Istmo, Dayanna Gallegos denuncia a Efe, en entrevista telefónica, que tampoco recibe la ayuda necesaria.
«Pasaron censando, pero no ha llegado un apoyo como despensas, algo que realmente nos beneficie», explica esta chica que perdió la casa en que vivía con su madre en este pueblo de menos de 5.000 habitantes, uno más que no aparece en los noticieros.
Mientras, en Ixtaltepec un grupo de mujeres de la vecina Ixtepec, otra población del Istmo algo menos afectada, reparte arroz con leche, y un grupo de adventistas regala desayunos, consistentes en tamales y café de olla.
Una pareja para frente a un grupo grande, de unas 20 personas, que no tienen dónde dormir desde el terremoto. La hija del matrimonio estudia en Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas, e hizo una colecta. Este domingo les trae varias cajas de comida y medicinas.
María Rosa López, que todavía trae el susto en el cuerpo, recuerda que el pueblo fue «destruido en unos momentos». Su casa no se vio afectada y por ello la está cediendo para albergar a sus vecinos más necesitados.
«Hay gente que se quedó sin casa, sin hogar y con hijos. Y ahorita no tenemos comida, no tenemos agua; la luz apenas nos llegó ayer», remarca.
«Pasan como si fuera un desfile»
Pasa una patrulla de la Policía Federal y un convoy del Ejército. Este último despierta el interés de los vecinos, pues están repartiendo agua y son, eso dicen, de las primeras fuerzas del orden que les hacen una visita.
En Ixtaltepec repartirán unas 3.000 bolsas de agua de dos litros por unidad, explica un soldado a Efe.
«El Ejército no nos apoya, nada más pasa como si fuera un desfile. Lo que se requiere de ellos es que nos ayuden a remover escombros», dice Óscar López, un campesino que gana unos 150 pesos (8,5 dólares) diarios y lo ha perdido absolutamente todo.
«Mira, papá, ahí está mi mochila», exclama uno de sus hijos que, junto a sus vecinos, le ayuda en la tarea de salvar algunas de sus pertenencias.
Poco después sacan de entre las ruinas una mochila empolvada. Una pequeña victoria entre tanto derrumbe. Entre tanta derrota.