El Editorial

La banalidad del mal

En 1961 Hannah Arendt, filósofa alemana de origen judío, era corresponsal de la revista The New Yorker y se le asignó cubrir el juicio contra Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Se le señalaba por crímenes contra la humanidad.

A Arendt le llamó la atención que en el juicio, Eichmann no presentaba los rasgos de un psicópata para impulsar aquel genocidio, pero tampoco mostraba signos de arrepentimiento, sencillamente señalaba que hizo lo que era su deber al cumplir órdenes superiores.

“Fue como si en aquellos últimos minutos (Eichmann) resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”, describió la alemana en su libro, Eichmann en Jerusalén.

Desde entonces, el término “banalidad del mal” es usado para expresar los hechos terribles cometidos por burócratas, policías o militares, que no se detienen ni un momento a pensar en las consecuencias de sus acciones, tan solo se escudan en la “orden de un superior”. La madrugada del 1 de junio de 1962, Eichmann fue ahorcado en cumplimiento de su sentencia en la prisión de Ramla, Israel.

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Un comentario

  1. Hannah Arendt fue una intelectual muy valiosa y también generó muchas polémicas, la primera su inexplicable relación de afecto con el Nazi de uniforme, racista, anti-judío, «filósofo» afamado, confidente de la Gestapo y furibundo admirador y propagandista del genocida austriaco-alemán Adolf Hitler ; la segunda, por exponer que muchos dirigentes religiosos, sociales y comunitarios judíos, al suministrar información al Estado Alemán bajo control de los Nazis, de sus archivos y registros, les facilitó a los Nazis la identificación y captura de los judíos en Europa para someterlos a sus políticas criminales de discriminación y exterminio. Ante estos hechos, la colaboración inconsciente de muchos dirigentes de las comunidades judías que nunca pensaron posible la decisión y ejecución de un plan de exterminio masivo de los judíos alemanes y de toda Europa, muchos dirigentes judíos en distintos países la señalaron de insinuar que los judíos eran corresponsables de su propio Holocausto, lo que constituyó una interpretación errada de sus argumentos, porque ella solo expuso que la ingenuidad de quienes facilitaron la información sobre los integrantes de las comunidades judías a los criminales investidos con la autoridad pública facilitó la tarea criminal a los Nazis y sus auxiliares en los países aliados de Hitler y en aquellos ocupados por los Nazis. Arendt precisó que fue un error por ingenuidad de quienes, a pesar de la existencia de las racistas Leyes de Núremberg, creyeron imposible que un gobierno de un país de Europa pudiera perpetrar un genocidio y matar a 6 millones y tantos de judíos europeos. Tal polémica resultó de la publicación del libro sobre Adolf Eichmann, aunque también la atacaron por su frase famosa «de la banalidad del Mal». En mi opinión Hannah Arendt, alemana al fin, no tocó las tres razines fundamentales que, juntas, pueden explicar el fenómeno de los burócratas alemanes convertidos en criminales nazis: La tradición alemana de sometimiento acrítico a la autoridad del Estado, el racismo generalizado de la sociedad alemana hasta la Segunda Guerra Mundial (en 1904-1908 el Káiser alemán ordenó al Ejército Expedicionario Alemán perpetrar el primer genocidio del siglo XX contra los pueblos africanos Herero y Nama en la actual Namibia ante la mirada indiferente de la prensa y la opinión pública alemana) y el odio religioso contra los judíos, señalados durante siglos de ser «un pueblo maldito y asesino de Jesucristo» por las calumnias de las jerarquías de la Iglesia Católica y de las Iglesias Protestantes, porque hasta Martín Lutero fue eco de las mentiras de los gobernantes del extinto Imperio Romano, verdadero matador de Jesucristo, quien fue crucificado como enemigo de Roma por decisión de las autoridades romanas ocupantes de Palestina y con un método de ejecución romana destinado a los esclavos rebeldes y a los insurgentes contra Roma. El error de los dirigentes comunitarios y religiosos judíos quienes facilitaron información de sus archivos a los autoridades públicas fue creer que un gobierno no podía estar dirigido por los peores asesinos.

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