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La ambigüedad del mal

(%=Image(2460972,»R»)%)Cuando Martin Scorsese llevó a la pantalla la novela de Nikos Kasantzakis, La Última Tentación de Cristo, la polémica giró en torno a la representación “humanizada” de Jesús, percibido por muchos cristianos como una figura divina ajena a la del personaje fílmico vulnerable a intensas tentaciones. Cuando Mel Gibson exhibió su versión de La Pasión de Cristo, esa misma audiencia sintió que el devoto director católico representó a Jesús con fidelidad, acostumbrados a visualizarlo según la iconografía cristiana de los evangelios canónicos, sermones de sacerdotes e imágenes artísticas que la Iglesia patrocinó durante siglos. Sin embargo, para muchos, la película de Gibson fue controversial por su sesgada presentación del contexto histórico de su personaje.

Guardando distancias de protagonistas y épocas, (%=Link(«http://www.bbc.co.uk/films/2005/03/23/oliver_hirschbiegel_downfall_interview.shtml»,»Oliver Hirschbiegel»)%), director de Der Untergang, traducida como (%=Link(«http://www.downfallthefilm.com/»,»La Caída»)%), enfrentó ambos tipos de críticas al tratar cinematográficamente a Hitler y su entorno íntimo de oficiales, secretarias y familia durante los últimos días de su vida en el bunker de la Cancillería de Berlín. El director alemán no sólo encaró el reto de representar a un hombre percibido como el icono universal contemporáneo de la maldad, sino también, el desafío de recrear el colapso del III Reich ahondando en la esencia de lo que significó, para los grandes arquitectos y civiles subordinados al régimen nazi, vivir por más de una década bajo un sistema totalitario y una cultura de odio obediencia ciega e idolatría a una figura mitificada por la ideología nacional socialista.

El desafío de representar a Hitler

Hirschbiegel encaró magistralmente el reto de ficcionalizar a Hitler en el contexto histórico, ideológico y de locura colectiva de la decadencia de su liderazgo y su proyecto político contrariamente a la otra frontera de gloria y euforia captada por la cámara de la directora alemana Leni Riefenstahl cuando fue contratada para filmar el documental El Triunfo de la Voluntad exhibido en 1935.

En el género de ficción no abundan serios intentos de retratar a Hitler en base a detalladas fuentes históricas que revelen su vulnerabilidad y decadencia.

Dos directores alemanes lo intentaron:

G.W. Pabst con Der Letzte Akt (1956) que mostró los horrores de los últimos días de la guerra narrados por un soldado nazi, y Hans-Jürgen Syberberg con Hitler, Un Film de Alemania, ( 1978) enfocando al dictador como un carismático manipulador mediático.

El resto de las películas que ficcionalizaron a Hitler tenían la intención de alertar sobre el peligro que representaba para el mundo aquel hombre con aspecto de bufón – Charles Chaplin se atrevió a hacerlo en 1940 con El Gran Dictador – y luego se realizaron filmes que sobresalieron por los actores que protagonizaron al líder nazi como Hitler, Los Últimos Diez Días (1973) interpretado por Alec Guinnes y The Bunker (1981) con Anthony Hopkins.

La Caída se centra en la fase final del III Reich y su director debió enfrentar los prejuicios que todos tenemos de Hitler al confrontar el ángulo emocional del dictador que se sabe derrotado y que con escaso sentido de la realidad da órdenes como si tuviera control absoluto de la situación. El productor de la película, Bernd Eichinger y el director Hirschbiegel se basaron en la obra “En el búnker de Hitler” de Joachim Fest, historiador especializado en la vida del Führer y en las memorias de una de sus secretarias, Traudl Junge, quien fue entrevistada extensamente para complementar el conocimiento de los hechos y vivencias en el refugio. Luego el actor suizo Bruno Ganz hizo un trabajo minucioso de estudio de los gestos, tono de voz y dicción del Führer en diversos documentales para lograr una de las actuaciones más elogiadas en la historia del cine.

El Hitler de La Caída es más delirante que depravado (ocasión propicia para hacer referencia a un clásico libro de PierreRentchnick Accoce titulado Aquellos Enfermos que nos Gobernaron, 1977. Ed. Plaza&Janes). Es un hombre que deja ver su fragilidad por el Parkinson que le causa temblores en una de las manos, y a la vez, manifiesta con firmeza un desprecio total hacia quienes resisten los bombardeos en el mundo exterior al bunker; se comporta caballerosamente con sus secretarias y con Eva Braun, su mujer, y es implacable en su orgullo de exterminar a enemigos reales junto a los que inventó en una fusión de paranoia, antisemitismo y maquiavelismo que le sirvió para unificar con odio a su pueblo; es un hombre de costumbres frugales, vegetariano, abstemio e aséptico con fantasías ilimitadas de poder que incluyen el gran plan del cual no se arrepiente: la operación profiláctica del exterminio total de seres humanos a quienes considera inferiores; y entre ataques de ira cada vez más desmedidos, deja caer una lágrima al expresar que “la guerra está acabada” siendo incapaz de compadecerse ante la suerte de su propio pueblo por considerar que los alemanes merecen el trágico destino que los aqueja por haber sido débiles para la misión de conquistar el mundo que él ambicionó.

Si no fuera por su patológica crueldad, pareciera que representar a Hitler de manera “humanizada” obliga a retratarlo como un esquizofrénico Mr. Hyde que a veces se aproxima a un inconmovible Dr. Jekyll.

La ambigüedad del mal y su representación

La Caída está condenada a la crítica de quienes se resisten a ver a Hitler como un hombre que por momentos puede ser afectuoso cuando estamos acostumbrados a percibirlo como una encarnación del mal, casi un monstruo con figura humana. Este Hilter ambiguo y complejo se puede situar en el eterno debate entre académicos y filósofos que difieren sobre la naturaleza del mal en el caso de los criminales nazis: ¿Eran monstruosos pervertidos que disfrutaban asesinando? o como se preguntó Hanna Arendt en su obra Eichmann en Jerusalén, luego de presenciar el juicio del responsable de consumar el extermino de los judíos durante la II Guerra Mundial, ¿resulta más monstruoso que semejante genocidio hubiese sido perpetrado por burócratas disciplinados y obedientes de las órdenes que recibían más que motivados por odio?
Si la tesis de “la banalidad del mal” de Hanna Arentd es hasta hoy controversial, la “ambigüedad del mal” del Hitler de Hirschbiegel será durante años una referencia para la discusión sobre este tema que se puede extrapolar como paradigma de la mayoría de los nazis, de muchos genocidas contemporáneos y de varios dictadores delirantes.

Son emblemáticas las escenas del filme que presentan a la mayoría de los oficiales del III Reich y a buena parte de la población civil alemana matando a desertores de batallas sin sentido en la ya devastada Berlín y soldados que optan por suicidarse por el juramento de lealtad a Hitler, aun después de enterarse de la muerte de su líder. Ninguno de los protagonistas de la trama, ni siquiera aquellos presentados con más empatía – como el médico que intenta detener el suicidio colectivo de sus compañeros y las sensibles secretarias del dictador – escapan al problema de la naturaleza del mal. ¿Acaso todos ellos ignoraban la magnitud de las masacres que hacían sus superiores cuando los escuchaban en momentos de intimidad o mecanografiaban sus dictámenes y desvaríos?
¿Es frívola o perversa la actitud de Eva Braun organizando fiestas en el bunker mientras bombardean Berlín y organizando su matrimonio con Hitler poco antes de que ambos se suiciden? ¿No refleja la lealtad de Goebbels y su esposa, envenenando con pasmosa frialdad a sus hijos en lugar de salvarlos, al no poder concebir un mundo sin el régimen nazi, una decisión de extrema perversidad y fanatismo ante el derrumbe de su Mesías?
El debate sobre la naturaleza de la maldad de los nazis ha sido planteado por varios pensadores y escritores (muchos de ellos sobrevivientes del Holocausto), como Hanna Arendt, Jorge Semprún, Primo Levi, Jeán Améry, Claude Lanzmann, Imre Kertz y otros tantos. Ellos se exigen a sí mismos y nos invitan a nosotros a reflexionar sobre la manera como el mal se vive y percibe con naturalidad una vez que se infecta entre los miembros de una sociedad. La película de Hirschbiegel es un aporte a este debate al exponer la psique de todo un pueblo que llega a un punto sin retorno luego de poner su destino en manos de un liderazgo radical.

En este contexto, las palabras del Goebbels del filme cuando un general anuncia que solo queda capitular para evitar mayores sufrimientos a los alemanes – sin importar si realmente las dijo – son emblemáticas respecto al pensamiento de dirigentes y dirigidos cuando se traspasa el umbral de la disciplina y la indiferencia:
“Ellos nos eligieron.

Que se aguanten las consecuencias”
Esta frase revela cuan escalofriante puede ser la percepción que tienen del poder algunos líderes incapaces de comprender los límites de la lealtad de sus dirigidos. La esencia del pensamiento del Goebbels y el Hitler de La Caída con respecto a un pueblo que para ellos no dio la talla para concretar los delirios de sus gobernantes sigue siendo vigente y no tiene distinciones geográficas, culturales ni ideológicas.

El potencial y las limitaciones de ficcionalizar la historia
Puede ser que escribir, producir documentales o realizar películas para representar hasta dónde puede conducir la ilimitada capacidad de intolerancia del ser humano responda a una necesidad que nada tiene que ver con el fin supremo de evitar que ocurran más genocidios, pero quizás, hay una posibilidad de que desde cómodas butacas y salones, un libro o una película puedan motivar a la reflexión del lector o espectador sobre aquello que es esencialmente injustificable.

Películas como La Caída convocan al debate sobre el potencial del arte, y más específicamente del cine, para sensibilizarnos e impactarnos profundamente. ¿Puede una obra aguda y perturbadora lograr que podamos mantener la emoción para evitar “caer en caídas” como la planteada en el filme? Si la respuesta a esta pregunta es un negativa habría que descartar totalmente que el conocimiento del lado oscuro del ser humano tenga posibilidad alguna de permitir reconocer su potencial de convertirse, en situaciones límite, en cómplices activos o por omisión, de graves barbaries e injusticias.

En este caso, ¿tiene sentido, además del artístico, crear ficciones de personajes y episodios históricos complejos como los que muestra La Caída? La respuesta está en la necesidad del hombre por la ficción como creador o cómplice de tramas concebidas para imaginarnos en el lugar de otras personas. Si bien el arte difícilmente inspire a tomar acciones políticas concretas para prevenir o luchar contra el daño que los discípulos contemporáneos de Hitler pueden hacer, las representaciones creativas de eventos atroces del pasado son referencias importantes para analizar el presente.

Nadie detendrá un genocidio invocando a una película pero sí puede conmover, divulgándola, un sentimiento de empatía con desconocidas víctimas de sofisticadas maneras de torturas y matanzas contemporáneas.

Érase una vez una secretaria que se enorgullecía de trabajar para el Führer y años después, expresó: “Ser joven no es excusa para no saber lo que ocurría”.

Luego de presentarnos una ficción del contexto que condujo a esa reflexión y con el acierto de mostrarnos a la verdadera secretaria personal de Hitler, Oliver Hirschbiegel nos convoca a cuestionar si la ignorancia, en casos de sociedades que viven bajo el yugo de dictaduras y terror, más que una opción pertenece a la zona gris de la “ambigüedad del mal”.

Algunas películas con Hitler como protagonista

El Triunfo de la Voluntad. 1935. Leni Riefenstahl (Documental).
Gasbags. 1940. Marcel Varnel (Comedia).
El Gran Dictador. 1940. Charles Chaplin. (Comedia).
Manhunt. 19941. Fritz Lang.
The Hitler Gang. 1941. John Farrow. (Interpretado por Bobby Watson).
To be or Not to be.1942. Ernest Lubitch (Comedia).
The Devil With Hitler. 1942. Gordon Douglas. (re interpretado por Bobby Watson).
Hitler Dead or Alive. 1942. Nick Grinde. (re interpretado por Bobby Watson).
The Strange Death of Adolf Hitler.1943. James Hogan.
Rommel, El Zorro del Desierto. 1951. Henry Hathaway.
The Magic Face.1951.Frank Tuttle.
Der Letzte Akt. (Hitler:The Last Ten Days).1956. G.W. Pabst.

(Interpretado por Albin Skoda).
The Story of Mankind. 1957. Irwin Allen. (re interpretado por Bobby Watson).
The Two-Headed Spy.1958. Andre de Toth.
Hitler. 1962. Stuart Heisler. (Interpretado por Richard Basehart).
La Batalla de Inglaterra. 1969. Guy Hamilton. (Interpretado por Rolf Stiefel) ¿Dónde Está el Frente? 1970. Jerry Lewis. (Interpretado por Sidney Millar).
Hitler, Los Últimos Diez Días. 1973. (Interpretado por Alec Guinnes) Camas Blandas, Batallas Duras. 1978. Roy Boulting. (Interpretado por Peter Sellers) Hitler, Un Film de Alemania. 1978. Hans-Jürgen Syberberg.
The Bunker. 1981. Rob Gren.
The Bunker. (Versión TV). 1981.George Schaefer.

(Interpretado en versión para TV por Anthony Hopkins).
Moloch. 1999. Aleksandr Sokurov.
Hiltler: The Rise of Evil (Para TV). 2003. Christian Duguay.

(Interpretado por Robert Carlyle).
Der Untergang.2004. Oliver Hirschbiegel. (Interpretado por Bruno Ganz). 

(*): Publicado en El Nacional – Sábado 18 de Febrero de 2006 . Papel Literario. Reproducido con autorización del autor.

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