El ensayo del “juego sucio”
La falta de compromisos serios, la ausencia de un proyecto de vida, la carencia de espiritualidad, la pobreza de sentimientos, el déficit de valores, entre otras razones, incitan decisiones imprudentes que sólo conducen a determinaciones irreflexivas y a hechos deplorables.
Así ocurre en circunstancias que, por intrascendentes, no tienen mayor importancia. No obstante, esas realidades pueden sentar un severo precedente capaz de alterar un proceso de aprendizaje que, en tiempo de adolescencia o de infancia, actúa como factor de deformación en el imaginario personal. Aunque también, y más comúnmente, ese tipo de práctica caracteriza la viveza de quienes con la excusa de estar “jugando”, valiéndose de la ocasión, se aprovechan de cualquier pretexto para tomar una posible ventaja desvergonzadamente.
¿Cómo ocurre en la política?
En política, las cosas tienden a suceder de igual forma. Particularmente, debido a que todo ocurre entre necesidades e intereses que son, en definitiva, las razones que hablan del hecho político. Por ello, es sencillamente razonable reconocer cómo la vida trasciende entre la política y lo político. Justamente, en medio de tan propias condiciones, el hombre incurre en tentaciones cuando su vida no responde a principios válidamente contundentes. Tanto en lo moral como en lo ético.
Tan marcado problema, no sólo es propio del ser humano. También lo comportan las organizaciones. Especialmente, aquellas que hacen de la política su razón de ser toda vez que actúan como instituciones de gobierno. Y siguen habiendo países, cuyo número es desconocido, que no son la excepción.
Por lo contrario. Viven intensamente el problema en cuestión toda vez que acusan deficiencias no sólo incitadas por quienes fungen como gobernantes. También, por causa de la improvisación alentada por proyectos personalistas que suscriben gestiones públicas.
Esta situación redunda en perjuicio de realidades bastante descompuestas social, económica y políticamente. De hecho, las gestiones de gobierno se apoyan en criterios que denotan actitudes perversas insufladas por contravalores (el egoísmo, el resentimiento, la venganza, el odio, la amenaza, el chantaje y la corrupción, principalmente).
Un problema que “pica y se extiende”
Sin embargo, lo peor está relacionado con la violencia que dichas prácticas provocan en detrimento del respeto, la tolerancia, la solidaridad y la pluralidad política (pluralismo humano). Desde luego, de la democracia.
Por eso en el ejercicio de la política, muchas veces tiende a jugarse sucio pues es la forma expedita mediante la cual el poder encarnado en gobernantes puede garantizar la estabilidad del cargo ocupado. Es decir, su permanencia o continuidad.
Precisamente, he ahí la razón central que mueve a operadores políticos a estimular la exasperación de furibundos seguidores para así generar el clima de zozobra necesario para que la situación en curso se ensombrezca tanto como convenga según las oscuras circunstancias. Esto ha tendido a convertirse en estrategia de gobierno. Especialmente, para incitar el voto a favor de alguna causa beligerante.
Laboratorios de “guerras sucias”
Lo peor ocurre cuando quienes diseñan “juegos sucios”, actúan sin darse cuenta que dichas prácticas se tornan contrarias a intenciones políticas manifiestas o declaradas (de manera hipócrita) en nombre de la paz, la convivencia, la participación y de la democracia.
De manera que en medio de convulsionadas realidades, hay gobernantes que tienen las manos metidas en camorreras prácticas políticas. Y que por tanto, no terminan de entender que mientras más “guerra sucia” pretendan operar. Mientras más trampas insisten en colocar. O más mentiras busquen aducir. Pues más engorronadas se vuelven las realidades alejándose de lo anunciado cuando refirieron en manidas peroratas, objetivos de bienestar y desarrollo clamados por todos. Indistintamente de la posición político–ideológica.
Es lo que la teoría política denomina el ensayo del “juego sucio”.