Las injusticias de las guerras
Escribimos este artículo el 11 de noviembre, fecha en que los países de la Mancomunidad de Naciones de habla inglesa y algunos otros rinden homenaje a los soldados caídos en las dos guerras mundiales y en la de Corea. El merecido tributo deja un tanto relegados a los millones de civiles que fueron víctimas de conflagraciones en las que la mayoría no tuvo arte, ni parte. En pleno desarrollo de las confrontaciones entre la Rusia agresora y la agredida Ucrania, y entre Israel que lucha por sobrevivir y el grupo terrorista Hamás, no podemos eludir el tema.
En todas las guerras la población civil sufre las consecuencias, no sólo porque muchos fallecen mientras duermen o hacen su vida rutinaria, sino también por las penurias del desabastecimiento, destrucción de sus viviendas y fuentes de trabajo. A título de ejemplo, recordemos en la II Guerra Mundial los bombardeos a Londres, llevados a cabo por la aviación nazi, la destrucción de la ciudad alemana de Dresde, así como de Hiroshima y Nagasaki en Japón, por la aviación de Estados Unidos.
En estos casos, el argumento para destruir ciudades fue que eran acciones para doblegar al enemigo física y sicológicamente, acortar la guerra y reducir el número de bajas propias. Por otra parte, hay que tomar en cuenta que no es lo mismo dar batallas a campo abierto, que cuando el contrario se atrinchera en una ciudad. Por ejemplo, cuando los Aliados desembarcaron en Sicilia y en Normandía, los alemanes estaban en posesión de centros urbanos y para desplazarlos hubo que usar la aviación y la artillería, ocasionando destrucción que parte de la población liberada resintió.
Hay casos contra la población civil que no tienen excusa, como el bombardeo de Guernica y Durango durante la Guerra Civil española, por parte de la aviación alemana que no era beligerante, sino que apoyaba a Franco. También las barbaridades realizadas por el ejército japonés contra la población china en la II Guerra Mundial y, desde luego, el Holocausto cometido por los nazis en contra de ocho millones de judíos en Europa. Este fue un caso excepcional, ya que los asesinatos no fueron para doblegar a un enemigo real, sino producto de la mentalidad diabólica de Hitler y sus acólitos para exterminar a los judíos.
Hoy, en la cuna de tres de las grandes religiones, judía, cristiana e islámica, miles de civiles padecen por un enfrentamiento al que es necesario poner fin. No estamos en el año 1750 a. C., cuando el rey Hammurabi promulgó la después llamada Ley del Talión, de ojo por ojo y diente por diente. Este concepto fue recogido posteriormente en la Torá y en el Corán. Pero hoy no puede interpretarse literalmente. Como dijo Gandhi, si lo seguimos aplicando todos quedaremos ciegos.
En 1947 las Naciones Unidas acordaron la creación del Estado de Israel, no solo por la persecución de que habían sido objeto en Europa, sino por la estrecha relación de los judíos con su tierra ancestral. “El año que viene en Jerusalén”, es algo que han repetido generación tras generación. La intención fue crear dos Estados, el de Israel y el palestino. Esto ocasionó el desplazamiento de una parte relativamente pequeña de la población árabe asentada en la porción que correspondió a Israel. Ese mismo año, ocurrió un caso similar, pero de mucha mayor magnitud, al ser millones los desplazados, cuando el imperio británico dividió su colonia de las indias occidentales entre India, con población mayoritariamente de religión hindú, y Pakistán, de religión musulmana. En ambos casos persisten los resentimientos.
Nadie, ni nada, puede justificar el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre a una población que dormía en su kibutz o que disfrutaba de un festival musical. Fue un ataque brutal, con asesinatos horrorosos y toma de rehenes. Solo fanáticos envenenados de odio pueden cometer esas atrocidades. Israel reaccionó con bombardeos teóricamente a blancos identificados como refugio de los terroristas, pero que inevitablemente están ocasionando miles de muertes en la población que no tiene que ver con lo sucedido y, además, ha destruido viviendas y obligado a miles de habitantes de Gaza a desplazarse.
Al sentar responsabilidades, hay que considerar el reciente artículo del profesor Adolfo Salgueiro, quien sabiamente recomienda que los pueblos deben ser cuidadosas al elegir a sus gobernantes.
Hamás usa a la población como escudo, pretende erradicar al Estado de Israel y tiene kilómetros de túneles bajo la ciudad, por lo que es muy difícil someterlo. Sin embargo, es necesario un alto al fuego. El conflicto ha desatado una ola mundial de antisemitismo, y de islamofobia, lo cual también hay que detener. Las Naciones Unidas tienen la tarea de lograr un armisticio y un acuerdo para que coexistan los dos Estados. Para ello, ambas partes deben ceder algo, siendo imprescindible que los palestinos y sus simpatizantes marquen distancia de los terroristas. Caso contrario, los judíos no tendrán tranquilidad y los palestinos no podrán progresar.
Quien escribe no es especialista en el tema, sino un venezolano, hijo de vientre judío sefardita, que defiende la existencia del Estado de Israel, apuesta por la paz, no aprueba los asentamientos de Israel en zonas que no le corresponden y rechaza que se satanice a quienes profesan la religión del islam o la judía.
Como (había) en botica
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- Citgo, administrada por la directiva ad hoc de Pdvsa, reportó una ganancia de 567 millones de dólares en el tercer trimestre de este año.
- En política, a veces es conveniente la amnistía y ciertos acuerdos para lograr la paz o para salir de una dictadura. Lo cuestionable es que se produzcan dentro de una democracia solo para mantener el poder, como hace Pedro Sánchez en España.
- Lamentamos el fallecimiento de Dagnilo Muñoz Cedeño, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol.
- ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!