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Baltazar Lobo: Entre el Arcaismo y la modernidad (2)

“Siempre he soñado con una escultura de mármol que sea como un vuelo que se eleve desde el suelo para brillar en medio de la luz y nos haga olvidar la pesadez y la penalidad de la tierra. Baltasar Lobo

Un rasgo importante de este lenguaje escultórico es el arcaísmo que emana de los mármoles y bronces. La sensualidad de esta obra se basa en la concentración en  torno a la dinámica de lo curvo asociado a lo maternal. Los volúmenes de estas mujeres transpiran preñez, germinalidad. En las piezas de pequeño formato esculpidas en mármol esto se percibe con nitidez, debido a la blancura del material y a las texturas esculpidas sobre la roca. Su «tactibilidad» es un rasgo que permanece en los bronces y es acentuada por el brillo de las patinas, dando como resultado volúmenes que piden ser acariciados y sentidos. 

La blancura del mármol resalta la síntesis formal, habla de pureza, ternura y fusiona valencias simbólicas como la redondez de los cuerpos preñados de vida: rostros, brazos, senos, vientres y piernas encierran en sí el don de la gestación y nos enfrentan a una gordura firme y vital, como una semilla que contiene las fuerzas de la vida y la tierra prontas a manifestarse. 

Las obras de las últimas décadas se presentan como las más hermosas, las más suaves, en tan blanquísimo mármol que parecen no iluminadas por luz externa, sino bañadas como la propia luz emanada desde el interior.Las caras no tienen facciones, no sabemos cómo son, ni cómo piensan, pero son seres que nos parecen completamente vivos. Y para vivir no precisan, en absoluto dos extremidades que se ramifiquen hacia el vacío. Les basta con ser y estar… (Ortega, M. Teresa:1984).

El transcurrir de la existencia de Baltasar Lobo y su arte está inmerso en un halo místico que llega casi al ascetismo y se refleja en su trabajo, a su vez impregnado de la vitalidad que rodea a la cultura y la sociedad española. 

Su voz cálida, áspera, tanto como su silencio, su escultura toda revela un arraigo que él no ha querido nunca negar ni menos aún cortar. Vínculos con su país natal tan evidentes y tan fuertes que tejen, en parte, su propia personalidad. ¿No es la característica principal de su obra  ser típicamente española, de tensión sensual, exacerbada hasta la más trágica inmortalidad? (Dielh, Gaston: 1984). 

Lo arquetipal y lo arcaico

Las esculturas de Lobo transpiran el espíritu de la mujer española, con su vigor y altivez. En este recorrido nos acercamos a una pieza que realizó en 1991 tomando como referencia una escultura de pequeño formato de los cuarenta. Nos referimos a Femme au miroir sur socle (Mujer con espejo sobre base, 1940-1991), cuyos volúmenes corporales todavía no están muy geometrizados. En ella se plasma la coquetería femenina, pero también la imagen arquetipal de una de las diosas de la península ibérica —presente con otros rostros y nombres en diferentes mitologías europeas—, deleitándose ante un espejo como símbolo del destino y el conocimiento del ser, expresado también en la deidad vasca Mari o Maddi, personificación de la madre tierra y reina de la naturaleza.

Estas imágenes arquetipales poseen el hieratismo de las esculturas arcaicas españolas. Su posición serena y rígida se asocia a los estados extáticos y al poder espiritual, tal como se observa en la Dama Bazaescultura ibera labrada en piedra caliza policromada del siglo iv a. de C., expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y hallada el 22 de julio de 1971 por el arqueólogo Francisco José Presedo en la necrópolis de la antigua Basti. Sus formas aparecen en piezas como Hommage (1943) e Idole (1942); esta última es una imagen sentada en posición rígida, con las manos entrelazadas, en un estado de serenidad interna.

El arcaísmo de  estas esculturas  no son resultado del azar o de la espontaneidad, sino de su interés por las primeras manifestaciones plásticas y sacras de la humanidad, en una síntesis que integra lo ancestral al arte contemporáneo. Esto queda manifestado claramente en las aguatintas que realiza durante los años cuarenta, cercanas a formas del arte prehistórico. Así, en la serie de dibujos sobre la Feria de Benavente, en lugar de plasmar formas, destaca los detalles figurativos; el ganado, más que una realidad fáctica, representa la huella o la esencia de un animal: el anhelo nunca fue plasmarlo tal como era sino indagar en su espíritu.

Cada escultura asume en sus contenidos arquetipales una gran variedad de estados emocionales, de ahí su riqueza estética y conmocionadora en el espectador. El otro siempre se enfrentara a un cúmulo de sorpresas, tal como ocurre en Balta (1964), que representa a un niño con los brazos abiertos, gozoso de recibir y dar. En Pensive a genoux (1990), la figura arrodillada es un gesto de sumisión ante el destino, sentido que se refuerza en la posición de los brazos y las manos. Esta depuración formal genera un efecto directo en el público.

En el Museo Arqueológico Nacional de Madrid,  el artista se enfrenta también a la sobriedad de las formas puras y al vitalismo sintético del arte arcaico, rasgos que logra transmitir a su lenguaje escultórico. Estas búsquedas y encuentros lo llevan a trabajar con las formas ancestrales y arquetipales de lo femenino, cuyos volúmenes están asociados a las antiguas Venus del Paleolítico. Círculos, óvalos y rombos se integran así para crear formas de inigualable feminidad que registran las modificaciones del cuerpo femenino en sus diversas etapas. El embarazo es un tema muy tratado y que refleja muy bien este hecho, pues el volumen corporal se hace más curvo, más circular, tal como se manifiesta en la Venus de Lespugue, albergada en el Museo de Hombre de París y descubierta por el arqueólogo Saint-Pierre en 1922, una estatuilla tallada en marfil con el rostro ovoide, sin rasgos y con los pies completamente sintetizados a su mínima expresión. La Venus de Willendorf, descubierta en 1908 por el arqueólogo austríaco Josef Szombathy, se encuentra en el Museo de Historia Natural de Viena; está tallada en piedra caliza y sus brazos son imperceptibles. Ambas piezas tienen semejanzas con las esculturas de Lobo en cuanto a su síntesis formal, muestra de lo cual se puede observar en Moments de Benheur (1990).

 También en sus maternidades, la unión madre e hijo proyecta el gozoso juego femenino de sentirse dadora de vida. El escultor español materializa estos sentimientos a través de formas puras únicas en la escultura contemporánea.

Helenismo

Desde sus inicios como escultor gusta de los temas paganos, tal como se evidencia en su versión de Leda (1943), con obras impregnadas de pulsaciones dionisíacas, de deseo, de gozo, de movimiento sensual, atmósfera que se acentúa en los años sesenta, cuando vuelve a tratar lo helénico a raíz de un viaje a Grecia. Pero el artista no se aleja del complejo simbólico que venía trabajando, sino que lo enriquece y recrea a través de sus vivencias, como se ve en la escultura de pequeño formato que representa un centauro abrazando con gozo a una mujer desnuda, en la que resalta la tensión, el vigor muscular y el erotismo. 

 En esa época  también trata el tema de Teseo y el minotauro —hombre con cabeza de toro—, con el que toca la lucha entre el héroe griego para cortar la cabeza del minotauro en el laberinto de Minos, creado por el mítico Dédalos, al que logra vencer Teseo con la ayuda de Ariadna, hija del rey Minos, tema mitológico por el cual la Isla de Creta se ha eternizado en la literatura, asociado a rituales taurinos y de la fertilidad. En esta escultura los volúmenes se convierten en formas envolventes, con un ritmo y fuerzas potenciales centrípetas, con cuerpos entrelazados que proyectan los conflictos que se generan en la psiquis. Estas formas son variaciones del simbolismo que gira en torno a la mujer y la feminidad, de origen cretense —una de las pocas civilizaciones matriarcales de las que sobreviven restos materiales—, complejo simbólico y arquetipal que aún sobrevive en España en las corridas de toros.

Gestos, deformación y depuración

Por medio de la combinación de elementos corporales y gestuales, en cada obra  se evidencian estados temperamentales del alma. El artista logra esto mediante las variaciones y posiciones con las que crea los rostros, los cuellos, los torsos, los movimientos de las piernas y brazos, etc. Le reve aux (1991) exhibe el cuerpo desnudo de una mujer que evoca una sensación de pesadez emocional. Este sentir es reforzado por el rostro, apoyado sobre su brazo, y por la cabellera, dirigida hacia abajo. Con ella el artista crea un clima de sosiego, meditación, melancolía, de encierro dentro de sí, pues las formas corporales señalan la «mismidad». En Moment de Bonheur (1990), a diferencia de la anterior, donde el cuerpo femenino se mantiene en equilibrio al entrelazar los brazos entre las rodillas, se genera más bien un clima de tensión reforzado por el rostro, que se dirige fuera de sí como anhelando respuestas o simplemente gozando de la contemplación sensorial.

El proceso que lleva al creador a proyectar la esencia de las formas en sus esculturas se percibe con claridad si se comparan algunas piezas realizadas en los años cuarenta con obras posteriores de los cincuenta y sesenta, donde más que concentrarse en la forma corporal, busca lo visual, lo perceptual y espiritual de la condición femenina. 

El problema de la escultura de Lobo no es el cuerpo sino el efecto que él genera en el espacio y los contenidos emocionales y arquetipales que produce esta relación. Así, las variaciones que lleva a cabo sobre un tema, en ocasiones son motivaciones lúdicas: alarga el volumen, lo ensancha, lo hace semilunar o lo aglomera de tal manera que pareciera una acumulación de rocas fundidas para dar nacimiento a esas formas o a una frágil semilla que vuela en su búsqueda por germinar. El artista goza del efecto que estas deformaciones generan en el espacio.

Los cabellos, la redondez en las caderas, los senos, los vientres que llegan a un grado de simplificación pleno de poesía y lirismo, son algunos elementos que se mantienen en todo su proceso de síntesis formal. Es el ejemplo de Courselles (1964) y Torse au soleil (1973), donde el cuerpo femenino se convierte en una presencia que delata el erotismo lunar de la mujer, con cuerpos que asumen estructuras lunares. Y asumen estas valencias porque la mujer, por su biología, se asemeja a este astro que crece, aparece y desaparece sometido al nacimiento y la muerte, que en su caso no es definitiva sino cíclica, como se muestra en Courselles allongé (Courselles recostado 1985), Torse á la draparie (Torso con paño, 1988),  Selene (1957) y Maternité (Maternidad, 1948). En casi todas las tradiciones culturales hay una deidad femenina asociada a lo lunar.

No debemos ignorar que también el artista zamorano dedica piezas al culto solar y fálico: Buste au soleil (Busto al sol, 1961) y Torse au Soleil (Torso al sol, 1971), paradójicamente de estructura semilunar, lo cual podría responder a un impulso por representar la coincidencia de los opuestos: lo activo y lo pasivo; lo solar y lo lunar; lo masculino y lo femenino, tensión de la que deriva el equilibrio de la vida y la existencia del cosmos.

A lo largo de la obra de Lobo, la mujer va develando las diversas facetas de su ser, el apego a la vida, el devenir o el misterio de su temperamento. Sin embargo, también sintetiza en ellas la unión de los principios masculinos y femeninos. Al llevar a su esencia en las curvas femeninas y que se traduce políticamente en la democracia, como metáfora del amor materno.

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