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Lo que queda en el aire

«Lo que queda en el aire» es el título del libro que escribí sobre mi mujer Belén Lobo, bailarina clásica y luego de Danza Contemporánea fallecida hace algunos años. Es un poema de amor que trata de revivir el tiempo de una hermosa y serena vida conyugal y tiempo también de Rházil, Boris y Valentina mis tres hijos adorables. Un libro bellamente editado por Gisela Cappellin sin ningún error de texto porque fue revisado de manera implacable por Carmen Verde Arocha y una portada inusitadamente espléndida diseñada por Carolina Arnal. La asesoría editorial, hay que mencionarla, estuvo a cargo de Silvia Beaujon.

El título se desprende de una vieja definición del Ballet que escuché hace tiempo y nunca supe quién es su autor: «El ballet es lo que queda en el aire después que el bailarín pasó por el» Y en este caso, lo que ha permanecido en el aire es la memoria de Belén.

Leerlo es como ver o admirar los movimientos que asume el adagio para convertirse en uno de los mas altos y sublimes instantes del clásico porque la estructura del libro trata de ajustarse en cierto modo a las variaciones de la pareja al encontrase, acercarse, entrelazarse, fundirse y dejar de ser dos y convertirse uno en el otro para ser uno.

Belén y yo logramos una bella relación porque supimos marcar los pasos que nos acercaron. Ella se fue aproximando lentamente. ¡Era su variación!  Y yo también calculé mis movimientos y el adagio de nuestras vidas avanzaba en la lentitud de sus movimientos y ademanes casi felinos y en los de mi propia variación y finalmente, gracias a una gloriosa coda, comenzaron a encadenarse nuestros cuerpos y la amistad se convirtió en antorcha encendida y ardor que incendia la pradera de los sueños y de los anhelos compartidos y entonces los brazos y las piernas se entrelazaron, descubrieron una nueva gramática corporal, se anudaron y hubo jadeos y la amistad se cubrió durante un largo tiempo de quejidos y voces de amor satisfecho.

Era alcanzar el éxtasis, conocer el erotismo, es decir, lo que rodea y hace posible la cópula y el sexo y allí, solo allí, en la intensa pero insólita brevedad de lo que apenas dura, encontrar el sublime asomo de la libertad.

Pero con el tiempo, el lento andar del adagio convertido en el salvaje y desmesurado pas de deux que trasmutó la amistad en sudorosa satisfacción, también comenzó a transformarse y una inexplicable serenidad se hizo profunda y descubrió que no existe ninguna palabra para definir y mucho menos para describir la perfección de su gloria, las líneas de los cuerpos fundidas en un todo indisoluble. Y en lugar de ser instantánea, la libertad se hace duradera hasta que la muerte separe los cuerpos decididamente unidos. Y el amor. quiero decir, el adagio que hizo posible el encadenamiento de los complejos movimientos del pas de deux permitió que me apoderara de la cadena de oro que portaba Belén y me uniera a ella de manera indivisible como si fuera ella el Cielo y yo la Tierra durante algo mas de cincuenta años

¡Y así va escrito el libro!

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