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Hacia el centro político

El centro es, en primer término, una necesidad para la transformación histórica de nuestra sociedad.

La historia de Venezuela se ha caracterizado durante el último medio siglo, por una intensa lucha antagónica entre la izquierda y la derecha, que ha sido caldo de cultivo para alimentar la polarización política que le ha hecho un gran daño a la sociedad.

La polarización alcanza todas las instancias de la vida social y política, siendo al mismo tiempo causa y consecuencia de «la deslegitimación de las instituciones que, dentro del Estado, están capacitadas para intervenir en la solución de los conflictos, dejando a los ciudadanos a la deriva, con desesperanza, desconfianza y pesimismo, que solo contribuye al recrudecimiento de la polarización, la violencia y de la apatía absoluta frente a la política y la participación en la vida pública, obstaculizando el ejercicio de ciudadanía.

De todo esto se deduce la necesidad de intervenir la sociedad en su conjunto, para disminuir los niveles de conflictividad y polarización que se presentan a todo nivel. Así la sociedad venezolana podrá garantizar la transformación efectiva de la forma en la que se ha entendido tradicionalmente el conflicto en el país.

Con un planteamiento de centro es posible construir un Pacto Nacional por la transformación y el cambio político como una expresión republicana, como un epicentro de los intereses de la mayoría, ya que su sentido transversal, abierto e integrador permite establecer objetivos, criterios y postulados ideológicos equidistantes de la derecha y de la izquierda.

El centro político, es una forma de interpretar, de combinar y de llevar a la práctica, al encarar los problemas, los grandes valores de las sociedades democráticas y pluralistas: la libertad y la igualdad.

Es, en segundo lugar, una manera de entender y tratar la realidad política y social.

Sólo una alternativa de centro, transversal e integradora, entendida ésta en todas sus dimensiones, garantizará la superación de los obstáculos políticos,  sociales y culturales, que impiden a los ciudadanos el ejercicio real de la libertad.

La renovación de la democracia demanda dejar a un lado el consumo de los extremos que sólo promueven el fanatismo, que, a la larga, fragua el fracaso económico y el naufragio social y conspira contra la alternabilidad.

Por lo que se hace imperativo que irrumpa un nuevo liderazgo apartado de prácticas políticas como el personalismo y el clientelismo.

El país necesita de liderazgos con visión de futuro capaces de construir acuerdos por el bien común, y que quieran servir a otros con responsabilidad en la realización de un objetivo más trascendental como lograr los cambios políticos y sociales que demanda la sociedad.

El futuro será de quienes construyan una gran fuerza social que aplaque la desesperanza y fomente un liderazgo transformador que inspire, una y motive al ciudadano.

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