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Ciao, querido Malcolm

La señora de la guadaña tiene la pésima costumbre de lanzar sus hachazos a la loca, sin parar mientes en que uno les desea larga vida a los grandes amigos. Pues bien, el sábado pasado murió en Oxford a la prolongable edad de 82 años el gran Malcolm Deas, viejo amigo, claro, no solo mío sino de buena parte de la gente activa que hay que Colombia. Y digo activa, no activista ni dogmática.

Porque una característica notable de Malcolm era la cantidad y variedad de amigos que tenía, a derecha e izquierda, según se ha visto en la gran cantidad de despedidas que ha recibido. Tanto, que quizás sea preferible señalar cuáles amigos no tenía. No los tenía entre los grupos violentos de cualquier tipo que actúan en el país y tampoco entre los políticos sectarios que hay por aquí. Por ejemplo, no se puede poner en duda que Deas en su momento fue uribista, un uribista crítico que hacía sugerencias no siempre escuchadas. Al respecto, hace poco se declaraba “el único uribista-santista que existe en el mundo” porque, contrariando a Uribe, apoyó la paz firmada en el Teatro Colón. Tuvo una influencia muy positiva en Luis Carlos Galán, quien vivió en Inglaterra para esquivar los atentados contra su vida y fue alumno de Deas. Eso sí, no se le vio acercarse al actual régimen. Decía que Petro le parecía mesiánico y narcisista, y vaya si ha demostrado ser ambas cosas.

A Malcolm le gustaba abordar la historia por episodios y figuras que otros consideran menores, tal vez con la idea de que desde esas atalayas laterales podía ver mejor los perfiles de los episodios y figuras centrales. Así, no escribió sobre Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander o Antonio Nariño, para mencionar a los más connotados protagonistas de la Guerra de Independencia, ni siquiera escribió sobre este episodio fundacional. Prefirió el más modesto resto del siglo XIX.

Una de sus labores predilectas era desmontar mitos. Un ejemplo: el de la oligarquía como fenómeno dominante en la historia de Colombia. Le parecía que el término pertenece a una retórica poco rigurosa. A despecho de lo mucho que habla de la influencia de los militares, Malcolm dijo que “…en pocas naciones ha habido menos militaristas que en Colombia”. Y así.

Recién llegado, en los años sesenta, Malcolm pensaba que “…el país de entonces tuvo poca capacidad de autoanálisis y, si se me permite una observación burda, era muy confuso sobre su propia naturaleza y sus propios problemas”. A Malcolm le gustaba recurrir a la “historia comparada”, es decir, la que ve o deja de ver analogías, fáciles o difíciles, entre un país como Colombia y, diga usted, los europeos. Claro, también se alejaba de la idea de que los países vecinos se parecen.

Sus investigaciones se centraron principalmente en las historias de Colombia, Venezuela y Ecuador durante los siglos XIX y XX. Le interesaron la historia del café, las guerras civiles, las situaciones fiscales, los conflictos políticos y la cultura, en especial la tan influyente gramática. En 2008, el presidente Álvaro Uribe Vélez le otorgó la ciudadanía colombiana. Hace poco Malcolm publicó una inesperada biografía de Virgilio Barco, un político que no entusiasma a casi nadie.

Sus consejos eran legendarios, como el que le dio a su alumno Gustavo Bell, cuando en una llamada de madrugada en 1991 le sugirió soñoliento que aceptara la oferta de ser candidato a la gobernación del Atlántico: “porque es mejor hacer historia que escribirla”.

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