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Los Ojos: La lámpara del alma

Los ojos, esas dos luminosas esferas perfectamente situadas en nuestro rostro han sido objeto de alabanzas a través de toda la historia de la humanidad. En todos los ámbitos de la ciencia y del arte los ojos han cautivado la atención de innumerables personajes que han dedicado horas incansables de estudio para comprender su extraordinaria función y para ensalzar esta maravilla con la que hemos sido dotados.

En un sentido anatómico y fisiológico estricto, los ojos constituyen el sentido que nos permite entender y evaluar el mundo con más precisión que cualquier otro. En tan solo microsegundos los ojos ven, siguen, enfocan y procesan imágenes que se mueven a cientos de kms por hora.

Literalmente, los ojos están siempre hambrientos de luz, su diseño de lentes acuosas y proteicas, controladas por músculos, la atrapan y la canalizan. En su recorrido, la luz se encuentra en primer lugar con la córnea, una lente aseada y lubricada alrededor de 10 veces por minuto con cada parpadeo. La córnea admite y dirige los rayos de luz hacia una segunda lente, el cristalino, a través de la pupila, ese pequeño agujero en el centro del colorido iris que en una fracción de segundo puede pasar de una posición expandida a la contracción.

De allí, la luz vuela por una especie de humor gelatinoso hasta llegar a la puerta trasera del ojo conocida como la retina, esa diminuta e inteligente estructura de 0.254 milímetros de ancho que posee más de 120 millones de células llamadas foto-receptores las cuales convierten la luz en impulsos eléctricos que el cerebro es capaz de descifrar.

En un sentido poético los ojos han sido llamados las ventanas del alma. Cuando podemos ver a través de esas ventanas los secretos de la integridad del ser humano son revelados. Nuestro ser interior queda desnudo mostrando su verdad, y cuando esa verdad es el amor los ojos son consuelo del espíritu. Fernando Paz Castillo escribió: “Pero los ojos, los misteriosos ojos extasiados son risueño consuelo del espíritu: suave ternura de contemplar la vida y contemplar la nada, de sentir la caricia de la luz y la  llamada audaz de la distancia”.

Cuando el alma se expresa a través de los ojos, éstos se tornan en bellezas piadosas o en tormentos rabiosos, como hermosamente lo expresara Gutierre de Cetina: “Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados? ¿No sabéis que cuanto más piadosos sois, más bellos parecéis a aquel que os mira? No me miréis con ira, porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos”.

Más allá de la anatomía, traspasando las fronteras de la poesía, los ojos se convierten en la lámpara del alma; es decir, de nuestras emociones y pensamientos, por ende, de nuestras actitudes y acciones. Cada imagen que llega a nuestro cerebro a través de los ojos es capaz de formar conexiones de nuestras neuronas e incitar en nosotros un comportamiento. 

Para describir una imagen necesitamos el uso de unas cuantas palabras; mientras las palabras seleccionadas sean capaces de evocar en quien las escucha un mayor número de imágenes en su mente, más clara y nítida será la imagen final evocada por la descripción. De allí, la veracidad del dicho que una imagen vale más que mil palabras; pues, ciertamente la imagen se explica por sí misma.

De tal manera que lo que nuestros ojos ven es de vital importancia ya que finalmente determina acciones de nuestra parte. Jesús enseñó a sus discípulos que las malas acciones no son solo las que son consumadas en un hecho, sino aquellas que entrando como imágenes por nuestros ojos son concebidas en nuestras mentes.

En Mateo 5:27 al hablar sobre el adulterio expresó que al mirar para codiciar ya el hecho ha sido consumado en el corazón. Por lo tanto, insta a que si el ojo nos es un instrumento de tentación, sería mejor sacarlo y no que todo nuestro ser se convierta en oscuridad. En un mundo pleno de imágenes como nuestro mundo actual debemos poner especial atención a lo que nuestros ojos ven.

Debemos cuidar de no exponer a nuestros pequeños a imágenes que irremediablemente serán convertidas por sus retinas en impulsos eléctricos que su cerebro entenderá, y quedarán grabadas en su alma, literalmente por sinapsis o conexiones neuronales.

“Tu ojo es una lámpara que da luz a tu cuerpo. Cuando tu ojo es bueno, todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es malo, todo tu cuerpo está lleno de oscuridad. Y si la luz que crees tener en realidad es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad!”
Mateo 6:22


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