¿No bastó el tiempo de 14 años?
Discernimiento que debe vincularse estrechamente con la memoria colectiva; de lo contrario cualquier análisis al respecto carecería de sentido. Pareciera que para los sectores más necesitados los lapsos nada tienen que ver con transcurso del tiempo físico, el progreso, ni con el cambio del entorno en el cual se despliegan.
Los habitantes de esos sectores evalúan los ciclos históricos al albur los cuales definen sin más nada como cortos o largos. El 55% de la población no juzgó fundadamente los efectos de la permanencia de un hombre en el poder durante 14 años. Las despectivamente y mal llamadas clases C y D no valoran el tiempo como lo hacen los otros porque sienten que en nada se modifica su entorno y estándar de vida. Esos sectores se guían por emociones; no por racionalidad y el desarrollo.
En el país se ha producido una brutal ruptura entre la realidad de esas clases y la de los otros. La adaptación al medio degradado del 60% de la población se efectúa por debajo mediante un ritual de dominación consentido aunque con ello se incrementen los conflictos. Toda regresión conlleva a la larga a una negativa del juzgamiento de las malas condiciones sociales del presente al punto de congelarlas en el tiempo. Los sectores más pobres casi le temen a cualquier componente extraño que los perturbe. Para ellos el paso del tiempo no supone por sí mismo cambio alguno. El caos durante 14 años nada significó para el 55% de los votantes.
El desguarnecido piensa que cualquier modificación de su entorno podría provocarle una seria desorientación y un simultáneo aumento de obligaciones que hasta ahora no tenía. Ciertamente durante la campaña electoral privó la sobreabundancia de información estatal basada en falsas promesas en una magnitud mucho mayor de lo que podría soportar nuestro sistema nervioso. La maniobra electorera gubernativa, tutelada por un psiquiatra, estaba destinada a provocar miedo y reforzar una firme adaptación al medio deteriorado así como la caída del juicio colectivo para tomar decisiones racionales.
El 55% de los votantes no se detuvo ni un instante para pensar sobre la mengua física e institucional transcurrida en el país. Piensan que es lo mismo cuatro, ocho o catorce años, porque en nada se modifica el desenvolvimiento de su vida que transcurre en medio de una anarquía permisiva. La minusvalía de su entorno es percibida como un corolario político-social conducente a la fatalidad. ¿Se perturban acaso por el caos urbano en la metrópoli si viven en uno permanente? Para ellos el tiempo no cuenta. La diferencia está en que el actual régimen ha creado un sistema que condiciona las dádivas al apoyo político de estos sectores al mentor mayor.
Mientras el sistema productivo del país cae vertiginosamente a su mínima expresión, el máximo consejero les convence que el capitalismo nada mejorará su estatus y, por contrario, les arruinaría más; que la busaca petrolera venezolana es lo suficientemente gorda como para beneficiarlos pero, ¡eso sí!, sin necesidad de trabajar. «Hay que acabar con el trabajo remunerado porque es un vicio propio de la economía de mercado». En otras palabras: quédense cómo y dónde están que la revolución les asistirá.
Mientras creemos ver un continuum de tiempo mucho más amplio que el de nuestros antepasados, no nos damos cuenta que estamos sometidos a un proceso de dominio del presente por ideas escatológicas en una medida mayor a las que a mediano plazo puede asimilar el país. Estamos en plena encrucijada hacia más anarquía.