Literatura, libertad de palabra
La República Dominicana ha abierto las puertas esta semana a los más de 80 escritores convocados desde distintos países por el Festival Centroamérica Cuenta. Y han venido a juntar sus voces en un país que, si conoció un día la brutalidad de una dictadura sanguinaria, ha conseguido, ya por décadas, andar por el camino de la libertad y de la democracia. Si diversidad y libertad son inseparables, no menos lo son la literatura, y, otra vez, la libertad.
En América Latina, hoy en día, más allá de las distancias ideológicas, la lucha entablada es entre autoritarismo y democracia, o sea, entre opresión y libertad. Y la literatura se colocará siempre del lado de la libertad, y del lado de la democracia, dos palabras sacramentales que se reflejan en el espejo oscuro de que ya hablaba San Pablo en su Epístola a los Corintios: “Ahora vemos por un espejo, en obscuridad; más entonces veremos cara a cara…” Ver cara a cara a las palabras sin ataduras y sin mengua, alzarse en su libre vuelo hacia las verdades, y hacia la imaginación, es lo que los escritores pretendemos.
Y la libertad de palabra entraña también al periodismo libre. La cárcel que sufre José Rubén Zamora en Guatemala, por revelar la verdad de la corrupción y el cierre a que se ha visto obligado El Periódico, el diario que dirigía, son hechos que hay que condenar y denunciar con toda energía.
Centroamérica Cuenta es un festival literario nacido hace diez años en Nicaragua, y al que opresión y dictadura, el espejo oscuro, forzaron a la errancia; un festival exiliado que busca asilo, y lo encuentra generosamente en la República Dominicana; paradojas de las que siempre se aprende, pues el exilio ha enriquecido al festival, lo ha hecho crecer, lo ha multiplicado.
El territorio de la imaginación es muy vasto. Una imaginación vasta para una América vasta, compleja, alucinante, sorprendente, variada, como es tan variada la lengua en que escribimos. Una sola lengua de múltiples registros en los dos lados del Atlántico, ese territorio de La Mancha como lo llamó Carlos Fuentes. Una lengua que comunica a 500 millones de seres humanos, pero que, a la vez, es la lengua en que nos contamos historias, en que contamos la Historia, y con la imaginación, contamos la realidad, y la alumbramos.
La literatura es una ventana siempre abierta, el mejor de los miradores para acercarnos a ese mural en movimiento que es nuestra América. No vemos tantas veces lo que quisiéramos ver, justicia, democracia, igualdad, equidad, porque aún hay en el paisaje muchas iniquidades, opresiones, violencia, desajustes, carencias. Pero también hay esperanzas.
Y los escritores somos testigos de ese paisaje iluminado y doliente a la vez, y somos testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, como decía José Saramago. No es nuestra culpa si debajo de esas piedras lo que encontramos tantas veces son monstruos.
Nos hacemos cargo de las cargas, andamos con ellas, damos testimonio, recreamos la realidad, construimos realidades paralelas, y nuestro instrumento privilegiado para contar lo que vemos es esta lengua vasta hecha a la medida de una imaginación vasta.
La pregunta para qué sirve la literatura, es una pregunta ociosa. La literatura no es una profesión liberal, de la que esperar una rentabilidad fija, o un salario. La literatura es una aventura vital para quien la elije como oficio, una aventura llena de riesgos porque la ética de la literatura es la verdad, y al decir la verdad se incurre siempre en peligros. Es un oficio que suelen ofender al poder arbitrario, empeñado en castigar las palabras.
La literatura no ofrece respuestas, abre preguntas, cuestiona. Exhibe, revela, deja constancia, cuando es un oficio verdadero. La literatura nos permite, al escribir y al leer, ser otro y ser otros, descubrir realidades, usar el poder de la imaginación, dar majestad a la historia a través de las historias, ser intérpretes de la Historia que será recordada como la cuentan los novelistas. Porque la literatura fija la memoria. La literatura escribe la historia, y hace que la memoria perdure a través de la imaginación.
Y nos abre también a la búsqueda de encontrarnos, de averiguar quiénes somos, de explorar nuestra identidad múltiple y diversa como latinoamericanos. Asomarnos por las hendijas y descubrirnos. Encontrar que somos múltiples y diversos, y por eso somos idénticos.
Podemos escribir desde el lugar donde nacimos, o desde el exilio, si nos niegan el derecho a vivir en el lugar donde nacimos. Pero la lengua y la imaginación no nos abandonan, y las dos son formas de recuperar la memoria, y de preservarla.
Somos los custodios de esa memoria, la memoria de nuestros pueblos. De sus sueños, de su lengua, de su propia imaginación. La lengua nace de dos vertientes: del pueblo anónimo que la hace todos los días, y de la escritura literaria.
Yo, escritor hasta la muerte, vivo porque escribo. Vivo en mi lengua, que es mi patria, y vivo en la lengua y en la memoria de mi pueblo. Ninguna tiranía puede quitarme la lengua en la que escribo, ni puede quitarme la pertenencia a la gente que, desde mi infancia, da vida a mi escritura.
De ellos, de esos nicaragüenses hoy en silencio porque se les niega la palabra, y de los que igual que yo, viven en el exilio, nace mi escritura, y va a dar hacia ellos. Y desde ellos, porque ellos existen, es que yo existo, y puedo por eso ser latinoamericano, y aspirar a ser universal.
Pedro Mir, el gran poeta dominicano, escribió en el poema “Hay un país en el mundo”, sobre el hombre desterrado de su tierra: “Procedente del fondo de la noche/vengo a hablar de un país./…Natural de la noche soy producto de un viaje/Dadme tiempo/coraje/para hacer la canción…”
Centroamérica Cuenta es producto de un viaje. Y producto también de la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, según las palabras de Nuestro Señor don Quijote.
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