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Entre corrupciones y traiciones

Hablar de corrupción y de traición en la perspectiva del ejercicio de la política, lleva a desnudar el concepto de “poder” en términos de sus implicaciones como acto de violencia ejercida sobre la gente. Sobre todo, cuando podría asegurarse que “(…) todo poder es una conspiración permanente” tal cual lo refirió Honoré de Balzac, dramaturgo francés del siglo XIX.

La corrupción y la traición se asocian a medida que se actúa de modo distinto a los estándares que pauta la legalidad que fija la movilidad del hombre político. Aunque las realidades confunden toda vez que no terminan de ubicar estos comportamientos entre la causalidad política o social.

Pero indistintamente, de si se corresponden con una u otra naturaleza, social o política, sus secuelas son determinantes a la hora de propiciar crisis, conflictos o convulsiones de cualquier índole. He ahí la vía para dar cuenta del peligro que sus cometidos generan.

El caso venezolano

Venezuela, recién acaba de padecer una penosa y fea sacudida que conmocionó más allá de lo calculado geopolíticamente hablando. Causada la misma, por la incidencia de problemas de vieja data. Todo así ocurrió, por culpa de fracturas políticas que estrellaron sus ímpetus y codicias en el mero centro de críticas situaciones que se tambaleaban a su suerte. Sin embargo, llegó el exacto momento en que importantes contradicciones colisionaron frontalmente mientras huían sin que alguna orientación les permitiera hallar el rumbo que tiempo atrás había perdido.

La política enfrentó a la moralidad en un duelo cuyas armas de combate dejaron de contar con la precisión de choque que podía calcularse. La situación terminó convirtiéndose en un encontronazo que no tuvo el tiempo necesario para haberse evitado. El egoísmo, la envidia, el odio y el resentimiento, olvidaron actuar de acuerdo a lo que sus respectivas mediciones, de haber funcionado, habrían podido advertir.

De manera que el choque neutralizó la energía que provee de capacidad de respuesta para que sus actores pudieran haber anulado las tensiones que originaron el conflicto entre las facciones políticas en conflicto.

Hoy, el eco del problema sobrepasó las fronteras que trazaron esfuerzos y clamores que venían suplicando por el detenimiento una inmensa crisis que había estado en ciernes durante un largo tiempo. Fue tanto así el tamaño de la situación problematizada, que incitó otras que fueron arrastradas por el impulso de la gran crisis del desviado socialismo puesto en curso. Además, pretendido en nombre de una equivocada revolución que sólo incitó el fenecimiento del modelo democrático cuyo empuje lo brindaron interesantes criterios de desarrollo económico y social.

Ahora Venezuela volvió a repetir la gran confusión  que otras veces hizo sucumbir importantes proyectos de desarrollo. Cualquier intención de formalizar un proyecto nacional capaz de superar estragos anteriores, presentes y otros anunciados, quedó sepultado bajo toneladas de desvergüenza. Toneladas paleadas por conspiraciones envueltas, como tantas veces, entre corrupciones y traiciones.

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