Quizás Capriles ganó
Pasados algunos días de las elecciones me he sentado a meditar sobre el triunfo de Chávez, el cual me entristeció profundamente; sin embargo, ya con la cabeza más serena he podido alcanzar algunas conclusiones. Veamos:
Un triunfo de Capriles lo hubiera colocado en la difícil posición de correr con las culpas de la profunda y casi inevitable crisis que se avecina. Enfrentados a situaciones de esa naturaleza, los gobiernos se ven forzados a aplicar medidas de ajustes que suelen tener un severo impacto sobre la población. Eso es lo que le está pasando, por ejemplo, a Rajoy en España.
Para alcanzar los resultados electorales logrados, el gobernante pisó el acelerador del gasto público, endeudó al país más allá de la racionalidad, dispuso de las reservas internacionales líquidas, vendió parte de las reservas en oro del Banco Central de Venezuela, le quitó la autonomía al BCV y puso al organismo a financiar el gasto público mediante emisiones monetarias sin respaldo e incluso a auxiliar a Pdvsa (cosa inaudita), endeudó brutalmente a Pdvsa, desquició el manejo fiscal del país al disponer que Pdvsa se transformase en una suerte de Estado Paralelo que maneja por su propia cuenta −sin el control efectivo de nadie− cerca de la mitad del ingreso petrolero, propició un crecimiento sin precedentes de la inflación enmascarándola bajo pantalla de una Ley de Costos y Precios Justos que en realidad no hará otra cosa que dañar aún más profundamente un aparato productivo que, de por sí, está gravemente afectado por las expropiaciones −sin razón ni compensación− y por la falta de inversiones resultante del asesinato de la seguridad jurídica en Venezuela.
A partir de la crisis financiera global 2007−2008, todos los países latinoamericanos adoptaron medidas contracíclicas que en la mayoría de los casos lograron minimizar el daño y que, con pocas excepciones, salieron fortalecidos. Ese no fue el caso de Venezuela. Fuimos el único país de la región que se lanzó a una alocada carrera de medidas procíclicas que han dejado a nuestra economía gravemente debilitada.
A modo de ejemplo cito algunos indicadores. Entre las siete grandes economías latinoamericanas (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, México, Perú y Venezuela), somos la que experimentó la mayor caída del PIB en el período 2008−2011; en ese lapso fuimos la que padeció de mayor inflación; junto con Perú somos el país que padece de mayor pobreza (porcentaje de la población que gana menos de US$ 2,50 diarios); como consecuencia del financiamiento del gasto público a través del BCV somos el país con la mayor base monetaria −12,5% del PIB− que incluye moneda, papel moneda y reservas de bancos en el BCV, lo cual se considera una cifra explosiva (high power money) en materia inflacionaria; somos el país que tiene que pagar la mayor prima de riesgo por endeudamiento (16 veces más que Chile); después de Brasil somos el país que tiene la mayor deuda bruta total del sector público como porcentaje del PIB (45,5%); hemos experimentado el mayor crecimiento porcentual de la Deuda Externa Total; tenemos el mayor déficit fiscal primario del sector público como porcentaje del PIB en toda la región; hemos sufrido la mayor caída de las Reservas Internacionales en toda la región y, por último, entre los años 2009 y 2010 fuimos el país que experimentó la mayor caída del salario medio real y del salario mínimo en el sector formal.
Sé que todos los aspectos mencionados pueden lucir como tecnicismos. Lo que pasa es que en economía no existe la magia negra. Las situaciones descritas no la resolverán paleros ni santeros, e inevitablemente nos llevarán a una crisis profunda. Para poner un símil que todos entenderemos: el paciente está en las puertas de una enfermedad casi terminal.
Para colmo, todos los organismos (Banco Mundial, FMI, Cepal, Naciones Unidas) están advirtiendo que estamos acercándonos a una grave crisis económica de características mundiales. Incluso China −que era hasta ahora la estrella− comienza a sufrir la consecuencias de la inminente vorágine.
Por culpa de Chávez, Venezuela está desnuda para enfrentar una crisis de esas características. Prefiero que sea Chávez quien pague las consecuencias del monstruo que creó. Su popularidad se desvanecerá.
Ese será el momento de Capriles. Sólo cuando el pueblo comprenda que fue engañado, podrá existir el acuerdo social necesario para enfrentar con éxito la tormenta que se avecina.