Pensar antes de acusar
Una de las características mas perniciosas de nuestro ser colectivo es la tendencia predominante a juzgar negativamente a cualquiera que asome el rostro a la arena pública.
Por definición, la gran mayoría de los venezolanos consideran, con o sin razón, que todos los políticos son corruptos, sin detenerse a pensar que ningún estado, ninguna sociedad, puede funcionar sin que algunos se ocupen profesionalmente de la cosa pública. Es lógico que, como en cualquier actividad del mundo privado, haya personas más o menos competentes, más o menos honestas, más o menos ambiciosas, más o menos codiciosas, pero nadie dirá que los que se dedican a trabajar en actividades de naturaleza privada son, por definición, corruptos.
Lo que agrava este parecer es la facilidad como, sin elementos de prueba a su disposición, cualquiera se siente autorizado a sentenciar que fulano o sutano es un corrupto, sin que ese personaje haya sido imputado y mucho menos sentenciado como tal.
Puede ser que, como pocos confían en la transparencia del sistema judicial, se sienten impelidos en convertirse en jueces de la moral pública.
Podrían tener razón en algunos casos en los que resulta pública y notoria la riqueza no justificada de tal funcionario civil o militar. Pero cuando ese hecho no es notorio y se utiliza para descalificar al adversario político, se genera una desconfianza nociva hacia todos los que pretendan dedicar su vida a la cosa pública.
Vale la pena entonces pensar antes de acusar, si tenemos, en efecto, pruebas evidentes que confirman el juicio que emitimos.