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El tejido de la vida

Cuando pienso en la palabra tejido, inmediatamente viene a mi mente la imagen de una red, de un entramado. Sin hacer esfuerzo, encuentro que hay cientos de estructuras en la naturaleza que corresponden a un entrecruzamiento de materiales diversos. De la misma manera, encontramos entramados que corresponden a abstractos como las ideas y los sentimientos. Porque más allá de las miles de imágenes de todos los tejidos que conforman el maravilloso diseño del cuerpo humano, también existe un tejido psicológico y espiritual, los cuales se van entretejiendo con todas las experiencias vívidas.

La palabra tejido proviene del latín “texere” que significa unir, entrecruzar, entrelazar y trenzar. Es un sustantivo formado con la forma del participio del verbo tejer. Tiene una raíz indoeuropea “teks” usada para expresar tanto tejer como fabricar. Al hablar de la fabricación de un determinado tejido podemos distinguir en su estructura dos componentes: En primer lugar, la urdimbre o el entramado propiamente dicho. La urdimbre está formada por los hilos que constituyen el largo de la pieza. Y, en segundo lugar, la trama, constituida por los hilos que cruzan o atraviesan la urdimbre. La trama es el resultado del ir y venir de los movimientos del tejedor.

A propósito de la actividad de tejer, vale la pena mencionar que a pesar de ser una actividad ancestral, en el mundo actual las diferentes técnicas de tejido representan una de las terapias más populares y efectivas. Las personas que tejen no sólo desarrollan habilidades motrices sino aumentan su capacidad de concentración, de relajación e incluso, cuando se realiza como actividad grupal, enriquece el tejido social; ya que actúa como puente, propiciando el establecimiento de vínculos entre individuos que lo practican. Estudios llevados a cabo por la Neurociencia han demostrado que la complejidad del tejido mejora proporcionalmente la coordinación cerebral y la concentración.

Cuando consideramos los tejidos desde el punto de vista biológico, un tejido está conformado por la unión de células que tienen un origen embrionario en común. Así, la unión o agrupación de células semejantes, ordenadas o dispuestas de una manera específica y con una función determinada conforman la estructura de los diferentes tejidos del organismo humano, estudiados por la Histología: El tejido epitelial, el conectivo, el muscular y el nervioso. Todo un mundo de una organización admirable que siempre nos causa asombro.

En la naturaleza todo corresponde a un tejido. En lo que respecta a la interacción de los seres humanos, también podemos referirnos al tejido social, en cuyo caso las personas agrupadas en respuesta a la subsistencia humana, el desarrollo de la vida y la motivación al logro en sus diferentes facetas, representan lo mismo que las células para los tejidos biológicos. La familia es la célula, la trama fundamental del tejido social. La relación entre los miembros de diferentes tejidos o grupos que conforman la sociedad está atravesada por esa necesidad del ser humano de agruparse, de vivir en comunidad y actuar en consonancia al bien común.

Hace pocos días estaba escuchando una conversación entre uno de nuestros hijos y mi esposo. El teléfono estaba en altavoz para que todos participáramos; sin embargo, me quedé rezagada, embelesada en la conversación entre padre e hijo. Hablaban acerca de la manera cómo se van sucediendo los diferentes acontecimientos de nuestra vida, de la mano del gran Tejedor que atraviesa con el hilo de su amor nuestra existencia, enseñándonos a cada paso, formando nuestro carácter, escribiendo nuestra historia.

Siempre he pensado en el revés del tejido, porque en la parte externa, podemos ver la exactitud de cada puntada, expresada en la armonía y belleza del tejido entero; pero, en el revés podemos ver los lugares de los nudos, cuando el hilo se acaba, las peripecias del tejedor para mantenerse en el ritmo, para solucionar los errores. Y esto me hace pensar que de la misma manera son nuestras vidas; los que están afuera solo son capaces de ver la parte externa, ignorando toda la ardua labor que cada uno lleva a cabo para cumplir a través de su existencia un propósito de bondad, para mostrar una vida digna, capaz de bendecir a otros.

Dios nos teje desde el vientre de nuestra madre. Y de la misma manera que Su mano va formando cada tejido de nuestro cuerpo, así Él va tejiendo nuestras vidas con cada evento, cada circunstancia, cada experiencia. Así, también va entretejiendo nuestro espíritu con Él. El salmista lo expresa hermosamente en el Salmo 139:13-16.

“Porque tú formaste mis entrañas;

Tú me hiciste en el vientre de mi madre.

Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;

Estoy maravillado,

Y mi alma lo sabe muy bien.

No fue encubierto de ti mi cuerpo,

Bien que en oculto fui formado,

Y entretejido en lo más profundo de la tierra.

Mi embrión vieron tus ojos,

Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas

Que fueron luego formadas,

Sin faltar una de ellas”.

A pesar de los miles de kilómetros de separación entre padre e hijo pude percibir como ambos estaban fundidos amorosamente en un tejido único, en esa relación paternal que marca nuestras vidas para siempre. Pude percibir que el tejido de sus vidas es lo suficientemente resistente para sostenerlos cuando hay una caída, cuando el sol se oculta por varios días, cuando el invierno es más frío. En un punto de la conversación el padre le expresó al hijo cómo cada acción en el camino, cada expresión de confianza en Dios junto a la actitud de nuestro corazón, constituyen un hilo que va haciendo cada vez más fuerte el entramado del tejido de nuestras vidas.


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