Chávez en finales
Una revolución es algo serio y trascendental. Es un cambio de fondo que debe asumir una sociedad. Una revolución es, como la palabra lo indica, un giro, una vuelta, un estado de cosas nuevo. Una revolución no puede ser bueno para ti y malo para mí. No puede ser esta corrupción abierta y desmedida a los ojos de un presidente, que sabe lo que pasa y no lo reconoce “por ahora”. Una revolución destruye lo que existe para dar paso a algo nuevo; caras nuevas, mandos renovados y formas de pensar diferentes. No puede hacerse con una banda de delincuentes, que estuvieron al acecho del poder para llenar sus alforjas. Hacerlo no es nada fácil, requiere de tesón, modelaje, valores compartidos, autoridad, disciplina y un claro norte.
Es más que tomar un micrófono todos los días para engañar viejitas y muchachos. Una revolución debe acompañarse de mucha eficiencia, y resultados, pues son esos resultados tempranos, los que convocan voluntades para continuar haciendo cambios en la sociedad. Un gobierno no puede empujar por el buche una revolución a nadie, si no logra convencernos de que eso significará progreso, calidad de vida, empleo, seguridad, educación, cultura y paz. Una revolución mal ejecutada, no va a ningún lugar, salvo a su fracaso. Intenta hacernos ver que el capitalismo y la oligarquía tienen la culpa de todo.
Un presidente que habla mucho, pero dice poco no tendrá resultados. Le debe explicar a su pueblo, que hacen sesenta mil cubanos en Venezuela, metidos hasta los tuétanos de nuestra vida. Esta revolución nos debe todavía las cuentas de todo el dinero manejado y derrochado. Chávez no puede seguir vendiendo el oro y contratando deuda futura sin control alguno. Esta fallida revolución, que no supo mantener y mejorar la industria eléctrica, que puso a caminar un tren chucuto desde Charallave a Caracas, que destruyó las industrias de Guayana y acabó con la industria petrolera, está en finales, gastando el dinero que no tiene, para intentar mantener un rojo control sobre todo.
Las sociedades producen sus líderes cuando los necesitan. Venezuela no fue la excepción. Capriles llegó en el momento adecuado para hacerle ver a Chávez que su tiempo terminó. En diez días estaremos en las urnas para darnos la oportunidad de producir una verdadera revolución que enrumbe a nuestro país por un mejor camino.
Cada nueva aparición pública de Chávez nos muestra un presidente sin magia y sin foco llenando de insultos a su contendor político. Un cansado y repetitivo discurso vendiéndonos futuro y miedo ya no produce efecto alguno. Así no se ganan elecciones.
Que no se quede nadie sin votar. Acabemos con esta farsa.