Y el pueblo habló
Los números hablan por sí solos. Mal hará quien caiga en cegueras y sorderas improcedentes. El pueblo habló. Dijo lo que tenía que decir. Para quien quiera y sepa escucharlo.
El pueblo habló. Lo hizo con la discreción de quien quiere decirle a quien grita que hablando pacito se entiende la gente. Dijo el soberano que aquí no hay espacio para mandamases, dijo que las que siente sus conquistas le pertenecen por derecho propio, pero que si esas conquistas son utilizadas como acicate del odio, entonces dejarán de ser derechos para convertirse en inmoral moneda de transa.
Perdió la propuesta del progreso. Así lo dicen los números. No conseguimos explicarnos bien o no pudimos seducir para lograr la confianza. Pero esa mismas cifras dicen que la propuesta de la revolución no se puede llamar a engaños, que no puede cantar aplastante victoria, que el gobierno tiene que mirar con los ojos de la tolerancia, la inclusión y el respeto.
No voy a caer en el trágico y patético expediente de hablar de una victoria pírrica. En democracia, así sea por un voto de ventaja, se respeta lo que el pueblo diga. Pero sí voy a decirle al gobierno que no puede hablar como si la victoria hubiera sido de millones. La poltrona de Miraflores no puede ser el butacón de un apóstata de la democracia. Aquí hay reglas, reglas de oro, escritas en un libro que llamamos Constitución Nacional. Y ahí en ese texto, palabras más palabras menos, consta que no hay ciudadanos superiores e inferiores, que todos somos iguales ante la ley y que nadie tiene el derecho de atropellar, de aplastar y mucho menos de vejar.
El pueblo habló. Habló en ese lenguaje de palabras cortas e intrincados mensajes. Nos dijo cosas, tanto a los ganadores como a los perdedores. Nos dijo que necesitamos un nuevo futuro. Nos regañó a unos y a otros. Así las cosas, a buen entendedor, valgan las pocas palabras.