Volver a ser nosotros
Hay momentos en que se nos mete un demonio en el cuerpo y dejamos de ser nosotros mismos. Sucede con los celos, con el resentimiento, con la envidia. Después de un tiempo, al ceder la posesión, nos extrañamos de lo que hicimos y de lo que fuimos. Ese es el tiempo de la Venezuela actual, el momento que vivimos. Hemos pasado 14 años en estado de posesión colectiva pero podemos volver a ser nosotros mismos.
Lo sentí el domingo. Mi esposa, siempre local, siempre venezolana, extrovertida, alegre y llana, se acercó a un grupo de jóvenes que bailaban y vitoreaban a Henrique Capriles en la asombrosa marcha de cierre de campaña en Caracas. Los aupó y bailó con ellos. Una muchacha, capturada por su entusiasmo, la vio a los ojos y le dijo: «¿Verdad, señora, que nosotros antes éramos así, alegres, calurosos, hermanos? ¿Verdad que podemos volver a ser nosotros mismos?»
La joven tendría apenas 20 años pero había recibido la imagen de otra Venezuela posible a través de la memoria de sus padres, venezolanos que vivieron su pasado en la «Sucursal del cielo», aquella Caracas sin muros y de puertas abiertas a la hospitalidad que se distinguía como símbolo del desarrollo para toda América Latina. Esa fue la Venezuela que se perdió en los últimos años de la democracia de adecos y copeyanos corruptos y excluyentes y que desembocó en el estado final de enfermedad y descomposición social que hemos llamado revolución bolivariana.
Son millones los venezolanos chantajeados y obligados por razones utilitarias a mantener su cabeza baja frente a un régimen humillante fundado en el culto a la personalidad y en la disminución y dependencia del ciudadano.
Empleados públicos, contratistas, millones de inscritos en la Misión Vivienda que mantienen una esperanza pragmática, aunque en el fondo sepan que después de las elecciones la bondad del caudillo desaparecerá como se esfuma el genio de la lámpara al que se le pidió el deseo. El próximo domingo votaremos no por un fin material sino por la recuperación de nuestra identidad.