Chávez: prisionero del gorilismo militar
No hay dudas que Hugo Chávez confronta desde mediados del año pasado la misma situación que vivió el dictador, Marcos Pérez Jiménez, cuando intentó renunciar después de la derrota electoral del 2 de diciembre de 1952, decisión que se frustró cuando fue amenazado con su detención inmediata por el Alto Mando de la época, uno de cuyos oficiales le espetó ametralladora en mano (el teniente coronel, Oscar Tamayo Suárez, Comandante General de la Guardia Nacional): “¿Cómo que va a renunciar y nos va a dejar a nosotros desamparados para que la jauría de adecos, urredistas, copeyanos y comunistas nos despedacen?”.
Y fue así cómo el tímido, pusilánime y corto de luces coronel, Marcos Evangelista Pérez Jiménez, dio el golpe que desconoció el resultado electoral, asumió la dictadura y gobernó al país con mano de hierro durante 5 años, al final de los cuales fue derrocado por un movimiento cívico-militar y marchó a un exilio de por vida, solo interrumpido cuando regresó a Venezuela en 1963 para ser enjuiciado “por delitos de peculado y malversación de fondos” y condenado a 4 años, un mes y 15 días de prisión.
En el caso de Chávez, es evidente que la increpación de sus militares de más confianza, de generales como Henry Rangel Silva, Hugo “El Pollo” Carvajal, Clíver Alcalá Cordones, José Gregorio Montilla Pantoja, Luís Alfredo Motta Dominguez y del almirante, Carlos Aniasi Turchio (entre otros) se hizo, no por unas “elecciones perdidas”, sino por unas que “podían perderse”, y la alta oficialidad, a diferencia de la de Pérez Jiménez, tomó las previsiones para no correr los riesgos que les significaría verse abandonados por el hombre que, no sólo les ha dado poder e impunidad, sino sin cuyo abrigo podrían ser pasto de la justicia penal nacional e internacional.
Y no hay dudas de que ésta es la causa de que el enfático, copioso. incontenible verbal y propenso a deprimirse, teniente coronel, Hugo Chávez, abandonara su lecho de enfermo, interrumpiera el tratamiento que especialistas médicos cubanos le habían prescrito para superar una dolencia cancerosa de diagnóstico reservado, pero para echar el resto y jugárselas por los hombres a los cuales debe su permanencia en el poder, que algunos tratadistas juzgan inconstitucional y hasta contra el sentido común.
Lo cierto es que, desde el último trimestre del año pasado y el primer mes del presente, el gobierno o revolución chavista han tomado un giro netamente militar y francamente anticivil, con los hombres de los cuarteles pasando a ocupar más y más posiciones clave en la estructura burocrática del estado y los de cuello y corbata reducidos a someterse al mando de quienes, por concentrar el monopolio de las armas y la confianza presidencial, parecieran mejor dispuestos a recurrir a salidas límites ante las confrontaciones que lucen inevitables en el corto y mediano plazo de la crisis nacional.
Una primera señal en esta dirección fue dada el 5 de enero pasado cuando, el teniente coronel ®, Diosdado Cabello, fue nombrado presidente de la Asamblea Nacional, sustituyendo al civil y excomandante guerrillero de los 60, Fernando Soto Rojas, el cual, a pesar de sus discursos rocambolescos de radical revolucionario y chavista, mantuvo relaciones conciliadoras y de acercamiento con la bancada de oposición representada en el parlamento.
“Conmigo no habrá reconciliación” fueron las primeras palabras de Cabello al asumir su nuevo cargo, y con ellas, pareció salirle al paso a informaciones, según los cuales, no pocos parlamentarios oficialistas daban muestras de estar inclinados al diálogo y discutir salidas en caso de que el presidente Chávez perdiera las elecciones del 7 de octubre próximo.
Ahora bien, hasta la designación del teniente coronel ®, Cabello, para la presidencia de la AN, el cuerpo legislativo había estado controlado por el sector civilista del PSUV encabezado por el canciller, Nicolás Maduro, y el exministro del Sector Eléctrico, Alí Rodríguez, quienes, no por casualidad precisamente, habían recibido de parte de Chávez “despidos preanunciados”, el uno para ser lanzado como candidato a la gobernación de Carabobo en las elecciones que se celebrarán el 7 de diciembre y el otro para que viajara a Quito a encargarse de la presidencia de UNASUR.
Con estos anuncios, también llegaron decisiones que afectaron a otras dos figuras emblemáticas del sector civil del gobierno y la revolución: una que envía al ministro de Información y Justicia, Tareck El Aissami, a postularse como candidato a la gobernación del Estado Mérida, y otra al vicepresidente, Jaua, a hacer campaña por la gobernación de Miranda.
O sea que, si Maduro, El Aissami y Jaua, arrancaron como funcionarios de alto nivel en un momento en que la revolución parecía consolidada, y los militares lucían tranquilos, quietos, y sin insomnio por el futuro del corto y mediano plazo de Chávez y su experimento socialista y revolucionario, ahora, con el desgaste terminal de la revolución, Chávez con un pronóstico de salud comprometido y una derrota electoral ad portas, nada más lógico que sean los hombres armados y con causas con la justicia internacional, los que salgan a apostar “a todo o nada”.
Por ahora, ya Cabello está al frente de la Asamblea Nacional y decidido a reducir a los parlamentarios oficialistas con debilidades por una reconciliación del país, y, lo que es más cuartelario, dispuesto a meter en cintura, vía presupuesto, a aquellos gobernadores y alcaldes psuvistas con pocas posibilidades de ser reelectos y reacios a renunciar para que sus opciones sean asumidas por militares o civiles de alma, corazón y vida militaristas.
El cuestionado y solicitado por tribunales estadounidenses, general Rangel Silva, es premiado con el ministerio de la Defensa y el mensaje no puede ser más explícito para que el resto de la oficialidad con acusaciones por complicidad con el narcotráfico: el comandante-presidente no los dejará solos y estará siempre con ustedes, antes que con un civilismo ambiguo, cansado y con deseos de retirarse a disfrutar de sus activos bien, o mal habidos.
En la misma línea, ya pareciera estar resuelta la desaparición del ministerio del Interior y Justicia, o por lo menos su yuxtaposición, a un Superministerio de la Información, que tendría como titular al exdirector de la DIM, Hugo “El Pollo” Carvajal, al cual estarían adscriptas el SEBIN, la DIM, y las direcciones de inteligencia del Ejército, la Armada y la Guardia Nacional.
O sea que, Carvajal, igualmente en una lista del Departamento del Tesoro de USA, acusado de cómplice con narcotraficantes colombianos, se convertiría en el superjefe de los cuerpos de seguridad, inteligencia y contrainteligencia, con un control sobre la información política y militar del país como solo la tuvo el tristemente célebre director de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada, durante la dictadura del general, Marcos Pérez Jiménez.
Las preguntas son: ¿Cómo reaccionarán los factores civiles del PSUV y del gobierno ante esta creciente militarización de la burocracia del Estado y de la revolución? ¿Se mantendrán de brazos cruzados ante una pérdida de poder que no terminará hasta después que pasen a ser una insignificancia del proceso que tanto han contribuido a desarrollar y sobrevivir? ¿Resistirán y se aliarán con la oposición para salvar y fortalecer lo que queda de la democracia y reconciliar a un país que está pidiendo a gritos la unión de todos para no perder las primeras décadas del siglo XXI?
Las respuestas es evidente que están en camino, tienen una primera fase de realización en los resultados de las primarias del próximo 12 de febrero, y, sobre todo, terminarán de hacerse explícitas cuando sepamos si Hugo Chávez es efectivamente el candidato oficial a las elecciones presidenciales del 7 de octubre, y si las gana o pierde.
En este contexto, pienso que la decisión de una mayoría de dirigentes y militantes del PSUV de unirse a la oposición para enfrentar y derrotar la militarización de país, es imperativa.