Empatía
La empatía se define como la capacidad de comprender y percibir las emociones y sentimientos de otra persona sintiéndolos como propios. Comúnmente es lo que se conoce como “ponerse en el lugar del otro” o “en la piel del otro”. Consiste, pues, en intentar de buena fe comprender qué sentimientos o qué necesidades experimenta otra persona, especialmente cuando pasa o afronta una situación normalmente delicada o negativa. Suele decirse que todos, en mayor o menor medida, tenemos empatía, y que cuando vemos ciertas situaciones como injusticias, tragedias o simplemente a alguien pasándolo mal por algo, nos suscita sentimientos de pena o comprensión. Más aún sucede cuando ocurre con una persona cercana o que conocemos. Pero no es cierto, o lo es en algo así como la menor medida imaginable: casi nadie se da cuenta de que “el otro” está en una situación comprometida, y por lo general la inmensa mayoría de las personas cree que es justo que defienda su interés, aun cuando al defenderlo perjudica grandemente a otra persona, y por más que esa persona sea su hermano o su hermana, o su tío o su tía, o su amigo a su amiga. La empatía es un valor muy necesario en sociedad, y gracias al cual el hombre se adhirió a ella. Las relaciones de voluntariedad, generosidad y ayuda desinteresada emanan de la empatía. Las personas que realizan todos estos actos están inspiradas en la empatía, se ponen en el lugar del prójimo y ayudan a los demás. Pero por desgracia esas personas son una minoría exigua. Lo normal es que un individuo le dedique un esfuerzo especial a “defender lo suyo”, su propiedad, su dinero, sin pararse en ver si al hacerlo, sobre todo cuando lo que defiende no es realmente vital para su existencia, le está haciendo algún daño a alguna persona cercana. “Esa casa es mía y mi hermano no tiene por qué beneficiarse de lo que paga el inquilino por vivir en ella”, suele decir el propietario aun cuando ni siquiera necesita el poco dinero que puede hacer que su hermano no se muera de hambre. El cristianismo en buena parte se basa en la empatía, eso debido a que Jesucristo fue, sin duda, un claro ejemplo de bondad, generosidad, valentía y perseverancia, pero, por encima de todo, de misericordia y de capacidad para ponerse en la piel del otro y para sufrir con el que sufre, lo que está muy presente en el pasaje del Evangelio en el que se ve claramente esta cualidad de Jesús: “Poco tiempo después iba camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’, y acercándose al ataúd, lo tocó y dijo: ‘¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!’. El difunto se incorporó y empezó a hablar, y Cristo se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: ‘Un gran Profeta ha surgido entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. El hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante”. (Evangelio Lucas 7, 11 – 17). Y no es el único pasaje del Nuevo Testamento que revela la empatía de Jesús. Hay mucho otros, tantos, que puede afirmarse que la base del cristianismo es la empatía. Lo contrario de la empatía es el egoísmo, cuyo mayor grado es el idiotismo. En materia de política casi todas las doctrinas se basan en el egoísmo, salvo, quizás, el liberalismo, que se apoya en la idea de “dejar hacer, dejar pasar”, es decir, permitir a cada quién que sea libre, contrariamente al socialismo, que se basa en la idea de restringir al máximo la libertad. Y es curioso, pero el socialismo proclama que se apoya en la empatía, lo que no es extraño, pues si en algo se especializan los socialistas es en mentir. Es obvio que los socialistas en cualquiera de sus variantes, socialismo, comunismo, fascismo, nazismo, populismo, militarismo, se creen superiores al resto de la humanidad y se interesan especialmente en sus propios asuntos, aun cuando por lo general proclamen lo contrario. Esa es una de las razones de que hayan fracasado en donde quiera que han sido autoridad: desconocen por completo la empatía, no son capaces de ponerse en el lugar del otro y condicionar sus decisiones a las consecuencias que pueden tener en la vida de los otros.