Como en el Titanic
Venezuela navega escorada y sin derrotero desde el día en el que el pasaje entregó el timón a un fracasado golpista que incorporó una marinería igualmente fracasada tanto en la lucha cívica como en la aventura armada. No fue el impacto producido por el choque contra un iceberg, como ocurrió al Titanic, sino el de un misil castrocomunista en la línea de flotación que le perforó el casco democrático-constitucional, desviándole el rumbo y abriéndole una tronera por donde penetraron el militarismo, la megalomanía, la ignorancia, la confiscación de fundos, fábricas, empresas comerciales y viviendas; el asalto al tesoro público, el narcotráfico, el crimen organizado y cuanto delito imaginable.
Tan lacerante realidad está presente en las cestas casi vacías de quienes acuden al mercado, en la vergüenza del mendicante que tiende la mano que implora pan para sus para sus hijos, en las ardientes lágrimas de madres y padres que ven morir sus niños en los hospitales por carencia de medicamentos e instrumentos quirúrgicos o ahogados en los ríos huyendo del hambre o en el rostro que delata el pesar de las víctima del despojo de la prole, empujada a migrar en procura de pan y techo o enterarse de las penurias que van desde vocear su hambre a grito pelaao por las calles de ciudades que no les pertenece, hasta desempeñar trabajos denigrantes y soportar el acoso de la xenofobia.
Así que salir de la casa y dar unas vueltas que incluyan la visita al mercado o al centro comercial más próximo, es ser invadidos por la mezcla de dolorosa iracundia, al ver personas dejando productos de la dieta diaria por no disponer de dinero para pagarlos; así tubérculos, leche, queso, carne y verdura o alimento para lactantes. Constatar la desolación que invade calles y locales comerciales es, junto con la arrechera que cargamos a cuesta, tomarle el pulso a la prolongada crisis total que se abate sobre Venezuela y que desgarra a quienes tienen menos recursos, los más vulnerables, sus víctimas preferidas; nos permite identificar el origen de las vertientes que la alimentaron y tiraron al país por un barranco.
Visitar un Centro Comercial es recibir una bofetada y, por momentos, quedar aturdidos, para luego reaccionar cargados de indignación. Porque la monstruosa realidad que mantiene a Venezuela postrada y preagónica es la resultante de la receta marxista-leninista, copia al carbón e inequívocamente iguales a los obtenidos en la URSS y en cuanto país ha sido implantado.
Ahora bien, a lo largo de los 22 años de ominosa dictadura socialcomunista Venezuela, sí porque Venezuela más que un territorio son su gente, ha demostrado inmensa fortaleza y convicción democrática, hecha suya y disfrutada durante más de 40 años; es la reserva moral con la que ha topado la tiranía castrocomunista, desdoblada en Socialismo del Siglo XXI.
Tanto es así que, a pesar de la desolación que invade la calle, de la monumental arrechera que se eleva por sobre el desconsuelo, y de la criminalidad de Nicolás, el burdégano que más patea en Miraflores según sus acólitos, las reservas morales tienen un pedestal inconmovible en las artes. Lo pude comprobar en reciente visita al Centro Comercial Las Mercedes. Tomé asiento y solicité me vendieran un café marrón fuerte; cuando comenzaba a degustarlo vi pasar a un octogenario avanzado, tanto como yo. Una frágil figura que ameritaba el respeto aprendido en la Urbanidad de Carreño. De pronto la música colmó los espacios vacíos, la vida se hizo presente con las notas de “Esta noche vi llover”, bella canción de Armando Manzanero, que el octogenario ejecutante interpretaba con el piano. Lo aplaudí. No pude evitarlo, lo aplaudí a rabiar y me acerqué hasta él. Comenzamos a conversar de todo y de pronto, en tono interrogativo, dije: ¿Y tocas todos los días? Cuando respondió tuve la sensación de escuchar la entonación del LA natural.
Sí porque, como en el Titanic, el músico es el último que se rinde.