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Artigas

Artigas es una urbanización construida en 1943 durante la gestión del presidente Medina. Mi mamá, que había egresado en la primera promoción de Enfermeras, graduada en 1940 en Escuela dependiente de la UCV, con el científico Jacinto Convit, Marcel Granier padre, Fernando Coronil y la enfermera catalana de apellido Ripoll, en la Junta Directiva a cargo, había sido enviada a trabajar en Mene Grande, Zulia, y en esa época era muy difícil trasladarse del Zulia a la Capital, Caracas, por barco, y tomaba varios días, de manera que optó por adquirir una de las viviendas de modelo más sencillo y barato en la Urbanización Artigas (imagino que en homenaje al prócer independentista uruguayo José Gervasio Artigas, cuya estatua estaba en la confluencia de las avenidas San Martín, Morán y La Paz, al comienzo de Bella Vista y Vista Alegre. pero la transacción se hizo por poder, con un médico amigo representándola en el trámite.  La urbanización consta de dos modelos, uno de dos viviendas de una planta, que comparten un techo a dos aguas, tienen patio frontal y lateral, y el otro de viviendas de dos plantas, sin separación lateral, con sólo patio frontal, más grandes y caras. El conjunto tiene tres avenidas, la principal al centro, llamada primera avenida, y las otras dos a los lados, llamadas segunda y tercera (también calles A, B y C), las tres orientadas de norte a sur, con longitud de unos 600 metros, ocupando todo el conjunto aproximadamente unas 8 Hectáreas, con calles laterales más cortas, de oeste a este. Todo el conjunto iba desde la avenida San Martín al sur, al comienzo del sector denominado Atlántico, que iba desde un callejón en el borde norte de Artigas, hasta el sector La Silsa en Catia, atravesando una carretera con muchas curvas y casas modestas, incluso ranchos. En la acera occidental de la segunda avenida había casas con diverso estilo y tamaño, sin la uniformidad de los 2 modelos que conformaban la urbanización Artigas. Al este de la tercera avenida construyeron Barrio Unión, con modestas casas y unos bloques, 3 de 15 pisos c/u, 405 aptos, y 6 bloques de 4 pisos c/u, otros 160 aptos, en total esas megaedificaciones albergaban 565 familias. Era terreno peligroso, propenso a la agresión y el atraco, contrastaba con la placidez de la que se disfrutaba en Artigas. Al oeste, la amplia calle paralela a la 2a avenida de Artigas se denominaba Arvelo, y más al oeste, con áreas arboladas, estaba La Quebradita, sector de amplias parcelas y grandes viviendas, en una de las cuales funcionó por años el Liceo Público Luis Razetti. Entre Arvelo y La Quebradita, al norte, había una pequeña parcela rectangular, en la que unos agricultores portugueses araban la tierra con yunta de bueyes y cosechaban verduras y hortalizas, rezago de la Venezuela rural que habíamos sido. Era un espectáculo admirable y nostálgico. A relativa corta distancia sobre la montaña al oeste, había un área arbolada, hasta la cual íbamos en plan de excursión en grupos de niños. Al este, vecino al Hospital Militar, otro bosque llamado “Los Eucaliptos”, que también era espacio para jugar. Ambos sectores han cambiado muchísimo, ahora donde había pinos hay enormes bloques, y los eucaliptos fueron desplazados por un rancherío, que es zona roja, aledaña al túnel que comunica San Martín con Catia.  

La casa que mi madre adquirió estaba en la calle B o 2ª avenida, era la número 134, y ella le puso en letras metálicas niqueladas el nombre “Montserrat”, su homenaje personal a la porción de España de donde vino la Maestra de Enfermería por quien ella sintió gran aprecio, la “Señorita Ripoll”. Casualmente, ese nombre ha tenido participación especial en mi vida. El 26 de diciembre de 1970, día de mi 25º cumpleaños, abordé en el puerto de Southampton, al sur de Inglaterra, el barco “Montserrat”, una motonave española de mediano tamaño que, tras 20 días de navegación, habiendo hecho escala en Vigo, Tenerife y Trinidad, me trajo a La Guaira, y seguiría curso hacia Jamaica, para luego retornar a Europa. También Serrat es el apellido del español  que interpreta una buena porción de las canciones que más me agradan. Escuchar a Joan Manuel [cantando “de Algeciras a Istambul”, preguntándose angustiado “¿qué va a ser de ti lejos de casa?”, o narrando la bella historia de dos amigos, en “Juan y José”, que es la historia de cientos de miles de españoles separados por la emigración, que obligó a tantos mediterráneos, también italianos y portugueses, a dejar sus lares nativos para sobrevivir en este lado del océano Atlántico, donde la mayoría encontró hospitalidad, trabajo, techo, amistades, y muchos formaron hogares, hasta incluso quedar sembrados en nuestros cementerios] es uno de mis mayores placeres.

Para inicios de la década de los años 40, los vehículos automotores no eran parte regular de la dinámica urbana venezolana, sólo algunas dependencias públicas, pocas empresas privadas y familias muy adineradas tenían automóviles a su servicio, de manera que en el diseño de las viviendas para familias normales no se contemplaba la inclusión de un espacio para garaje, y absolutamente todas las de Artigas incluían un patio delantero angosto, las de modelo grande, contiguas entre sí, o dos patios las de modelo pequeño, uno lateral, patios con función exclusivamente ornamental, para servir de jardines, no de estacionamiento. El terreno usado para construir Artigas no era plano, venía en pendiente desde el Atlántico hasta la franja donde luego construyeron la Avenida San Martín, de manera que tuvieron que nivelar las manzanas, dejando algunas casas a unos pocos centímetros de la acera, otras a más de un metro, a las que había que acceder por escalones. Por supuesto que, con el tiempo y si el desnivel con la calle lo permitía, algunas casas con patio lateral fueron adaptándolo como garaje, en los años 50 y 60. Pero la mayoría de quienes adquirieron vehículos debían estacionarlos en la calle, cerca o lejos de sus respectivos hogares, no había puestos fijos.

La cuadra corta transversal a poca distancia de mi casa, entre las avenidas segunda y primera, tenía sus casas a un metro de altura respecto de la calle, y en una de ellas vivió el Doctor Miguel Ángel Landáez, quien fuese Ministro de Justicia en la gestión de Rómulo Betancourt del 59 al 64. Él tenía y conducía un hermoso Citroen que debía estacionar al frente de su casa de dos pisos, pues la parcela estaba un metro por encima de la calle. Recuerdo que ese carro al apagarlo bajaba de estatura, su sistema de amortiguación tenía esa función, subía cuando lo encendía por las mañanas para ir a atender sus importantes labores. Por un callejón corto y cercano, donde jugábamos beisbol con pelota de goma, se llegaba al sector llamado “La Plazoleta” que tenía un área verde grande y casas distribuidas en derredor, haciendo medio círculo. Allí vivía la familia Nieves, el padre,  dirigente adeco de la época en que los militantes demostraron tener hombría y coraje al enfrentar a los represores de la anterior dictadura militar, comandada por Tarugo, Marcos Pérez Jiménez. Dos de sus hijos se unieron a la injustificada aventura guerrillera del MIR y el PCV, siendo David el de más repugnante conducta, además de alzado en armas contra la Democracia de los 60, ha sido chavista de uña en rabo desde que la pesadilla castrochavista inició en Venezuela, febrero del 99. En una ocasión fue sacado de la cárcel, donde estaba por insurrecto, por obtener los votos suficientes para ser un diputado en el Congreso. Ese mismo derecho él se lo ha negado a demócratas que han sido candidatos y electos estando injustificadamente en prisión. Su hija es “magistrado” del TSJ y alguna vez declaró que las leyes y la Constitución debían basarse primordialmente en los criterios del resentido bastardo de Sabaneta. Deduzcan de allí cuan torcido fue el indoctrinamiento que recibieron ambos, padre e hija.

Me desvío un poco del tema principal, para compartir dos insólitas torpezas cometidas por un obviamente incapaz, en mala hora designado a dedo como Gobernador de Caracas, Diego Arria. Por algún estúpido capricho, en una ocasión prohibió que se estacionaran vehículos en las calles, absurda orden que causó molestias a innumerables residentes de urbanizaciones, como Artigas, en las cuales la mayoría de las casas no tenía espacio para garage, y se vieron forzados a pagar mensualidades extra en estacionamientos públicos, que además estaban lejos de sus viviendas. En otra ocasión, la Maternidad Concepción Palacios, ubicada en la mitad de la avenida San Martín, construida en los años 40, ampliada en los 60, era la mejor Maternidad de Latinoamérica, pero no sólo atendía parturientas de la capital, sino de todo el Distrito Federal, y algunos estados cercanos, de manera que, como también otros Hospitales de Caracas, se saturaba con los pacientes que superaban su capacidad, lo que ocasionó que con frecuencia debían colocar dos pacientes en cada cama o camilla. El ilustrísimo y creativo Gobernador Arria nuevamente demostró su condición de analfabeto funcional, y ordenó que cuando cada hospital tuviera ocupadas todas sus camas, se prohibiera el ingreso de otros pacientes, sin importar la gravedad de cada caso. Afortunadamente, no todos los miembros del personal médico y paramédico en la jurisdicción dependiente de las insensatas órdenes de este cerebrito le hicieron caso, y muchas parturientas tuvieron que compartir camilla hasta ingresar en la sala de partos, pero dieron a luz en condiciones civilizadas y felices. Un sábado 16 de agosto de 1976, llevé a mi madre, con su uniforme de enfermera, y su condición de Supervisora en la Maternidad CPB, a la entrada de emergencias, acompañando a mi esposa, ya con contracciones de su segundo embarazo, e ingresaron ambas sin contratiempos, a pesar de que ya estaban todas las camillas ocupadas. En la entrada estaba una señora casi en trabajo de parto a quien le negaban el ingreso con la excusa “Arriana” de que ya estaba saturada la capacidad de hospitalizar. Mi madre se aseguró de que mi esposa quedase a cargo del personal necesario, y de inmediato vino a la entrada de emergencia y me pidió que nos ocupáramos de la parturienta rechazada, quien con una amiga se montó en el asiento trasero de mi camioneta Jeep Wagoneer y a toda prisa fuimos hasta el Hospital de la UCV, donde tres médicos en la entrada (jóvenes y aparentemente haciendo pasantías) con bastante indiferencia hacia la señora a punto de parir, me dijeron que ya no había cupo para ella, de acuerdo al decreto de nuestro premio Nóbel en gerencia para idiotas. Busqué una camilla, la puse al lado de la camioneta, acostamos a la parturienta en ella, y la dejé junto a los tres “arriados”, señalándoles que ahora era su responsabilidad, y nos regresamos a la Maternidad en San Martín, donde a las 11.30 pm nació mi segunda hija.  Hasta febrero del 99 los casos de incapaces en altos cargos eran la excepción, incluso los déspotas Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez seleccionaban en base a preparación y capacidad a quienes ocuparían ministerios o gobernaciones. Con el sucialismodelsiglo21 lo mediocre monopoliza hasta las Alcaldías, enchufan a incondicionales, inescrupulosos y oportunistas dispuestos a cometer las arbitrariedades y los excesos que sistemáticamente implementa el plan de destrucción del país, económica, institucional y social, de los vergonzosos lacayos del neoestalinismo cubano y otros regímenes forajidos.

2ª avenida o calle B, primeras 5 casas a la derecha, del modelo de un solo piso , cada techo a 2 aguas cubría dos casas, con patio frontal y lateral, más arriba se ven las de dos pisos. En primer plano mi mamá, mi hermano y yo (al centro), con el vehículo Borgward Isabella estacionado frente a nuestra casa, ampliada a dos pisos en su patio lateral. Al fondo el cerro del Atlántico y los bloques de la Silsa

Entre mis vecinos más próximos, en la segunda avenida, recuerdo a los Ruiz Poleo (luego en esa casa los Bello), los Hermoso (luego los Charmelo, y después Dora y sus 2 hijos), los Parada, la familia trinitaria de la señora Amelia y sus descendientes (traje a su nieto Mickey a Bqto. en agosto de 1973, y causó sensación aquel negrito, todos lo asociaban con Memín, un personaje de TV que yo desconocía), los Hernández con su Transporte Bolívar, los Villarroel, Los Morales, los Fagúndez, los González Abreu, María Berbesí y su hijo Nelson, la señora solterona que paseaba a su perra “Congui”, raza Gran Pirineo, (y un ahijado en Kobe, Japón, donde su padre ejercía de Cónsul), Blas Ramos (su hermano jugó para el equipo de Venezuela que ganó la Serie Mundial en Cuba, 1945, vivía por esa misma acera pero abajo, cerca de la Av. San Martín), Los Schmucke Parra, y más arriba, en un edificio bajito, los Villasmil. En la transversal, la tribu de la señora Polita, la señora Pina, René, Alberto, los Sanz (hermano y sobrinos del esbirro subdirector de la represiva Seguridad Nacional), Sergio Sierra, luego cineasta, y su hermosa hermana Charito. Más abajo, por la misma calle B, los Guariguata, Los Donmare, los Trujillo, los Landaeta, los Ortega, el “guapo” Carlos Rivas, Hatuey y sus bellas sobrinas, los Salgado, las Rojas, los Betancourt (uno era bedel del LAB donde cursé de 1º a 3er año, allí tenía una bella hija el músico Alberto Muñoz, Enrique, Máximo, Lucio, útiles mecánicos). Cerca, en la 1ª Av. El señor Isaac y sus 2 hijas, Tribilín, que tocaba el arpa (su hermana fue esposa del Pavo Frank, percusionista de Aldemaro Romero), los Grana, Betty fue Reina del Carnaval en los 60, los Azpurua, que sólo dormían en Artigas, pasaban todo el día en El Paraíso, incluido el que luego fuese cineasta y rebelde, muy próximo al ñangarato. Los Matute, los Villanueva, y un sacamuelas que hacía desastres con las dentaduras.  

Fiesta en patio de familia Landaeta, ¿reconocen a alguno?

Era tan variada la fauna humana de Artigas, que teníamos muy cerca de mi casa 4 bodegas, la de los muy serviciales canarios, Concha y Ernesto, la de los portugueses Avelino y sus hijos, y otras 2 atendidas por italianos, Víctor y Carlos. Yo hacía mis mandados en las 4, para que no hubiera discriminación. Teníamos el botiquín de Marrero, con escalones que todavía están atravesados en el canal de circulación vehicular, donde a menudo me tomaba una Green Spot o una Orange Crush conversando con mi amigo José Andrés, hijo del dueño. La barbería de “Chamberí” y su socio, la Quincalla de Diomar, la Carnicería de José (alguna vez envió conmigo un mensaje a su amigo coterráneo de Madeira, cuya empresa en Barquisimeto elaboraba los helados en concha de coco). Teníamos al famoso “Loco Bermúdez”, adeco rajado, que se mofaba de Wolfgang Larrazábal en plena calle, durante la campaña presidencial del 58, y al más famoso aún, Virgilio Galindo “Ruyío”, el de la Radio Rochela, cuya casa quedaba a 50 metros de la franja por donde pasaba a diario el tren de Antímano a El Silencio (al dejar de funcionar lo ferroviario, esa franja de terreno inmediatamente se llenó de ranchos, hasta el Hospital Militar, a unas 4 cuadras de Artigas). Cerca de la casa de Ruyío estacionaban camiones que traían plátanos para vender en Caracas (algo similar funciona en la paralela a la Av. Libertador de Bqto. a la altura de las calles 37 y 38). En una misma familia con 7 hijos, varones todos, había 2 militares, 3 ñángaras guerrilleros, y un torturador de la SN. Un cura español se ocupaba de la capilla cercana, ya en Barrio Unión, y tenía un hijo con una doble fea, que era la conserje de una escuelita privada. En la imprenta de Juan Quintana, ayudante calvo siempre con sombrero, 100 tarjetas de presentación costaban Bs 5. Durante muchos años tuvimos dos Restaurantes, el “Da Romano”, al inicio de la 1ª Av. a metros de la Av. San Martín, y “El Rey”, 100 metros más arriba pero en la 2ª Avenida, ambos restaurantes eran de italianos, y sus platos deliciosos (en El Da Romano, el postre más exquisito era la manzana horneada, en El Rey era un quesillo que preparaban unos chinos, y venía en moldes de metal, de donde se sacaban presionando con una cucharita la parte superior, para voltearla sobre un plato pequeño, donde esa pirámide truncada, de 10 cmts de diámetro por 3 de altura, mostraba su acanelada superficie. Eran divinos, y valían un real, Bs 0,50). A fines de los 60, Juan, un venezolano que había laborado en El Rey, montó su propio negocio a menos de una cuadra al sur (luego supe que lo mudó al Centro Comercial que construyeron frente a Artigas, del lado sur de la Av. San Martín). En ese sector funcionaba el Electroauto Alberti (su hijo ahora es yerno de mi hermano), y paralelo a la Av. San Martín había un centro comercial de una sola planta, con Librería, Panadería y un local que vendía vehículos marca Skoda, demolido para hacer allí la actual Estación de el Metro. Ya en Arvelo, había una Estación de gasolina, y el edificio de Radio Cultura, que alguna vez fue Escuela de Música y luego albergó oficinas de CANTV. 

Entre Arvelo y La Quebradita había una familia en cuya casa funcionaba el Cine más maravilloso y fantástico que he conocido; En su patio, con unas 30 sillas plegables y al aire libre, los sábados de 7.30 a 9 pm, proyectaban una película gratis, mediante un original sistema de trabajo. Cada film duraba 90 minutos en promedio, un motorizado se encargaba de ir hasta una sala de Cine comercial, y traía con puntualidad inglesa, cada media hora uno de los tres rollos de cinta en 135 mm, por acuerdo amistoso de la pareja de hermanos del Cine de Patio al que tantas veces asistí, y el responsable de la proyección normal (nunca supe si eran del Cine Artigas, Ritz, Diana o Royal, los 4 en la Av. San Martín). También funcionaba una Casacuna en una grande y acogedora casa, diagonal a la esquina SE donde terminaba la 3ª avenida de la Urb. Artigas. Allí nos metió mi madre, cuando yo tenía 4 años, atendida por unas abnegadas y eficientes monjas (aprendí a leer y escribir a la edad de 5 años, en ese Jardín de Infancia), y luego de un frugal almuerzo, dormíamos una siesta sobre esteras de paja tejida, que luego doblábamos en forma de tubo, en sus respectivos sitios de esa sala.

Teníamos todo un personaje, que vivía en los bloques del vecino Barrio Unión, pero se ponía sus mejores galas y bajaba por la segunda avenida, ejecutando una coreografía al estilo Marcel Marceau, cada  paso en 2 movimientos, lo que le ganó el apodo de “El Gallo”. Desde algunos bloques en la época de la vergonzosa guerrilla, disparaban hacia el  Hospital Militar, en sentido contrario yo vi Balas de fusil al rojo vivo pasar por encima de mi casa.  A dos cuadras al norte, por la misma acera oriental de la segunda avenida, un joven llamado Al Zeppy alquiló una casa y en ella comenzaron a organizarse los miembros del grupo musical “Los Zeppy”, donde se iniciaron como cantantes José Luis Rodríguez y Estelita del llano, tuvieron algunas apariciones por TV. Creo que en esa misma casa, años después, el actor de RCTV Edmundo Valdemar instaló una “Academia de actuación” que, por un tiempo atrajo a muchos jóvenes que ambicionaban ingresar en la farándula. La mayor sensación la causaba su vehículo, un deportivo Mercedes Benz blanco, descapotable, donde muchos se tomaron una foto. Cuando el presidente de Francia, Charles de Gaulle,  visitó Caracas, y cumplía agenda oficial con el presidente Raúl Leoni, las dos primeras damas visitaron una institución escolar a 2 cuadras de mi casa, y las pude fotografiar. A pesar de las inconguentes y fracasadas guerrillas, patrocinadas por el gánster Fidel, aquellos fueron tiempos placenteros. Hoy, el deterioro causado por la distopía comunista es obvio, a la escala de todo el país y también a la pequeña escala de aquellas urbanizaciones, diseñadas y construídas con criterio de progreso y prosperidad, no el estancamiento, la falta de libertades y la miseria que inevitablemente derivan del mediocrizante igualitarismo castrista.    

Grupo, con mi hermano, José Antonio, apoyado en el volante de la bicicleta,
y nuestro pastor alemán «Fiel» a la derecha
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