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Defendiendo mi derecho a opinar

No voy a escribir de cuestiones jurídicas sobre las que algo se por los años de estudio y de práctica, ni sobre cuestiones políticas sobre las cuales el derecho a opinar es ilimitado y universal. Voy a escribir sobre fútbol, más bien quizá sobre cómo debe  regularse su práctica, por haberlo practicado por muchos años y sobre todo por haber sufrido las decisiones arbitrales quizá por muchos años más de los años en los cuales lo practiqué, porque ellas se sufren no solo cuando uno es protagonista, sino también cuando uno es espectador.

Me han presentado ahora la novedad de la exactitud en las decisiones basadas en el apoyo tecnológico que aporta eso que tiene como nombre propio el “VAR”. Perdonen la digresión que introduzco solo por gusto, si se tratara no del VAR, sino del Bar, me resultaría más aceptable. ¿Soy acaso un negador de la tecnología, del progreso, que en el mundo de los deportes puede introducir una precisión imposible de alcanzar por parte de los seres humanos dejados a sus propias capacidades? No lo creo ser, ni muchísimo menos lo pretendo ser.

Cuán eficaz se muestra el VAR en un juego como el tenis cuando dice que la pelota tocó o no tocó el área de juego y en el béisbol cuando el lanzamiento del pitcher muestra si entró en la zona de “strike” o de “bola”, o si un batazo es “foul” o “fair”.

Por favor, no piensen que voy a negar la utilidad del VAR en el fútbol. Lo que voy a negar es la forma como su uso ha sido concebido. Las decisiones arbitrales por más de un siglo, pues el fútbol se practica organizadamente hace ya mucho más de cien años, fueron cuestionadas por quienes se sentían desfavorecidos y la conferencia con los auxiliares y aún con los participantes, dieron origen a rectificaciones en lo apreciado originalmente por los árbitros, desde luego pocas veces por la voz de los afectados y algo más si las observaciones venían de sus colaboradores.

La autoridad reposaba en el árbitro. La introducción del VAR ha mermado esa autoridad, si no es que acaso la ha suprimido para convertir el VAR en la autoridad decidora, introduciendo como natural consecuencia en los árbitros la inseguridad en las decisiones por ellos adoptadas. Si antes,  las decisiones arbitrales estuvieron sujetas a las críticas y reclamaciones de los protagonistas, pasando la gran mayoría de las veces a ser la decisión definitiva, hoy cada decisión (desde luego de importancia en el desenvolvimiento del juego y del resultado) parece reposar no en el árbitro, sino en el VAR. El árbitro ha dejado de ser la máxima autoridad, para convertirse en un “oficiante tutelado”.

En un deporte como el tenis, tan fácil de apreciar la jugada correcta de la errada, la decisión de los jueces, que son los equivalentes a los árbitros, puede ser cuestionada por el jugador que la considera incorrecta y que le afecta solamente un número limitado de veces. Si acierta mantiene el número otorgado, si yerra pierde uno hasta que puede quedarse sin ninguno.

Creo que devolver a los árbitros su autoridad y dar a los competidores el recurso de impugnar la decisión acudiendo al VAR debe incorporarse en el fútbol. Cada equipo tendrá  una, dos, tres, cuatro, ponga el número que quiera. Si yerra lo agota, si acierta lo mantiene. ¡Que se cometerán errores! Bienvenido sea el derecho de los humanos a errar, pero no podemos entregar las decisiones de los hombres a las máquinas, porque es nuestra responsabilidad.

Lo que siento como algo peor a lo que acabo de expresar es sentir que la inseguridad en sus decisiones se apodera de los árbitros, porque si están tutelados por el VAR es equivalente a lo que en el mundo del derecho al cual pertenezco se dice del mayor de edad que por falta de capacidad para actuar por sí mismo debe ser conducido por un tutor.

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