Fuera de debate
Con un país tan maltrecho, caído en el deterioro profundo no solo institucional y moral sino físico, hay, sin duda, problemas demasiado urgentes que afrontar y material suficiente para debatir con sentido de ineludible realidad. Preocupa, sin embargo, que el germen del malestar crónico que ha afectado a la nación venezolana desde principios del siglo XX no sea discutido con profundidad e intensidad.
Es el tema del capitalismo de Estado, la propiedad del Estado sobre un importante número de recursos de la nación, hecho que indudablemente tiene consecuencias de peso sobre la pirámide del poder y la relación de fuerzas entre el Estado y la sociedad civil. Un extenso reportaje especial de la revista The Economist del 21 de enero ahonda sobre las circunstancias de la expansión del modelo de capitalismo de Estado a nivel mundial y sus consecuencias para la economía y el progreso de las naciones.
Las compañías propiedad del Estado constituyen el 80% del mercado de valores en China y el 62% en Rusia. El sector más comprometido con la propiedad estatal es el energético, principalmente el petróleo, donde 13 gigantes estatales controlan cerca del 80% de los recursos petroleros del mundo. Leviatán, además, se ha convertido en uno de los más grandes capitalistas financieros del globo al manejar el negocio de los fondos soberanos iniciado por los petroestados.
El manejo de las inmensas compañías estatales no sólo ha convertido a los gobernantes del mundo en apoltronados magnates fácil presa de los negociados y la corrupción, sino que tiene consecuencias de fondo sobre los equilibrios sociales.
Las empresas del Estado favorecen los contactos, son mucho menos creativas que las compañías surgidas de la iniciativa privada y sostienen su capacidad tecnológica mediante el poder, por medio de la copia y la imitación de los inventos de otros, y no a través de procesos de creatividad constante que aseguren la transformación imaginativa de la humanidad.