Opinión Nacional

Richard Blanco a la alcaldía Libertador

Por eso, si votara en cualquiera de las parroquias y circuitos del Municipio Libertador, lo haría sin dudar un solo segundo por mi amigo, mi compañero, mi hermano Richard Blanco. Orgulloso de saber que cumplo con una obligación moral y política. De allí mi consigna: RICHARD BLANCO A LA ALCALDÍA LIBERTADOR.

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            Viví muy de cerca esos dolorosos, difíciles siete meses de cárcel que sufriera mi compañero Richard Blanco, víctima de uno de los casos más emblemáticos de la justicia del horror de este régimen de infinitos oprobios. Los viví muy de cerca desde el momento mismo en que tuvieron lugar los sucesos que terminaron arrojándolo a las mazmorras de Hugo Chávez. Pues me encontraba a pocos metros del sitio en que se desarrollaran, mientras nos preparábamos para cerrar la gran marcha libertaria que ya alcanzaba su objetivo, en la Avda. Libertador.

            Como todos lo saben, y la justicia se viera en la obligación de reconocer – no por voluntad justiciera de sus responsables, que no la tienen ni la tendrán, sino por la arrolladora fuerza de los hechos – Richard Blanco no sólo no había agredido al sujeto que sirviera de cebo a los hechos, un sapo de la policía política del régimen presente para espiar a los participantes, sino que lo había salvado de la indignación popular que causara su nefasta presencia. Protegiéndolo con su cuerpo de los golpes que con absoluta razón muchos de los presentes querían propinarle. La infamia de la fiscalía, unida a la infamia del sapo y a la infamia de los órganos policiales y de justicia, castigó la grandeza de Richard Blanco con siete meses de mazmorra. Lo culparon de agredir físicamente a quien protegía. Como en los mejores tiempos de Juan Vicente Gómez. Preso por decente. El mundo al revés.

            El objetivo de la infamia no era Richard Blanco. Como tampoco lo fue en su momento Oscar Pérez, cuando le llegara la hora de la persecución y el destierro. El objetivo era el Alcalde Mayor Antonio Ledezma, reconocido desde el primer momento por los esbirros, asesores cubanos y amanuenses políticos del teniente coronel como su más temible contrincante. Antonio Ledezma acababa de aplastar a Aristóbulo Istúriz en el corazón de la capital y se erguía como el líder indiscutible de la oposición democrática. Había que triturarlo, pues de no hacerlo, sería el próximo presidente de la república.

De allí la pretensión de aplastarlo ejemplarmente, primero en sus dos principales compañeros de combate, aquellos que lo acompañaron en la solitaria travesía del desierto de quien jamás ha arreado las banderas libertarias de nuestras luchas, y luego en su propia persona, arrebatándole todas sus atribuciones y el presupuesto que constitucionalmente le corresponde. Se dice fácil, pero un Antonio Ledezma dejado a su arbitrio, pudiendo realizar las tareas que se había propuesto, disponiendo de su legítimo presupuesto para sus planes de becas, sus mini créditos para el empoderamiento de sus ciudadanos, su mejoramiento en salud, en educación, en seguridad ciudadana, en transporte, lucía invencible. Difamarlo, perseguirlo, aplastarlo se convirtió en la fijación psicótica del tirano. Algo que algunos suelen olvidar, hipnotizados por la seducción especular de las encuestas.

Sabía el régimen que anulando a Richard Blanco y a Oscar Pérez, los mejores activistas de su partido Alianza Bravo Pueblo, gran parte de la tarea estaría hecha. No sabía el régimen, y aún lo ignora, que Antonio Ledezma, buen heredero al fin del porfiado Carlos Andrés Pérez y del infatigable Rómulo Betancourt, no era presa fácil de cazar.

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            Desde esos aciagos días, mucha agua ha corrido bajo los puentes. Contra todo pronóstico, Antonio Ledezma se ha reafirmado como el líder indiscutido de la oposición democrática y una de las figuras esenciales de la transición, de cuyo decurso aún quedan muchas interrogantes que deberemos resolver. La oposición ha avanzado hasta asumir las riendas de su propio destino, que es el destino de la patria. Y la agenda del enfrentamiento político – que muchos quisieran proteger con almohadones de terciopelo – se escapa día a día de las manos del régimen.

            Nuevas figuras asoman un nuevo protagonismo. Y aquellos que el régimen creyó definitivamente derrotados, humillados y puestos fuera del juego, amenazan su frágil y tambaleante poderío civil en busca de bastiones de poder ciudadano. Una de esas figuras, que nadie podrá jamás culpar de haber estado al servicio de la conjura y de la traición, ni haber servido de dique a la indignación ciudadana protegiendo del descalabro a la infamia del golpismo desde las casamatas del chavismo en la asediada Miraflores, es precisamente Richard Blanco, aspirante, como legítimo caraqueño de cepa y tradición, a la Alcaldía Libertador.

            Su candidatura se sostiene por sí misma: no es producto de cambalaches ni de espurios concordatos. Se sostiene en su sangre caraqueña, en su servicio a la comunidad desde los distintos cargos públicos que ha ocupado. Siempre en lucha por la grandeza de su ciudad natal. Se sostiene en su grandeza moral. ¿Quién mejor para defender a los ciudadanos caraqueños, no importa su color político ni su condición social, que aquel que arriesgó su vida y llevó cárcel por defender a un esbirro del chavismo? ¿Es necesaria mayor prueba de generosidad humana y responsabilidad ciudadana?

            Por eso, si votara en cualquiera de las parroquias y circuitos del Municipio Libertador, lo haría sin dudar un solo segundo por mi amigo, mi compañero, mi hermano Richard Blanco. Orgulloso de saber que cumplo con una obligación moral y política. De allí mi consigna: RICHARD BLANCO A LA ALCALDÍA LIBERTADOR.

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