Opinión Nacional

La segunda muerte de Luis Tascón

Las turbulencias interiores del Presidente lo inducen a extremar provocaciones para que la MUD se desvíe hacia la confrontación y pierda el rumbo que con tanto éxito lleva. La brutal decisión del TSJ-SC sobre los cuadernos electorales tenía un solo y claro propósito: diseñar una nueva lista Tascón para que una espesa nube de miedo debilitara la alternativa democrática, ahora en el tope de su popularidad. Si la MUD traicionara el secreto del voto su prestigio se desvanecería. Previéndolo, la cumbre gubernamental ordenó el atropello, a partir de un mandamiento de amparo dictado por el más alto tribunal. El ponente no podía ser sino el célebre Carrasquero. 

Pero como dice el adagio, «los rusos también juegan». También juegan y nada mal. En este caso el papel de los rusos le correspondió a la MUD. Decidió ésta continuar la destrucción del material electoral, a la que se había obligado con el fin de brindarle confianza a los electores. La orden del TSJ llegó tarde, resultó inejecutable porque la quema había terminado su obra. Por más que escarbaron, sólo encontraron cenizas. La identidad fue resguardada y el Presidente, ya frustrado por el resultado de las primarias, montó en sublime cólera. ¡Ay de quien estuviera a su alcance físico! Luis Tascón moría por segunda vez suscitando encontradas emociones. Para la MUD todo se había eslabonado bien. La corriente cambiaba de dirección y había que ir con ella. 

La represión es la última ratio del oficialismo. Quiere doblarle la mano a la MUD, que ha dado tantas pruebas de inteligencia y bravura. Pero subestima el estado de ánimo de la gente. El desafortunado Presidente debería saberlo. La alternativa democrática, señor, es más fuerte hoy y menos presionable que nunca. No se va a salir del camino electoral, no habrá poder que la obligue. 

El Presidente tiene demostrada su adhesión a un falso axioma militar, según el cual siempre hay que colocarse a la ofensiva. No es verdad, eso no define el contenido pleno de la estrategia militar y Sócrates bien que lo sabía. La guerra no consiste en ir siempre de frente, le contestó a uno de los sofistas, siendo por cierto sofista él también. A veces hay que retroceder para conservar fuerzas a la espera de condiciones que permitan retomar la ofensiva. 

En el año horribilis de 1814, Bolívar le recomendó a Urdaneta no entrar en combate, retroceder para salvar el golpeado ejército patriota de una segura destrucción. Tal como hizo el joven comandante Chávez el 4 de febrero y el 11 de abril. Prefirió rendirse antes que caer en combate. 

Pero historias aparte, el Presidente ha intentado retomar la iniciativa, desde hace un tiempo en manos de la MUD. Ha intentado hacerlo porque el 12 de febrero una robusta corriente copó el escenario, cambió las expectativas nacionales e internacionales y dejó sembrada la idea de que realmente el 7 de octubre podría producirse un cambio de gobierno, de modelo, de estilo. De Chávez a Capriles, del lánguido y estólido socialismo del primero, a la vocación en el segundo de resolver los problemas de la gente, impulsar el desarrollo de la capacidad productiva del país y asumir las relaciones internacionales como área de intercambio con provecho recíproco y no como fuente de divisiones y fricciones. Pasar a la ofensiva, es para el Presidente recargar su ya aburrido repertorio de insultos y descalificaciones, e intensificar la represión. 

Presenciaremos una magnífica puesta en escena: un mandatario agrediendo a su rival con lenguaje de botiquín sin que el otro se inmute o se deje arrastrar a sórdidos pantanos retóricos. 

No deja de ser divertido. El que se hace llamar «el estadista» con las venas del cuello hinchadas, sudoroso, atropellando palabras, ronco de gritar, frente a un joven tranquilo, convencido, que no se desmelena ni se sale de cauce. 

Los errores se pagan, como diría algún bambuco antillano. Durante mucho tiempo el Presidente ha tratado de mantener un tinglado institucional para revestir con vestiduras democráticas sus cuestionadas prácticas. La Justicia en primer lugar, aunque, como las ciudades de Hollywood, sea fachada de cartón pintado sin nada detrás. Con el velamen hecho jirones, ha llegado hasta aquí el TSJ. Pretende salvar como pueda la ficción de una justicia imparcial dictada por jueces autónomos. Pero la masa no está para bollos y no es cosa de velar armas que no se usan. 

Tanto más con una MUD que no da marcha atrás ni se aparta de la ley porque ha comprendido bien la naturaleza del juego. 

Resulta peligroso dejarla avanzar en los meses que quedan para contarnos en las elecciones de octubre. 

Pero arrojándole insultos, tirándole piedras y palos no se logra ralentizar la imperturbable caravana en marcha hacia su gran destino. La situación no está para dejar sin uso las armas disponibles. Reprimir manifestaciones, hacer paseíllos de malhechores, y la decisión extrema de golpear adversarios políticos desde el edificio de cartón piedra dirigido por la magistrada Morales. 

Es un privilegio después de todo vivir esta vida, vivir este tiempo. En su primer manifiesto, los universitarios de Córdoba, que iniciaron en 1918 la gran Reforma, dejaron sentado que los jóvenes latinoamericanos viven en trance de heroísmo. Una gran causa debe convocarlos. Y ésta, por cierto, de las elecciones generales del 7 de octubre, lo es con creces. Vivan pues en trance de heroísmo las generaciones emergentes de Venezuela. 

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