La hojilla mellada

Encolerizado, con una furia que no le dejaba ver ni para los lados, la emprendió la noche de anoche, víspera de fecha patria, contra el magistrado cantante y contra el antiguo director de Globovisión, sin dejar por fuera de sus delirios iracundos al ex Gobernador de Carabobo, su ex amigo el general eructador. Este individuo, el showman de la nocturnalidad, pierde los estribos con notoria facilidad. El niño que suele acompañarlo no estaba por los contornos. Los mensajes que corren al pie de la pantalla interrogan sobre su ausencia, sin que se despeje la duda.

En el circo revolucionario, los enanos crecieron y la mujer barbuda se quedó lampiña. Cambian las piezas del ajedrez. El cantante en pantalla de televisión acusa a diestra y siniestra. Prendió el ventilador, a velocidad máxima. En esta opera del malandro, implica a máximas autoridades en las más sucias fechorías. Se confiesa culpable en grado de complicidad en la ejecutoria de órdenes provenientes de los máximos chivos de los poderes judicial, ejecutivo y moral. Revela que acató sin rechistar las instrucciones impartidas desde las altas esferas militares. No esconde que hay presos que fueron mandados a podrirse en las cárceles.

A lo interno de la gesta se produce un «sálvese quien pueda». La hipersensibilidad de «El showman del Ocho» denota un cierto derrotismo. La gota fría de la paranoia le pringa la frente. Luce exaltado, llenando el espacio de palabrotas, para gruñir como león en el selva. Pero con sus gritos no consigue disimular su miedo.

Es como el complejo de superioridad, que en realidad es de inferioridad. Su ira traspasa los limites de la lógica. Desnuda sus debilidades. Teme que quizás en este nuevo juego lo dejen por fuera, como burro amarrado en la puerta del baile. Tiene razón en pensar así. Colegas que están del lado revolucionario me apuntan que esa hojilla ya no corta. La hojilla, otrora afilada, está mellada. Ellos mismos dicen que toca cambiarla.