La unidad suprema
El 23 de enero de 1958, el pueblo rubricó con su presencia en las calles, el triunfo de una coalición cívico militar que culminó con la huida del Dictador de entonces y abrió el camino de la República Civil que cambió la historia y convirtió a la Nación rural en una promisora referencia política y económica en Latinoamérica.
Hoy, cuando se cumplen 63 años de esa emblemática fecha, nuevamente Venezuela está sometida por la bota tiránica de quienes usurpan el poder. Aquella celebración eufórica del 23 de enero que desde niños sentimos como la fiesta del cumpleaños de nuestra entidad ciudadana, hoy se trastoca en triste imagen congelada en una pintura clásica, colgada en la desvencijada pared de la patria, bajo el alegórico nombre del “Espíritu del 23 de Enero” que permitió un pacto de élites (Punto Fijo) que durante 40 años nos colocó en las primeras filas de la civilización. Hoy no hay nada que celebrar. De nuevo la barbarie se enseñorea sobre nuestra soberanía, repartiendo en grupos de poder nuestra geografía y entregando sin pena ni gloria hasta el territorio Esequibo.
Tendremos otro 23 de Enero? La tradición libertadora de nuestro gentilicio, seguramente lo hará posible. Pero hay que entender que no se le puede pedir acciones heroicas a un pueblo con hambre, sojuzgado por la persecución y arrinconado por el miedo.
Aquí cabe a nuestra generación, hija de aquel 23 de enero, hacer una reflexión: Acaso, vamos a pasar a la historia como los padres y abuelos que no supimos dejarle un país libre a nuestros sucesores?
Creo que ha llegado la hora de empinarnos por encimas de las tumbas de la vanidad y los personalismos e invocando el espíritu del 23 de enero, convocar a la unidad suprema de todos, incluyendo los desertores de la causa opositora y al chavismo sufriente, para volver a la calle, sin retorno, para conquistar de nuevo la libertad extraviada por nuestras propias culpas.