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La búsqueda (2): Los sueños de Moctezuma

He logrado salvar del  olvido algunos de los momentos más importantes de mi exitencia, en estos momentos que la muerte se acerca. Con el   ritual de imposición del  nombre  nací a la sociedad. Y otra etapa importante en estos renaceres  fue el  nacimiento al conocimiento. Se dio de manera inesperada con la entrada al Calmecac, debido  a la visita de mis futuros padres-madres al  hogar paterno. Ese día  fue el fin de la infancia,  día doloroso como todo parto. Esa noche fue la última cena bajo la protección del espíritus del hogar. Al día siguiente  tuve una nueva familia: el Calmecac. 

En el Telpochcalli y el Calmecac enseñaban  humildad y disciplina.  Se iniciaba  por aprender las más viles labores como  la limpieza de los templos,   los servicios personales a los aprendices de sabios y a los guerreros. En el  Calmecac   Los iniciados   se transformaban en puentes vivientes de las fuerzas que dirigían   el existir.   Se convertían  en buscadores de verdades ignoradas. La aceptación del dolor y el autosacrificio   eran  parte de  la cotidianidad para adentrarse en el mundo de los dioses. Eran  vías para templar el cuerpo y el espíritu. Cuando el Sol ardiente comenzaba abandonar la tierra y la estrella del  alba resucitaba de las tinieblas.  Los amantes del saber se dirigían a las cumbres de las montañas  con tazones de barro donde hacian  arder el incienso de copal,  para que las oraciones llegarán entre sus nubes  a Tonatiuh, el corazón del cielo. Hundíab en  sus carnes punzantes espinas de  jade y  maguey para fertilizar con la sangre la tierra. Buscában  unirnse a los dioses por el dolor y el desangramiento. 

 Desde joven me pregunté por qué  las secretas rencillas entre  dioses como la de Quetzalcoatl en eterna lucha contra Huitizilopoctli y Tezcatiploca.   Esas dudas me impulsaron aprender con pasión los cantares y antiguas tiras del saber.   

Azarosa fue la causa por la que  fui encontrando respuestas a esas interrogantes. Moctezuma El Dios-Viviente, Señor del Ombligo de la Luna, pidió voluntarios en el Calmecac para una  peregrinación que debía ir a las tierras del Sur, cuando  aún      no había completado los estudios. Fui porque intuí que el destino no se combate sino se hace con acciones. Ese día se inició la búsqueda que llenó la cuenta de mis días.

La causa del viaje   parecía ser comercial,  desde hacia  muchas lunas  no se recibían los tributos que se esperaban de las tierras bajas, y en los jardínes del Ombligo de la Luna empezaban a escasear los quetzales y los jaguares. El Dios-Viviente extrañaba el misterioso canto de esas aves y el rugir del dueño de los espíritus de la selva y del inframundo. En los jardínes  de su  palacio había lagos, cascadas, selvas, desiertos que imitaban las tierras en que vivían  estos animales.  La fluida música del correr del agua  se mezclaba con el  trinar de las aves, para convertirse en una dulce herida al recordar el lugar más allá del Sol  en el Oriente, el  Tlalocan,  paraíso de Tlaloc, a donde se dirigían las almas de  los muertos por ahogamientos o enfermedades  acuáticas,  solo a  ellos se les abrían la puerta de ese precioso jardín.

La verdadera razón de esa peregrinación era  saber la interpretación de  los sabios del mayab  de los sueños que  obsesionaban a Moctezuma. En el Calmecac pocos se atrevían a descifrarlos,  y los sabios del Sur eran  apreciados en las tierras de los aztacas  su  interpretación de   estos augurios. Los maestros que nos enseñaban  ese universo entre realidades, habían aprendido el arte de interpretarlos  en las lejanas selvas dominadas por las aguas del Usumacinta, el río del mono aullador. Solo era  uno de los integrantes de aquel viaje, por eso llege a saber poco   de los sueños que preocupaban al Dios-Viviente, sólo pude conocer algunos fragmentos relacionados con bestias humanas nunca antes vistas, por los rumores que se sabían de ellos en El Ombligo de la Luna. En las antiguas tradiciones se tenía conocimiento de animales similares, que vivieron entre nuestras tierras, pero los monstruos que intranquilizaban las noches de Moctezuma,   eran seres gigantescos mitad hombre, mitad animal.  Varios de sus allegados habían tenido sueños similares.  Y no habían logrado descifrar su  significado.

Entre los caminos de  México-Tenochitlan, el Ombligo de la Luna, en el mercado era común encontrar personas discutir  acaloradamente sobre estas visiones. Algunos soñadores afirmaban que estas bestias tenían  dorso de hombre y  pezuñas que  herían la tierra, se decía, que sus pisadas sembrarían desolación y de sus brazos nacerían mortales truenos y cortantes  lanzas. Cada nuevo soñador iba agregando algún comentario a los existentes. Si en en algo todos estaban deacuerdo era en que los espíritus de los antepasados intentaban comunicar algo terrible.  Por eso la interpretación de esos sueños por los sabios del Sur de las orillas del río de los monos aulladores, se había transformado en un grave problema.

Por la  angustia que dominaba   a  Moctezuma, pude conocer algunos de los antiguos libros sagrados en copias anteriores a las destruidas por la ira de Tlacael,  y en el mayab conocí las profecías de los Chilam y  los Libros del Consejo. Mi vida cobró un nuevo sentido.    

Muchos años antes de que la peregrinación al Sur se diera, pase gran parte del tiempo entre las paredes del Calmecac,  aprendiendo  los antiguos cantares pero  más que memorizarlos deseaba comprenderlos. Al solo memorizarlos sentía que lo esencial de los cantares  se me ocultaba. Estaba dominado por esa picazón vital que domina a  todo buscador de lo que está más allá del rostros de las cosas. La   inmadurez no  permitía comprender que esa etapa del aprendizaje, era solo el principio.

Los maestros,  en el interior del Calmecac abrían   bellos  códices  de papel amate, desplegados en forma de largas tiras, escritos, dibujados y pintados cuidadosamente, se debía aprender cada uno de sus símbolos antes de empezar a comprender sus ocultos significados. Los primeros relatos  que memorice eran antiguas épicas, que se hundían en las  raíces del tiempo, y narraban como llegamos a ser lo que somos.

Debíamos  comprenderlos aprendiendo a copiarlos, a deslizar suevemente el delgado pincel   sobre largas tiras,  y delinear los glifos con su variedades de grosores, pinceladas finas y precisas para los contornos externos,  gruesas para  los detalles  internos como   los cascabeles de las serpientes. Debíamos también conocer que colores utilizar para  la indumentaria de las deidades que gobernaban los días, especialmente los  ocres asociados a la sangre y los azules  a el agua de los ríos, que eran de tonalidades diferentes a  los azules grisaceos de las nubes cargadas de aguas, y  los colores que debían acompañar a cada  símbolo como el de Ozomatli, regido por Xopichipilli, la deidad de los danza y los poetas,  con su variedad de colores y movimientos burlones  como mono. En  algunas tiras ode los calendarios adivinatorias  defeca con movimientos burlesco a Micantecuhtli, el Dios de la muerte,   metáfora de cómo   la vida y las artes se imponían como forma de escapar a lo efeimero, a la gierra florida y al Mictlan, el reino del inframundo. Cada  detalle era importante, pues el equivocarse al pintar en una día a  su deidad regente en lugar de un rostro blanco con postulas rojas, por uno blanco con círculos azules cambiaban completamente el significado del  evento  que se avecinaba, por eso  tan importante  tener los colores adecuads  y tener cuidado al prepararlos  con las debidas propociones de raíces, conchas, piedras, cal y cenizas, ese hacer era un conocimiento  tan  esencial como el saber  pintar a los dioses con su   indumentarias; así día a día  se hacían nuevos copias de los  códices.  Algunas eran de cortezas de árbol como  la  de papel  amate y otras   de cuero de venado cubiertas de estuco.  Se copiaban muchos códices   adivinatorias que venían de las tierras del Sur, así conoci  la historia del dios Mono, protectos de los escribas y artistas en el mayab.

 Entre los cantares que debí copiar y memorizar La Historia de los Soles me inquietó  por las contradicciones que   había en él  con otras historias de  Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada,  la deidad protectora del Calmecac. Esa historia sagrada mostraba cómo surgieron  las primeras Eras, fundamento del  presente.  Y me negaba  aceptar algunas versiones del orígen. En el Calmecac se debatía acaloradamente sobre estos temas, mientras los maestros parecían ignorar estas discusiones. Pero con el tiempo  se hizo evidente  que eran  ellos quienes las promovían al hacercomentarios de otros sabios que evidenciaban las contradicciones, entre los diversos cantares y  códices.  Buscaban  fortalecer nuestros ardor por el conocimiento. Aquel era un precioso goce que nos hizo amar la duda y  conocer el corazón de la realidad.

Las primeras discusiones  fueron sobre los orígenes de la V-Era, la Nahui Ollin, y  la creación de los hombres por Xólolt, avatar de Quetzalcóatl. En esos relatos la deidad emplumada se negaba al auto-sacrificio para la creación del Nuevo Sol.  Y aceptar los sacrificios humanos como vía para la creación de la  humanidad.

Estas revelaciones  llevaban a problemas aún mayores ¿Quién había introducido esos cambios?, ¿cómo? y ¿por qué?.  Quetzalcoatl en  las crónicas y  tiras sagradas,  despempeñaba un papel ambiguo, al oponerse a la voluntad de los dioses  que deseaban que fuera su sangre y sus corazones  la  materia  para dar nacimiento a la vida en la tierra.  Quetzalcóatl se negó   alimentar con su cuerpo y alma al hambriento Sol-Tonatiuh. Y me preguntaba una y otra vez por qué  se oponía a Huitzilopochtli, el Colibrí del Sur y a Tezcatlipoca, Espejo Humeante.

En una calurosa pero húmeda tarde el  sabio mayor del templo. Traía entre sus manos   pliegues de pinturas rojas y negras para mostrar el calendario que regía a la estrella del Perro, Venus. Hasta ese momento sólo conocíamos el calendario adivinatorio de 260 días, cada uno de ellos  regido por una deidad.  En el Calmecac se enseñaba  burlar el destino,  se aprendía a contrarrestar las malas influencias de los días nefastos y sus deidades. Así, cuando un niño nacía en el día Tochtli, regido por el conejo y la Diosa del maguey, sus padres sospechaban que  tendría predisposición al pulque,  bebida   prohibida y peligrosa por su enloquecedora  embriaguez, solo era permitida en contadas ocasiones, y a los niños nacidos bajo ese signo se les educaba para  prevenir esa tendencia, sino su destino sería la muerte.

Mi curiosidad aumentó a  conocer bien  el calendario de la estrella del Perro.  Siempre estaba relacionada con nuestra deidad protectora. Las máscaras   que asumía comunmente  era  de Señor de la vida y la  muerte: Xólolt, el divino can, y de Quetzalcoatl renacido. Durante  gran parte de mi  vida perseguí las máscaras de   la Serpiente Emplumada, el Dragón Celeste, él    develó la manera de oponerse a las guerras floridas al espiritualizar la materia, al encontrar el    corazón de la realidad. Diversas versiones corrían entre el pueblo y los sabios sobre su origen. En Tezcoco celebraban una ceremonia en que se dramatizaba ritualmente a Quetzalcóatl como hijo de Chimalma, la cargadora de escudos y Camaxtle, el gran cazador.

El auto-sacrificio en la lengua  era un signo palpable, una sangrante marca, que por el resto de   la  vidas, haría   cuidar las palabras que brotaban de los corazones. Los maderos labrados y las tiras de amate impregnadas de sangre y dolor que travezaban las lenguas eran quemados en un bracero ubicado a los pies de Camaxtle. Ese fuego sería la señal esperada para terminar el ayuno y empezar la vigilia. En los iniciados se percibia una inquietante serenidad, las almas de los iniciados habían desplegado  vuelo. 

Durante días deberían estar despiertos. Los debilitados cuerpos serían  dominados por visiones y murmullos divinos, mientras sobre los hombros se cargarían a Camaxtle. Sería llevado al centro de la plaza donde lo vestirían con plumas de quetzal y collares de conchas marinas, transformandolo en Quetzalcóatl.

En la fundación de la era Nahui Ollin, los dioses se reunieron en Teotihuacan y alumbrados por el resplandor de sus corazones decidieron quienes poblarían la tierra. Quetzalcóatl, fue escogido para crear la nueva huamanidad, fue al inframundo transformado en Xólotl, deidad con cabeza de perro, dispuesto a robar los esqueletos de hombres y mujeres de la Era anterior, el tesoro más preciado de los Señores de la Muerte. Ellos  serían el soporte para que la nueva humanidad reencarnará. 

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