A los que se sientan aludidos
Lo leí, era un artículo de opinión; me lo enviaron por esta misma vía, varias veces, gracias, y juzgué, sentimental yo, que faltaba alguien, algo. Y me puse a pensar y dije para mis adentros: ¡caramba!, así de mal estarán los partidos políticos que ni una línea, una mención; ni flor ni espinas, qué raro; ni tan siquiera ya culpables.
A menos que el autor del escrito aludido, a quien leo con la casual frecuencia de los días, mas no conozco, pero que entiendo escribe bien y es estimado por sus opiniones en las tertulias de lado acá, que en eso se ha convertido el país político de oposición, archipiélago inestable de las peñitas de los jueves por la tarde por ejemplo, «pero no muy tarde porque tú sabes cómo está la cosa de la inseguridad», se quiera hacer el turco a favor de los partidos políticos y para defenderlos los ignora haciéndoles un daño inmenso en la auto estima de su identidad, porque deberían ser ellos los verdaderos responsables, asumir su destino, su barranco, lo cual es valentía, honor, orgullo, dignidad, y respeto, no humillación, vergüenza o estigma de leproso, por las cosas que ocurren en la Polis.
Al borrarlos no sabe los secuestra, los priva, los hunde, banaliza. O es que perteneciendo a ellos, compadrito, los exime de su verdadera vocación y deuda, achacando el pecado y poniendo el foco del asunto en etérea entidad, una cosa o cuestión que él llama la «actitud de la oposición», y que considera suicida. O es que ese es el verdadero problema, y soy yo el que está equivocado, que no sería la primavera vez que eso me ocurre. O los olvida porque simplemente desaparecieron bajo la sombra azul de nuestros almendrones tropicales. ¿Quién sabe?
Pero lo que en definitiva no permito, por simple ciudadano a que me aspiro, es que achaquen nuestra crisis de sentido común a los pasajeros en tránsito que tenemos en frente como líderes y que son, óigase bien, de lo mejor que para esas lides y en estas circunstancias, ha podido parir esta tierra de gracia. O que venga el señor Miquilena, por ejemplo, padre de la criatura despótica que hoy vivimos, a darnos clases de civismo a página completa, como hicieron con Chávez, ¡qué insolencia!, enchufado a sus bocanadas de Cohíba y su pasado mártir contra la dictadura perejimenista ¡Qué de costrosas nos han salido esas herencias! Completan sus pontificaciones la ristra de las plagas que nos dominan y que empiezan por “M”, de maduros, militares, motorizados y mosquitos, y finalmente él mismo.
Por eso es que decía, que venir a apuntar, de lo cual hasta ellos mismos se han encargado, que son los Capriles R., las María Corinas, los Ledezmas, los López, fulanita o zutanito, o quien sea, ellos, los responsables de lo que ocurre en Venezuela es por lo menos una torpeza cuando no un infundio. Son, y con mayúscula, los partidos políticos y punto. Me resisto a tal violación de mis derechos humanos y mentales que es la de endosarle la crisis del sistema político venezolano a los jóvenes formidables y pertinaces que forman parte, representan y personifican, una etapa romántica, la del amor incomprendido y esquivo de los votantes, y que ahora se distraen, mientras tanto, desojando la margarita de la calle si o la calle no.
Entiendo que esa fase de nuestra vida política, la electoral, está suspendida hasta nuevo aviso o en vías de desaparecer definitivamente, al no haber retos electorales a la inmediata vista o por razones de otro orden, y por eso es que los convido, en este nuevo ciclo que se abre con los resultados electorales de diciembre último, a que maduren rápido, así sea con carburo, y se desteten, con glamour eso sí, hasta de la MUD si es necesario, que como todo aquel que se cree padre o madre, protectores al fin, no quiere que los hijos se independicen y hagan nido aparte. Para que dejen de ser por fin, la «vino tinto » de nuestros lagrimones juveniles.
Advierto aquí que no es tampoco la sociedad civil la responsable, no tiene por qué serlo. Quién es la sociedad civil sino un invento de la “anti política” o de los académicos; no es la iglesia, los medios de comunicación, Fedecamaras o la CTV, que tampoco existen, no tienen ni fuerza ni vigor que no son la misma medicina ni tampoco están hechos para eso que requiere de ciencia y arte que no se consiguen en botica
Son, recontra reitero por si acaso, los partidos políticos y los políticos de carne y hueso que como andan realengos ellos mismos, vistiendo de chaquetica “Polo” o blusita de seda “Yonosé”, dejaron al país al garete también. Culpa contra culpa; castigo contra castigo. Dejémonos de evasiones, el meollo no es que si la MUD o no, es que lucha democrática es con partidos políticos y lucha clandestina para acabar con dictaduras es con unidad de miras y criterios. Los líderes de la oposición democrática de los eventos por venir tendrían que ser los partidos políticos, no la MUD ni la Coordinadora Democrática de otrora. ¿Lo asumirán?
La MUD castra a los partidos políticos que a su vez se sienten cómodos en el chinchorro de la «Unidad” que es la esponja donde se absorbe y disuelve la crítica que nadie asume como suya propia y que por lo tanto no llega a nadie en especial, y les resbala a todos. Pero de ese cloroformo que es el de la delegación de responsabilidades tenemos que salir, y la MUD misma debería propiciar ese despertar ¿Será posible? Debería ser esa su prioridad. No la de parecer, a veces sin proponérselo ella misma, es verdad, Superman Democrático o Ministerio en tiempos de vacas gordas. Ni son Ministros ni Directores Generales ni poseen secretarias o tarjeticas de presentación para sentirse en el persistente sueño de que tienen poder porque el teléfono les suena interminablemente y les dejan mensajes, y la gente se atreve a pedirles trabajo para un sobrino que vive en San José de Bolívar, por ejemplo. Lo que pierden es legitimidad de oficio y así dilapida la oposición, gana el gobierno.
La MUD no debería ser una especie de burocracia para estatal. ¿Se lo cree? ¿Hace sentir así a los que allí toman cafecito o conversan de tarde en tarde? La MUD no es tampoco la catedral para reunir o consentir a hombres, pecadores al fin, con fe de perdón porque se sienten culpables de algo que la sociedad les recuerda todos los días, les restriega una culpa que tienen, de haberle entregado la Democracia, el país, inmolando a Pérez, a esta bandada de peor que incapaces porque lo hacen mal con saña, premeditación y alevosía.
En política, como en tantas otras cosas de la vida, cuando uno se equivoca trata de levantarse lo más rápidamente posible y este despertar ya tarda los quince años ¡Ratón pa’ largo caracha! ¿O es que como ya no hay ni militancia ni billullos ya no vale la pena Venezuela? La MUD no es, decía, el Vaticano para estar administrando culpas y perdones. La MUD no es el partido político que han dejado ser a quienes toca por facilismo propio o como una forma compleja de mutua venganza hacia y contra la sociedad que a pesar de los pesares no hemos dejado de ser: petrolera y frívola. No se trata de eliminarla porque sí, sino que las cabezas más visibles e influyentes de la política venezolana se encarguen de ella y pongan en sintonía con los nuevos retos. Recuerdo a Ramón Guillermo Aveledo, que es un político de los que necesitamos, quien ha hecho y mucho y que ha tragado grueso, afirmando una y otra vez que él no sería sino el conserje temporal del edificio de la Unidad. Lo que pasa es que los verdaderos propietarios ya no viven ahí, mandan a terceros a las juntas de condominio, y ya no pagan ni siquiera los servicios públicos ¿Entonces?
Este tendría que ser, en paralelo, nuestro reto político fundamental para estos años: que los partidos políticos regresen a su razón originaria de ser: la sociedad, sus problemas, el acompañamiento sostenido a la gente en sus penurias diarias, su visión de conjunto, sus luchas para ganar batallas cívicas, para inventar una democracia que funcione y respete a si misma. Con mística, ambición de poder para realizar el bien, y rescatar el latir democrático que perdimos en tan poco después de tanto esfuerzo. Yo estoy convencido de que podemos darnos esa oportunidad que fluye en nuestros desvelos cotidianos. Tengo aún esa fe y no la pierdo.