Ratas de dos patas
Inevitable la noche del pasado miércoles 18 evocar la balada de Paquita la del Barrio al ver la entrevista que Verioska Velasco le hizo al ex magistrado Eladio Aponte Aponte, el “perseguidor perseguido”. Me quedaron más preguntas que respuestas. La que más me inquieta es si este sujeto hubiera seguido “persiguiendo” a sus congéneres si no hubiera sido porque algo –que también desconozco- sucedió (no me trago el cuento de que fue por el carnecito que le dio a Makled) y pasó a su vez a ser perseguido. Porque aparentemente no estaba incómodo en su rol de perseguidor: ¡si lo desempeñó estupendamente “bien” durante años!
“Yo formaba parte del poder judicial de una manera protagónica. Y quizás muchas de las cosas que suceden en el poder de ahorita existieron bajo mi responsabilidad. Pero una vez que yo me ví que me midieron con la misma vara y el mismo metro con el que miden a los demás, dije: esto no es la justicia que se proclama, esta no es la justicia que debe ser, esta no es la justicia constitucional”…
Es decir, que si no hubiera caído en desgracia, ¡¡¡hubiera continuado su “protagonismo”!!!
Me pregunto también cómo hizo alguien para dormir tranquilo sabiendo que “montó” casos, que imputó inocentes, que ordenó allanamientos que no procedían, que buscó otros jueces para que le hicieran el trabajo sucio, que consistentemente violó la Constitución y las Leyes… ¿Nunca le habrá cruzado por la mente que estaba destruyendo familias y causando enormes sufrimientos?
También quisiera saber cómo una persona que alcanza el más alto cargo de la justicia en Venezuela excusa sus actuaciones porque es militar de carrera y lo que hacía era cumplir órdenes. ¿Es posible que un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia no sepa que la “obediencia debida” desapareció como argumento después de la Segunda Guerra Mundial?
Otro asunto que me pregunto es cómo pudo confesar con tanto desparpajo que juez que no obedecía era destituido, que los viernes en la mañana, hay una reunión en la Vicepresidencia ejecutiva del país, de donde salen las directrices de lo que va a ser la justicia en Venezuela, y que su actuación fue “pulcra” (sí, “pulcra”, yo pensé que había escuchado mal) porque hizo lo que quería el gobierno.
¡Los calificativos de la canción de Paquita se quedan cortos!
Pero más allá del profundo asco que me produjeron sus declaraciones –no es lo mismo imaginarse cómo pasan las cosas a que un protagonista las narre- encuentro que la reacción desbordada de rechazo que ocurrió en el Twitter es esperanzadora.
Es esperanzadora porque hubo una reacción contra la corrupción, la indecencia, la inmoralidad. La gente no bajó la cabeza, ni ignoró lo que estaba viendo, ni se lavó las manos: la gente armó un escándalo, ¡aleluya! La indiferencia paraliza, la rabia es proactiva.
La sanción social nunca ha sido nuestro fuerte en Venezuela. Somos expertos en “mirar hacia el otro lado”. Lo que no nos toca, no existe. Aquí el dinero lava desde expedientes hasta reputaciones. Por eso es usual que los pillos más pillos encuentren puertas abiertas en todas partes y continúen en sus andanzas, guapos y apoyados.
Hace años le escuché decir al Rabino Pynchas Brener que nuestra crisis era fundamentalmente moral. Todo lo que ha pasado corrobora cuánta razón tenía. Y no hay crisis política, económica ni social que pueda superarse si no se soluciona antes la crisis de valores, porque no tener valores perpetúa los vicios, acentúa las carencias, premia la sinvergüenzura.
Yo no sé si el magistrado Aponte Aponte logrará lavar su nombre. Pero sí sé que estamos a tiempo de lavar nuestra desidia y modelar una sociedad menos indolente, menos indiferente y menos falsa, en la que la rendición de cuentas sea una exigencia, no una entelequia. La noche del 18 de abril hubo repulsión unánime en las redes sociales. Quiero creer que es un importante paso para dejar de arropar con nuestro silencio a esas ratas de dos patas.