La otra Fuerza Armada
La balacera entre dos de los llamados «colectivos» del 23 de Enero, la semana pasada, permite examinar este tema de la violencia urbana desde una nueva perspectiva. En efecto, se da en la popular barriada un curioso contubernio entre esos grupos armados (que algunos denominan «paramilitares») y el gobierno. Salvo alguno que otro ocasional «regaño» de Chávez, que no pasa de ser un saludo a la bandera cuando las «operaciones» de cualquiera de los «colectivos» sobrepasan ciertos límites, el gobierno no sólo tolera sino no sería exagerado decir que prohíja la existencia de tales organizaciones.
Estas se han constituido en Estados dentro del Estado, con sus propias armas, sus propias «leyes» y sus propios territorios. En general se las arreglan para no pisarse la manguera entre sí, aunque, como ocurrió hace algunos días, esa paz armada es rota, vaya uno a saber por cuáles razones, truenan las armas y algunos «camaradas» terminan muertos. Tamaña violación de toda legalidad y tamaño desafío a la autoridad del Estado no se podría entender de no ser que el Estado ha hecho una cesión de sus deberes y atribuciones en relación con el orden público, poniéndolas en manos de los inefables «colectivos». ¿Por qué se da tan peculiar relación?
Porque ese mazacote ideológico que destila la cabeza de Hugo Chávez considera a los «colectivos» como «aliados estratégicos» en la defensa de la «revolución», en particular en el día y hora en que el país sea atacado por «el imperio». Pero el tiempo transcurre sin que ese momento sublime se produzca y entre tanto los «colectivos» se van desnaturalizando mediante la inevitable relación que se va estableciendo entre ellos y el hampa común. Es imposible que en un mismo territorio donde coexisten hampa común y «colectivos» armados, la inicial propensión de estos de actuar como «protectores» y «justicieros» del pueblo frente a la delincuencia no se vaya debilitando en la medida, sobre todo, que el tráfico de drogas se expande y va haciendo estragos en la «conciencia revolucionaria» en la disputa con el hampa común por el control de esa fuente de financiamiento, hasta llegar, por parte de algunos, a la inevitable asociación.
Naturalmente, el gobierno se hace de la vista gorda ante el fenómeno porque ello le asegura la lealtad de los «colectivos», que pueden, así, actuar con plena impunidad. De allí que resulte especialmente cínica la aprobación de una Ley de Desarme, cuando es obvio que esa ley alcanzará a cualquier venezolano menos a aquellos que se proclaman «revolucionarios» y muy especialmente a los que poseen una estructura organizativa y un entrenamiento como los «colectivos» de los que el lugar común dice «hacen vida» en el 23 de Enero.
Esto forma una parte particularmente insidiosa y peligrosa del deslave institucional que el chavismo ha propiciado en el país. Diosdado Cabello lo dijo días después: lo de Cotiza estuvo muy bien porque era el pueblo defendiendo la revolución. En otras palabras, se vale todo. En ese momento «La Piedrita» desfilaba por las calles de Caracas con «sus» muertos.
No es coincidencia.