Encuestas inciertas
H ace ya más de 30 años (abril a octubre de 1980) Cuba vivió un dramático proceso de éxodo masivo a Estados Unidos desde el puerto de Mariel. Presionado por la avalancha de 10.000 personas sobre la Embajada de Perú para salir hacia el infierno capitalista, Castro otorgó el permiso. El éxodo del paraíso crecía de día en día y el régimen volvió a cerrar las puertas cuando ya 125.000 individuos habían huido en precarias embarcaciones.
En 1979, yo había participado en una reunión en Cuba y volví dos años después. Los militantes del régimen, cuando están solos y no se sienten vigilados, se permiten confidencias conmovedoras. A un funcionario que conocía desde la primera visita le pregunté cómo valoraban el éxodo de Mariel y me respondió: «Sabíamos que hay descontento en Cuba, pero nos sorprendió la enorme avalancha. Pero lo más doloroso e inesperado para nosotros fue descubrir que también se fueron muchos militantes de partido que considerábamos absolutamente leales». En este tipo de regímenes el temor y el ocultamiento político no son una excepción, sino la regla. Y no puede ser de otra manera, pues para el régimen sólo son dignos de algún respeto los incondicionales, y de ello depende desde la cartilla de racionamiento de comida hasta el empleo y los pequeños o grandes favores.
Venezuela no es igual al régimen castrista, pero quienes mandan hacen esfuerzos para lograr que lo sea. El miedo a hablar de política con sinceridad es un hecho en la calle, en el vecindario, en los ministerios, en los puestos de trabajo, en las colas de las «misiones» y repartos… Por lo menos un tercio de los venezolanos depende de los favores que se dan a cambio de carnet, camisa roja y adhesión. La promesa y la amenaza van de la mano. No puede ser de otra manera en regímenes donde el que no es servil es traidor y se le despoja de toda dignidad y derecho… Si en Cuba o en Venezuela un encuestador pregunta si estamos con la «revolución», la mayoría va a decir que adora el proceso y a su líder. Más si se anotó en una lista para recibir vivienda, contrato, jubilación, beca, una «misión» para su mamá o empleo para su hijo… La encuesta tiene su valor en temas más neutrales, donde no es delito opinar
Desconcertados y alarmados por las primarias opositoras de febrero, los dirigentes de la «revolución» se sintieron como ante la huida de Mariel: hay que frenar el éxodo.
La estrategia es echar rápidamente jarros de agua fría a las esperanzas de cambio democrático y para ello concentrar la artillería gubernamental: el candidato opositor no sirve; sus palabras son falsas y su conducta de delincuente, como sus golpistas jefes burgueses e imperialistas; la oposición está dividida, en las encuestas está a 23 puntos irremontables; y la revolución es eterna y también su presidente. ¡Dime de qué presumes y te diré lo que te falta! Las encuestas en el mes de posterior a las primarias son usadas para enfriar el entusiasmo y la esperanza de la oposición, y de aquí a octubre hay que meter miedo a quienes dicen que no van a votar por la «revolución».
En este tipo de régimen las encuestas son inciertas y la estrategia de los demócratas no puede descansar en ellas, sino en el trabajo y propuestas para superar el desastre presente (y el pasado), dándose la mano las legítimas esperanzas y aspiraciones de la gente y el candidato; con credibilidad, esperanza, propuestas inteligibles y tangibles.
Por otra parte, estos regímenes «revolucionarios» no creen en mecanismos «democrático-burgueses» y sólo obligados los respetan. Por eso hay que urgir la transparencia del Registro Electoral, los testigos de mesa hasta en el último rincón y la última hora del 7 de octubre, y la movilización social y multitudinaria previa, que demuestre la disposición a defender democráticamente los resultados y el alto costo de violarlos.
No hay que ignorar las encuestas, ni poner la confianza en ellas, sino hacer el trabajo propio con convicción, decisión y acierto. En el reino de la mentira y del miedo todo es incierto, excepto el desastre socioeconómico y político reinante. La grave enfermedad presidencial viene a aumentar la incertidumbre. Las esperanzas sociales y la libertad dependen de la activación de millones de demócratas, decididos a defender la democracia e impedir el cierre a la cubana de las puertas del «paraíso».