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¡Mascarita, mascarita!

Hay que reconocerle al castrismo venezolano que ha traído a la cultura ciudadana –no digamos popular, que es un populismo- la prolongación del Carnaval a lo largo de todo el año. Y que ese carnaval, si bien ya no original porque toda inventiva tiene un límite, es perseverante, y no sólo en los disfraces.

Poco pensarían aquellos entusiasmados padres –me refiero a papás que no siempre aparecían y mamás que jamás faltaban- que disfrazaron a sus hijos de pequeños comacates hace treinta años, que esos comacaticos tan graciosos hoy serían manifestantes en protesta, migrantes capaces de caminar hasta Chile, presos políticos olvidados entre torturas y sótanos canallas, hombres y mujeres cuya principal pelea sería luchar cada día para sobrevivir a una economía que se les desmorona encima, al hambre, las enfermedades, al dólar difícil de tener a cambio de bolívares que no sólo son insuficientes sino que además no se consiguen, que parecen haberse esfumado entre dólares que crecen como moneda nacional, euros, yuanes y rublos que sólo se ven en notas de prensa, petros de los cuales habla con entusiasmo quien se aferra a la Presidencia pero que en realidad es sólo otra mascarita, y otros disfraces que nos ha tocado en mala suerte vivir por el irresponsable pecado de ser venezolanos.

Poco imaginarían aquellos padres y madres tan entusiasmados con disfraces de un militarismo que parecía patriótico y emocionante, que treinta años después la mayoría de los comacates originales estarían apartados del poder que habían tratado de conquistar con fuerza tan asesina como ineficiente, y que alcanzarían con elecciones porque antes que la moneda y la economía los grandes partidos políticos fueron los primeros en desplomarse en este país de carnavales tan ruidosos como irrisorios.

Y menos imaginarían que pocos de aquellos comacates y muchos nuevos llegarían a coroneles y generales y almirantes y serían soporte armado y bastante desordenado de una tiranía que tendría presos, perseguidos, torturados y exiliados como las anteriores, pero que a diferencia de los tiranos tradicionales no dejarían más autopistas que las de la arrechera y la sucesión de esperanzas que han heredado, cada uno en lo suyo, María Corina Machado y Juan Guaidó.

El milagro castromadurista es haber desarrollado un diario carnaval con ceniza en la frente y en el alma, con máscaras que por un lado se burlan y por el otro lloran, pero que ya no pueden preguntar si las conoces porque sí las conocemos, veinte años de disfraz son suficientes para saber qué ocultan en verdad.

En estos carnavales de 2020 confiamos en que Juan Guaidó no haya regresado de tan largo viaje sólo con una nueva mascarita y que en verdad pueda quitarnos las cenizas de encima, con el castrochavismo y sus disfraces ya llevamos demasiada penitencia a cuestas. El socialista español ya le falló, fiel a Pedro Sánchez & Pablo Iglesias, confiamos en que Guaidó no les fallará a los venezolanos.

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