Cruz Diez continúa viviendo en el arte
Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas. Pablo Neruda
Desde París, Adriana Cruz Delgado, presidenta de la Cruz Diez Art Foundation, me envió un ejemplar de la segunda edición del libro titulado Carlos Cruz Diez Vivir en arte, así como otros objetos de regalo, fina y profesionalmente diseñados y ejecutados por la importante institución que ella dirige. Mi sentido agradecimiento por tan escogidos detalles.
Sobre este valioso libro, tan ameno de leer, comienzo por decir que el dietario del artista es ciertamente un antídoto contra el olvido, y por eso, a pesar de que pueda parecer de Perogrullo, aclara que recoge recuerdos de lo que me acuerdo, es que, muy a nuestro pesar, el paso del tiempo va desdibujando, difuminando, las remembranzas, las evocaciones, las rememoraciones, nada mejor entonces que estirar la memoria a objeto de recuperarlas y dejarlas recopiladas para disfrute propio y curiosidad ajena.
Muchas sorpresas y revelaciones se despabilan a lo largo de las casi cuatrocientas memoriosas páginas del libro antídoto. La primera es la propia ilustración de la portada: una foto tomada por su esposa Mirtha Delgado, cuando visitaron el Musée du Louvre, en su primera visita a París en 1955, donde el artista, elegantemente trajeado, con sombrero y gabán, imberbe, guarda un cierto parecido con El Zorzal criollo, el cantante, compositor y actor Carlos Gardel. Desde las primeras páginas el lector disfruta de la travesía vital del que sería uno de los grandes maestros del arte contemporáneo.
El artista es un hombre de hogar, hogareño, aprendió a serlo en su propia morada caraqueña, donde recibió tanto afecto como estímulo intelectual por parte de sus padres; no es extraño pues que sus memorias, la narración de su feliz y realizada existencia esté amorosamente dedicada a sus nietos.
Nada llega como mana del cielo, en paracaídas o parapente, Cruz Diez hace gala de una doble motivación vital, en términos de Maslow, tanto al afecto como al logro, el poder nunca le interesó. El libro es un compendio de ambas, por un lado, la familia, los amigos, sus colegas y maestros, sus colaboradores, por el otro, se explaya en dejar constancia del largo recorrido que inició en talleres tipográficos, en imprentas y salas de redacción en Caracas, hasta culminarlo en sendos y variados talleres allende y aquende, y rememorando que, recién instalado en La Boucherie, su discreto atelier de París, atendió a una despistada madame, quien pensó que el taller era una carpintería del barrio y le pidió que le reparara un objeto estropeado; el artista – jocoso y complaciente -, accedió gustoso a la petición de la bonne dame y se lo devolvió… reparado, aclarándole que no le cobraría ya que era artista y no carpintero.
El libro, cuya excelente concepción y edición estuvo a cargo de Silvana Ramírez de Cruz y de mi fraterno amigo, Edgar Cherubini Lecuna, se paladea con gusto como si estuviéramos degustando un Kir Royal en una acogedora terraza de un bistró parisino.
No hay aspecto de su rica y larga vida que escape a la curiosidad del lector: sus ancestros, sus inicios como diseñador en diarios y afamadas revistas venezolanas, sus convicciones políticas iniciales de las que abjuró luego, su pasión por la belleza femenina que influyó en la escogencia de Mirtha Delgado, su solidaria compañera de vida, sus estudios formales de arte, sus ilustres profesores y sus compañeros de aula y taller, su arriesgada decisión de marcharse a Europa a fin de ampliar miras vitales y artísticas, su traslado de Barcelona a París y el rol decisivo que jugó otro de los grandes de las artes plásticas: su amigo Jesús Soto, sus difíciles inicios en una ciudad no tan fácil de domeñar, las primeras viviendas convertidas en talleres, el lento y largo recorrido expositivo hasta lograr ser exhibido en las más importantes galerías y museos del mundo, la persistente y rigurosa búsqueda del color, de sus colores, los hijos y sus personalidades, las parrandas de cuatro y guitarra en su taller, que alimentaron alegrías y nostalgias, en fin, la firme convicción de que de lo único de lo que se trata en la vida es de ser feliz, como sugería Camus.
Recordemos al realizado artista, explicando la sustancia de sus logros plásticos en libro del crítico de arte Ariel Jiménez:
Entre estas operaciones destaca, ante todo, el hecho de recurrir a lo que podríamos llamar los componentes básicos de un verdadero lenguaje pictórico, en ciertos puntos al menos paralelo o comparable a lo que ocurre con el lenguaje oral o escrito, solo que se trata de un lenguaje tácito, no discursivo, que carga o impregna de sentido los objetos. Por ejemplo, el pensar su obra (Physichromie, Chromointerférence [Cromointerferencia], Couleur Additive [Color Aditivo] e Induction Chromatique [Inducción Cromática]), como el resultado de la interacción entre tres factores: la creación de lo que él llama un «Módulo de acontecimiento cromático»; esto es, la agrupación de dos, cuatro o más líneas de color yuxtapuestas, en un orden preciso e invariable al interior de cada obra, produciendo una suerte de célula que luego se repite (segundo elemento del lenguaje), guiada por una sintaxis serial y repetitiva. Y, por último, el acudir a esa especie de detonante que representan sus tramas de líneas negras inclinadas, y cuya superposición a los módulos repetidos, induce la aparición de nuevas gamas.
Estos muy personales y sudados hallazgos revolucionaron el mundo del arte, ávido siempre de renovadoras y coherentes propuestas que han contribuido a su indetenible evolución que, Cruz Diez, – pionero, atrevido, persistente, entusiasta -, buscó y encontró en lejanas tierras.
Vista la dramática e injustificable diáspora de los venezolanos, consecuencia de un utópico y fallido Socialismo del siglo XXI, inhumano y depredador, es oportuno citar unas consideraciones del artista sobre la difícil y solitaria condición del inmigrante.
Muchas veces he comentado a mis amigos la inusitada experiencia que supone llegar a un sitio donde nadie te espera, donde no conoces a nadie y donde, además, llegas con la apremiante necesidad de comenzar una vida nueva, empezando de cero. En estas circunstancias no hay apoyos más seguros que una importante dosis de pragmatismo y voluntad a toda prueba.
Siempre optimista y de buen humor. Y a fin de que no quede duda alguna de su transitar por este mundo que nunca concibió como un valle de lágrimas, Cruz Diez culmina sus confesiones de corazón abierto, afirmando
Hoy a mis 90 años, 52 de ellos vividos en Paris puedo decir ¡Qué lucido fui cuando tomé esta decisión y no ¡Qué suerte… je, je, je!