Mario Vargas Llosa y su visión de la fotografía
A través de la narrativa de Mario Vargas Llosa, el lector puede aproximarse a su estética de la fotográfica, tal como ocurre en El Hablador (1987):
“El artista se había propuesto a describir –a los machiguengas- <<sin demagogia ni esteticismo>>”. El escritor enfatiza sus criterios sobre la fotografía al inicio de la novela, al describir la exposición “I nativi della foresta amazónica” de Gabriele Malfatti. Destaca el escritor que no poseían estas miradas demagogia, por tanto los encuadres debían mostrar la realidad tal cual parece ser, o lo más cercana a ella. Alejadas de un discurso visual que exalte el protagonismo del artista, o manipule el sentido de lo cliqueado para lograr un impacto visual engañoso, son imágenes que buscan acercarse a la verdad. Se buscaría componer la fotografía de manera transparente y lo más objetiva posible, en una propuesta cercana a la planteada por la etnografìa visual.
“Las fotos materializaban bastantes bien el propósito del Malfatti. Allí estaban los machiguengas lanzando el arpón desde la orilla del río, o, semiocultos en la maleza, preparando el arco en pos del ronsoco o la huangana; allí estaban, recolectando yucas en los diminutos sembradíos desparramados entorno a sus flamantes aldeas –acaso las primeras de su larga historia-, rozando el monte a machetazos y entreverando las hojas de la palma para techar sus viviendas…”.
El escritor menciona otro criterio de su concepción de la fotografía: “no ser esteticistas”. Las composiciones que describe imaginariamente evitarían convertir la fealdad en belleza, rechazará por tanto las composiciones saturadas cromáticamente, o manipuladas; criterios empleados por diversas tendencias de la fotografía, que reinterpretan y deforman la realidad para hacerla más expresiva, o como reflejo de la visión artística del fotógrafo en lugar de mostrarla de manera transparente.
En su apreciación hace referencia al factor emocional, y a la forma de percibir la imagen. Estas composiciones tocarían los sentimientos del otro, tal como se lo provocaron a él.
«Esto que voy a decir no es una invención a posteriori ni un falso recuerdo. Estoy seguro que pasaba de una foto a la siguiente, con una emoción que en un momento dado, se volvió angustia. ¿Qué te pasa? ¿Qué podría justificar en estas imágenes que justifique semejante ansiedad?”.
Se da en esta narrativa el tránsito de la palabra a la dimensión visual. La fuerza de la estética imaginada se evidencia en el impacto que le provocó al narrador la imagen del hablador.
“La fotografía que esperaba desde que entre a la galería, apareció entre las últimas -al verla- Sentí frío en la espalda. Pensé:<< ¿Cómo consiguió Malfatti que le permitieran?”.
Es ilustrativo como asumió el proceso de apreciación visual de las fotos: “Bajé, acerqué mucho la cara a la fotografía. Estuve viéndola, oliéndola, perforándola con los ojos y la imaginación, hasta que note que la muchacha de la galería se levantaba de su mesita, y venía hacia mí, inquieta.
Haciendo un esfuerzo por serenarme le pregunté si las fotografías se vendían”.
El escritor devela que hace uso tanto de los sentidos como de la imaginación para recrear el universo cultura de los nómadas selváticos. Al ser el soporte de la imagen inmaterial, por no estar fijas en un papel sensibilizado, nacen de la imaginación y la palabra del autor. Se está ante una dimensión cambiante, como es el devenir. Cada lector las imaginara de forma diferente. Es una visión dinámica, donde la obra se convierte en un calidoscopio, como es el eterno peregrinar de los machiguengas, que tienen que deambular entre la selva por siempre. El día que abandonen su errancia por el sedentarismo, el sol de detendrá y toda la humanidad vivirá el apocalipsis. Será el fin del tiempo. Y tras ellos va el hablador, uniéndolos transmitiéndoles la memoria colectiva a través de la tradición oral. Logra que comunidades dispersas tengan un legado cultural común. Hay por tanto una íntima empatía de los machiguengas con las revoluciones de los astros, al verse como los responsables del peregrinar solar.
Al describir el sentido cósmico de esta sociedad, el lector se impregna de un sentimiento de empatía con el universo, del que la civilización occidental carece. El cual se complementa con sus concepciones éticas. Uno de los mayores pecados dentro de esta sociedad según M.V.LL es la ira, la rabia, y la violencia. Estas emociones desestabilizan el cosmos destruyéndolo. Esta cultura, se siente responsable no solo del peregrinar del sol, sino de la estabilidad del planeta. Esto se lo conversa Saúl Zurita, el futuro hablador a Mario Vargas Llosa, al tener un ataque de ira. “hubo un conato de trompeadera, revuelo de gente y empujones”, ante las burlas que hizo un borracho del monstruoso rostro de Saúl, quien respondió con un chiste. Al día siguiente Mascarita le obsequia un objeto ritual a Vargas Llosa:
“Era un huesecillo blanco, en forma de rombo, grabado con unas figuras geométricas de color ladrillo tirando a ocre. Las figuras representaban dos laberintos paralelos…:
Compadre:
A ver si ese hueso mágico te calma los ímpetus y dejas de ir puñeteando a los pobres borrachitos… El que se deja ganar por la rabia tuerce esas líneas y ellas torcidas ya no pueden sostener la tierra. No querrás que por tu culpa la vida se desintegre y volvamos al caos original”.
Recrea el escritor una cosmovisión a través de su percepción de la fotografía, de una sociedad en vías de extinción, que posee un rotundo sentido ético al sentirse responsable del acontecer cósmico.
Biografía:
Mario Vargas Llosa. El Hablador, Seix Barral, Barcelona, 1987.