La Parada es el punto cero para quienes dejan Venezuela por la crisis. A este caserío de calles polvorientas que bordea el lado colombiano del puente internacional Simón Bolívar llegan a diario miles de personas, la mayoría en escala para seguir a otro lugar y los más pobres para quedarse.
Salir de Venezuela, aunque no se tenga a dónde ir, ya es un alivio para personas como María Teresa, que dejó atrás una vida de necesidades en Caracas y se detuvo en la miseria de La Parada donde sobrevive vendiendo agua y refrescos frente al puesto de salud adscrito al Hospital Jorge Cristo Sahium, uno de los puntos más frecuentados por sus compatriotas.
A 500 metros de allí, familias enteras viven en un campamento improvisado al lado de un caño de aguas turbias que les sirven para cocinar y para que los niños se refresquen del tórrido calor.
Como ellos, miles de venezolanos circulan todos los días por La Parada, convertida en mercado a cielo abierto en la avenida que conduce al puente -cerrado a los vehículos- y donde proliferan los negocios informales.
En plena avenida, a la sombra de unos árboles, mujeres venden a 3.000 pesos (unos 90 centavos de dólar) almuerzos compuestos por arroz, espagueti, fríjol y algo de carne a quienes no alcanzan la larga fila en el comedor Divina Providencia, donde la Iglesia católica sirve gratis 4.000 raciones diarias.
La avenida es un hervidero de gente que ofrece desde transporte hasta comidas, medicinas, remesas de dinero o artículos de higiene, pero especialmente hay infinidad de porteadores, muchachos que se dedican a pasar la frontera, por el puente o por trochas, cargando sobre sus espaldas los mercados que los más afortunados compran en la vecina Cúcuta para llevar a Venezuela.
Los porteadores, también llamados «caleteros» o «carrucheros», corren detrás de cada taxi o peatón que se abre paso entre la multitud en dirección al puente para ganarse unos pesos colombianos con la carga de mercancías.
Así se forma una fila interminable de gente que regresa a Venezuela llevando los productos comprados en el floreciente comercio de Cúcuta al que la crisis del país petrolero parece venirle de perlas.
La peor parte la lleva Villa del Rosario, municipio vecino al que pertenece La Parada y cuyo alcalde, Pepe Ruiz Paredes, está convencido de «que lo peor hasta ahora está llegando«, porque cada vez más son los desposeídos que se asientan en la zona y no hay medios suficientes para darles salud, educación y vivienda.
«Esta migración que está llegando se está quedando en este sector, ustedes lo ven», dice Ruiz, y explica que los nuevos habitantes de Villa del Rosario son la gente «que no puede salir a otro país y la que nos está aumentando muchas cosas en el municipio, (como gastos) en salud, en educación».
Según el alcalde, la población de Villa del Rosario aumentó un 23 % en cuestión de tres meses porque pasó «de tener 90.000 habitantes a más de 120.000«, cifra que calcula puede ser mayor porque «no se tiene una identificación completa de la gente».
Para atenderla, la Alcaldía utiliza recursos públicos y tiene el apoyo de diferentes ONG y organismos internacionales, por lo cual afirma rotundo: «Si no fuera por esa ayuda esto sería un caos».
Esa es la otra cara de la moneda, la cooperación de organismos como la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas (Acnur), la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) o el Consejo Noruego para Refugiados (NRC), que atienden a todo el que llega al puesto del Gobierno colombiano a un costado del puente.
Allí los venezolanos reciben atención médica, vacunas, orientaciones en cuanto a salud y derechos y quienes viajan con pasaporte, el sello de Migración Colombia.
Uno de ellos es Key Torres, de unos 30 años, que está en silla de ruedas por un accidente de motocicleta y busca atención después de un largo viaje desde Caracas, según dice, «motivado por la necesidad económica que estamos pasando ahí».
«Allá no encuentro los medicamentos, no encuentro nada, no encuentro alimentos, no me voy a morir allá, (por eso) yo me vine», asegura.
Algunos, como una mujer con un niño de brazos, aprovechan la visita del canciller colombiano, Carlos Holmes Trujillo, para pedir más ayuda.
«Todos los días entran más migrantes, hay más demanda de servicios y los recursos no son suficientes», explica el canciller.
Según dijo el representante de Acnur en Colombia, Jozef Merkx, en la frontera hay «un movimiento pendular» donde entre 30.000 y 40.000 personas por día «ingresan (a Colombia) y regresan a Venezuela» después de conseguir «las cosas más básicas».
«Acnur tiene presencia fuerte en la frontera con Venezuela, no solo aquí en Cúcuta, también en Arauca, en La Guajira, en otras partes, y para nosotros es muy importante recibir a la gente más vulnerable, los refugiados, los migrantes que llegan y que necesitan la protección en Colombia», señala Merkx.
En un mar de necesidades como el de La Parada, todos sienten la escasez. «Nosotros como Acnur y ONGs que trabajamos con venezolanos estamos mal financiados, nos faltan muchos recursos, por ejemplo este año solo tenemos un 40 % de lo que necesitamos», concluye.