El año de la verdad
Llegamos pues, al año de la verdad. El año en el cual vamos a decidir electoralmente parte importante de nuestro destino como país. El año está dividido en dos partes. Una muy breve, que compete estrictamente a la oposición, y otra más extensa, hasta octubre, que atañe a la nación entera.
La primera parte, no por breve, posee menos importancia que la segunda. Se trata de una experiencia, la de las primarias para seleccionar el candidato único y unitario de los adversarios del gobierno, que deberá enfrentar, hasta nuevo aviso, a Hugo Chávez. La suerte de la oposición está estrechamente asociada al éxito de esta jornada.
Hasta ahora, salvo alguno que otro escarceo sin importancia, los partidos de la oposición han dado una demostración de notable madurez, con un comportamiento sereno, eludiendo provocaciones y manteniendo una invariable línea democrática. Si el proceso, para el cual queda apenas un mes, culmina tal como hasta ahora se ha desenvuelto, y la oposición escoge su candidato sin brollos, ateniéndose al compromiso de respetar al ganador y unirse todos en torno a éste, las perspectivas de victoria comenzarán a tomar cuerpo. Porque vencer a Hugo Chávez es ya matemáticamente posible.
De hecho, las últimas confrontaciones electorales han colocado en el escenario una oposición que ha ganado tres de cinco, perdiendo las otras dos por márgenes muy estrechos.
Pero una posibilidad matemática no es una garantía de victoria política.
Chávez es un poderoso adversario electoral, lleno de recursos y completamente carente de escrúpulos. Derrotarlo requiere poner en tensión todas las fuerzas políticas que se le oponen y superar toda tentación triunfalista.
Además, ha comenzado a poner en juego el temible instrumento de la intimidación. Sus recientes jugadas tácticas, apuntan en un sentido non sancto. La resurrección de Diosdado Cabello, acompañado de su supuesta fama de «duro», y la designación del general Henry Rangel Silva como ministro de la Defensa hablan por sí mismas. No debe olvidarse que hasta han emitido declaraciones en el sentido de desconocer un eventual triunfo de la oposición. Aunque en esos acomodos haya alguna tela que cortar, en especial el caso de Cabello, no atribuible exclusivamente a la voluntad del Presidente, lo cierto del caso es que salta a la vista la intención intimidatoria. Chávez se orienta, obviamente, a dar una tónica militarista a su campaña electoral.
Pero no le va a funcionar. Esta vez Chávez enfrenta una oposición unida, plenamente conciente de la necesidad vital de esa unidad, y que, para decirlo de una vez, no le tiene miedo. Es una oposición fogueada en trece años de lucha.
De manera que tenemos trabajo que hacer. Pero esta vez el camino es claro y es recto. Ya tan sólo eso es una ventaja con respecto a la enredada madeja que ha sido la historia de la oposición al chavismo. Por lo tanto el temple con que debemos mirar el futuro inmediato tiene que ser de asertividad, de confianza en nosotros mismos y, si cabe, de alegría y fraternidad.