Julián Marías up to date
Desde los remotos tiempos en que descubrí su Historia de la Filosofía, este español ha sido mi filósofo preferido en castellano. Antes, como todos los de mi edad, había estudiado por las Lecciones preliminares de filosofía de García Morente. Pero, como el título de este libro lo indica, no pasaba de ser una introducción a la asignatura. El de Marías, en cambio, es un avance sistemático hacia el discernimiento metafísico. Tanto que, a pesar de haber sido publicado originalmente en 1941, mantiene su vigencia y sigue siendo el favorito de quienes quieren incursionar en esa materia. Don Julián fue un ensayista y articulista prolífico y siempre brillante. Yo no pelaba la lectura de sus columnas en el madrileño ABC hasta el momento de su fallecimiento, en el 2005. Hasta después de muerto apareció un libro suyo: hace pocos años, su hijo Javier sacó a la luz unos ensayos escritos en 1980: La Guerra Civil, ¿cómo pudo ocurrir? Lo que pretendo hoy, después de este largo introito es glosar algunas de las cosas dichas allí y compararlas con el estado actual de cosas en Venezuela.
Marías achaca esa horrible matazón entre españoles a la irresponsabilidad y a la falta de sentido del Estado de las clases dirigentes de esa época. Pero que parecen redivivas en la clase política nuestra. Porque la insensatez es lo que abunda entre los “líderes” venezolanos de hogaño: cada cual hala la brasa para su sardina, cada uno con su agenda secreta para cuando salgamos de la pandilla roja que lleva veinte años asolando al país. Algunos de ellos, además, en connivencia criminal con los “sucialistas” que desmandan. Puñalada traicionera por lo artera y por lo tarifada. Porque de gratis no es…
Leamos algunas de las cosas dichas por don Julián en esa “…meditación emocionante, palpitante, una mirada serena, necesaria, moral, sobre la guerra: una visión responsable” según el prologuista.
La incivil guerra, a juicio del maestro Marías se debió, principalmente, a la “ingente frivolidad” de los políticos españoles que “se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían”. Por aquí, cuando uno escucha y lee las opiniones de algunos de nuestros paisanos, sufre de escalofríos, al igual que el ensayista, “por su falta de sentido de la realidad, por su incapacidad de tener en cuenta a los demás, ni siquiera como enemigos reales, no como etiquetas abstractas o mascarones de proa”. Los rojos, sin arrepentimiento por los errores y latrocinios cometidos, siguen prometiendo lo imposible: dinero sin habérselo sudado, comida gratis, títulos sin estudiar, etc. En palabras del autor glosado: “Los gobiernos prefirieron dedicarse a restablecer egoístamente pequeñas ventajas económicas para sus clientelas, con asombrosa insolidaridad y miopía”. Pero los que se supone que son la alternativa, no se quedan atrás, negándose a señalar que el camino que han de tomar luego de asumir la conducción del país es uno fragoso, con sacrificios, con numerosos esfuerzos, porque si no, no llegaremos a tener república nuevamente. Unos y otros buscando el aplauso fácil con promesas vacías, el voto de quienes menos razonan a la hora de ejercer el sufragio, como si lo que está en juego fuese de poca monta.
En España se llegó a la guerra civil —y nosotros corremos el riesgo de algo parecido si no recapacitamos— por la pereza: “sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores”.
Algo igualmente importante fue que “comienza a perderse el respeto a la vida humana. Ese período generacional (…) es una de las más atroces concentraciones de violencia de la historia, y en ese marco hay que entender la guerra civil”. Algo idéntico sucede entre nosotros. Casi todo el mundo está armado, especialmente los malandrines, que aprovecharon las armas y medios que les dio el régimen dizque para “defender la revolución”, pero que ellos han empleado para enseñorearse en porciones importantes del territorio, obtener la primacía en la venta de drogas, el robo a los desvalidos. Muchos de estos, hasta uniforme tienen. En Venezuela, como dice la ranchera: “la vida no vale nada”…
Cuando don Julián describe a la fallida república española pareciera que está retratando al régimen que desmanda entre nosotros: “No se llegó a aceptar las reglas de la democracia, se declaró una vez y otra (…) que sólo se aceptaban sus resultados si eran favorables; unos y otros estuvieron dispuestos a enmendar por la fuerza la decisión de las urnas, sin darse cuenta de que eso destruía toda posibilidad política normal y anulaba la gran virtud de la democracia: la de rectificarse a sí misma…”.
“Quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al ‘otro’ con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario). Se dirá que esto es una locura… Efectivamente, lo era (…) Si trasladamos esto a la vida colectiva, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica”.
Hace falta, entonces, “un pensamiento alerta, capaz de descubrir las manipulaciones, los sofismas, especialmente los que no consisten en un raciocinio falaz, sino en viciar todo raciocinio de antemano”. Esa es la obligación, el imperativo categórico que nos toca a quienes tenemos algo de formación moral e intelectual: decir la verdad; recordar al Quevedo que estudiamos en bachillerato: “No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo”. Porque, si no, podemos “abandonar el campo a los que no tienen razón”, según don Julián…
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