Discurso en el Parlamento
Al día siguiente del fallecimiento de Rómulo Betancourt, ocurrido el 28 de septiembre de 1981, se celebró una sesión de la Comisión Delegada del Congreso Nacional en la que intervinieron los Jefes de las Fracciones Parlamentarias de todos los partidos políticos. En esa ocasión, como Jefe de la Fracción Parlamentaria de Acción Democrática, me correspondió hablar y presentar el proyecto de Acuerdo de Duelo, que fue aprobado por unanimidad. Tomo del Diario de Debates del Congreso, el discurso que entonces pronuncié.
“Señores Presidente y Vicepresidente de la Comisión Delegada del Congreso Nacional
Colegas Parlamentarios
Sembrado en la mejor página de la historia venezolana del siglo XX, envuelto en la magia de los luchadores populares que no pelean a medio brazo y sin corazón entero, en Nueva York murió ayer Rómulo Betancourt. Aquel muchacho que acompañaba al viejo Maípa a cazar zorros por las noches en los tablones de caña aledaños de Guatire y que después, en el vivac del combate social que nunca cesa, deviene en líder democrático triunfante, ya no está con nosotros compartiendo afanes y desafiando sueños. Se nos ha ido de repente, silenciosamente, sin poder escucharle aquella voz que irrumpió en el famoso discurso del 7 de febrero de 1928 en el Teatro Rívoli y que ya el pueblo venezolano no olvidaría jamás.
La Historia no escoge sus protagonistas. Ni cualquier político es protagonista de la Historia. Sólo son protagonistas de la Historia aquellos políticos en quienes se resume y expresa su tiempo. En un país como el nuestro, donde los políticos sin historia eran los que la mayoría de las veces hacían la Historia, Rómulo Betancourt es un caso excepcional. No ha sido testigo de su tiempo, sino actor de su tiempo. Pertenece a la estirpe de los que nacieron para vivir luchando, no a la raza de los gladiadores de pies lastimados que pierden su coraje entre las breñas de la contienda. No pidió pausas ni solicitó siestas en su oficio de punteador de la mejor emoción nacional, porque siempre creyó que servir a Venezuela es un deber que no perece.
Cuando los historiadores del futuro tiendan la vista sobre los últimos 50 años de nuestra vida republicana, con resonancia estelar el nombre de Rómulo Betancourt aparecerá dominando la escena. Y nadie podrá decir que fue un afortunado que alumbró y deslumbró con el préstamo de alguna gracia ajena. Andrés Eloy Blanco hablaba certeramente para la posteridad cuando en 1952 escribió en México que ‘su gran vida, generosa en acción, fecunda en pensamiento, ilustre en sacrificio’ había convertido a Rómulo Betancourt en ‘el más bravo y constante luchador’ de la democracia venezolana.
Se necesitaba ser un experimentado líder, en cuyo pecho se hubiesen batido los manotazos salobres de todas las tempestades políticas, para sortear y remontar con éxito la filosa encrucijada que vivió el país en el período constitucional que siguió a la caída de la última dictadura. Nadie valora en su verdadera dimensión los hechos de su propia contemporaneidad; Inmersos como estamos en el curso de la Historia, nos pasan un tanto inadvertidas sus creaciones relevantes. Pero sin tener que esperar el veredicto consagratorio del tiempo, ya se puede afirmar que la salvación de la estabilidad constitucional de entonces, por encima de todas las acechanzas antidemocráticas, fue una obra maestra de coraje y sabiduría política.
Cuando comenzó su segundo ejercicio presidencial el 13 de febrero de 1959, sobraron profetas equivocados que le auguraban pocos meses en el poder. Pero Rómulo Betancourt tenía fe en sí mismo, en la capacidad democrática de nuestra gente y en la lealtad de la mayoría determinante de las Fuerzas Armadas Nacionales. Por eso no vaciló en afirmar ante el Congreso de la República, en el día primero de su mandato, estas frases que ya se han incorporado al mejor patrimonio histórico de la Venezuela de todos los tiempos: ‘Estoy seguro de que cuando dentro de cinco años, al cumplir con el imperativo constitucional de transferirle la banda presidencial a quien habrá de sucederme en la Jefatura del Estado, se podrá decir que he cometido muchos errores y desaciertos en mi gestión de Presidente de la República, porque la infalibilidad y la aptitud para acertar siempre no son virtudes que se hayan dado nunca en ningún ser humano. Pero Venezuela reconocerá entonces –estoy seguro de ello, porque tengo dominio en mis convicciones- que durante los años en que cumplí el mandato de Presidente de la República, no actué nunca con intención distinta de la de procurar con lealtad, con empeño creador, con fe si se quiere fanatizada, la gloria de Venezuela y la felicidad de su pueblo’.
Para el investigador de aquellos difíciles cinco años de la vida nacional será una empresa fascinante ir registrando su estrategia inigualada para disolver tempestades, su habilidad para vencer resistencias, su talla de conductor victorioso que se crecía ante los demás. Si hoy hay democracia es porque ayer Rómulo Betancourt supo defenderla. Si hoy respiramos aires de libertad es porque Rómulo Betancourt supo preservarlos cuando corrían riesgos de ser estrangulados. Ahora hay consenso para decir que hasta los adversarios de Rómulo Betqncourt están en deuda con Rómulo Betancourt.
Más que por su actuación de gobernante –que ya sería bastante- la Historia recordará a Rómulo Betancourt por ser el fundador de un movimiento de masas, por ser el creador de Acción Democrática. Antes y después de la muerte de Gómez, fue uno de los políticos que antevió con más claridad el porvenir. Sabía que tras de la dictadura vendría la era de los partidos políticos. Antes de Acción Democrática, como lo dice hoy El Nacional en certera nota editorial, ‘las experiencias de Antonio Leocadio Guzmán en los años 40 del siglo pasado y el fracaso del nacionalismo de José Manuel Hernández en la última década del siglo XIX, son los únicos serios intentos de organizar las masas venezolanas en partidos para concurrir a la lucha cívica’.
Voceando una ideología y un programa aparece Rómulo Betancourt en la escena política venezolana. En un país donde la espada ha sido ley y la voz del déspota trueno inapelable, Rómulo Betancourt alza las banderas del sistema democrático para que mediante el sufragio universal los gobernados escojan a sus gobernantes. En un país donde el capital extranjero explota la riqueza petrolera, Rómulo Betqancourt toma en sus manos la consigna antiimperialista de marchar hacia el rescate de ese recurso fundamental de nuestra economía. En un país donde la tierra había sido cuadriculada y repartida a favor de unos pocos privilegiados, Rómulo Betancourt predica la urgencia de una Reforma Agraria para desmontar el latifundio. Y los descendientes de aquellos campesinos doblados de guerreros que recibieron del Libertador los bonos con los cuales adquirirían un pedazo de tierra al vencimiento de las jornadas épicas, de aquellos campesinos que vendieron esos bonos por precios irrisorios después de la Independencia, de aquellos campesinos que al rescoldo del incendio federalista combatieron en Coplé y Santa Inés tras el espejismo de una promesa siempre escamoteada, esos descendientes vieron a Rómulo Betancourt en 1960 en el Campo de Carabobo firmar la Ley de Reforma Agraria, cuya ejecución plenaria aún está por cumplirse.
De él dijo una vez Mariano Picón Salas lo siguiente: ‘Entre aquel Rómulo Augusto que sirve de enterrador del Imperio Romano y no tiene ya fe ni coraje para oponerse a los bárbaros y el Rómulo de aquí, decidido, claro y combativo, todo son antítesis y diferencias: en el uno acaba un linaje, mientras el otro lo está fundando con gran responsabilidad y sensibilidad de Historia’.
Es ese, señores senadores y señores diputados, el hombre que ya no está aquí con nosotros. Ese es el hombre que acaba de partir.
Solicito respetuosamente, señor Presidente, que se dé lectura al proyecto de Acuerdo que he consignado en Secretaría”.
Nota: Como se habrá percatado el lector, al referirme a las acciones armadas contra el Gobierno de Rómulo Betancourt no las mencioné con sus nombres, sino que en forma general, de manera si se quiere metafórica, hablé de “su estrategia inigualada para disolver tempestades, su habilidad para vencer resistencias”. Es que allí estaban presentes parlamentarios del MAS (un MAS muy distinto al MAS actual, que no es ni la sombra del MAS original), a los que, antes de comenzar la sesión, se les presentó el texto del proyecto de Acuerdo, al leerlo manifestaron su decisión de apoyarlo, y así fue aprobado por unanimidad, como ya dije. Por eso, y por la naturaleza del acto que se realizaba, tuve que hablar con cuidado y tacto políitico. En su turno del derecho de palabra, intervino el diputado Germán Lairet (quien había sido un factor civil muy importante en el “Porteñazo”) y nos informó que el MAS le solicitó una entrevista a Betancourt, quien los recibió en “Pacairigua”, donde se recordaron “muchos episodios pasados de esa década tan dura como fue la década del 60”, y que ahora, ante el fallecimiento de Betancourt,“no solamente es oportuno el momento en la controversia para que todos reiteremos nuestros deseos de convivencia, de fortalecer la obra inacabada que estos hombres han realizado, sino también para valorar lo que han hecho y para entender que precisamente el juicio o el criterio que tenemos, aumenta en hidalguía y en autoridad cuando es pronunciado por quienes adversamos a esa figura”.
En uno de los “considerando” del Acuerdo, se dice de Betancourt “que como líder político y hombre de estado, este venezolano ejemplar demostró, entre otras virtudes, su abnegación, desprendimiento y probidad”, declarándose ocho días de duelo para el Parlamento Nacional.