Mario Varga Llosa: La Ficción Narrativa como Fotografía
La trama de El Hablador, 1987, de Mario Vargas Llosa brota del impacto que tuvo en él, una serie fotográfica. Esto orienta sobre la importancia que le da el escritor a este medio. El peso de lo visual en la novela, incentivo la realización de un documental participativo (13´22´´) con los machiguengas de la misión de Koribeni, Perú, titulado El Hablador, 2011, realizado por José Manuel Fandas y Javier Stella, que evidencia la descomposición de esta sociedad tradicional por el brutal choque con la civilización industrial.
Los indígenas aprendieron a usar filmadoras digitales para documentar su sociedad y su visión del mundo. Destaca en una de las tomas del documental, una madre vestida con el típico manto de algodón, de colores ocres, decorado con rayas, caminando entre sendas selváticas con sus hijos, mientras conversan son grabada por otro machiguenga:“No quisiera que la cultura que tengo se olvide, debo enseñárselas a mis hijos, y a mis nietos. Ellos hablan machiguenga, hacen artesanías y cantan. A mí siempre me la transmitieron mis abuelos…”
La novela busca recuperar la pérdida de la identidad cultural, y de la sabiduría ancestral de una cultura silvestre, al autor para sumergirse en ella, hace uso de la fotografía como una herramienta, con un uso conceptual, y no como huella para revelar la realidad, sino para reinventarla, pues la sociedad machiguenga se encuentra en proceso deconstructivo, al igual que la cuenca Amazónica.
“en el pasaje de Santa Margherita, una vitrina me paró en seco… tres o cuatro fotografías me devolvieron, de golpe el sabor de la selva peruana…naturalmente entré con un extraño cosquilleo, y el presentimiento de estar haciendo una estupidez, arriesgándome por una curiosidad trivial… a provocar una de esas discretas hecatombes que, de tanto en tanto, ponen mi vida de cabeza. Pero, naturalmente entré”.
Las fotografías de los documentalista etnográficos son referentes visuales, para una descripción objetiva, y Vargas Llosa las transforma en una dimensión ficcionada, que despierta y recrea procesos creativos en la imaginación del lector, como es propio de la literatura. Este concepto de fotografía, crea una herramienta para generar una etnografía ficcional y utópica de los machiguengas. A través de cincuenta fotografías irreales, que hacen que la narrativa y su trama adquieren veracidad.
Inventa un portafolio de la sociedad silvestre, y ficciona fragmentos de la existencia del fotógrafo que las tomo: Gabriele Malfatti; había tenido una vida creativa exitosa entre el mundo de la moda, en revistas como Vogue, Umo, fotografiando modelos, muebles, joyas, vestidos. Pero escondía un anhelo secreto, había soñado por años tomar fotografías auténticas, y espontaneas de una tribu de la Amazonía peruana. Debió haber vivido un abismal vacío existencial, que le provocó insatisfacción. Soñaba con cliquear portafolios que escaparan a la trivialidad de la cultura del espectáculo. Anhelaba documentar una sociedad brutalmente original, al margen de los valores y antivalores de la sociedad occidental. Lo que le costó la vida, al contagiarse de un virus tropical, en el Oriente peruano.
Al preguntarle Vargas Llosa a la galerista, por el costo de las imágenes, y por la vida del artista, la joven respondió:
“-II signore Gabriele Malfatti é muerto.
¿Muerto? Sí, De unas fiebres. Un virus contraído en aquellas selvas, forse. ¡El Pobre!…se había pasado la vida soñando hacer algo distinto, más personal, como este viaje a la Amazonía. Y cuando al fin pudo hacerlo y le iban a publicar un libro con su trabajo ¡se moría!”
Los días que Malfatti logro aislarse de la civilización, y cliqueo a los evasivos machiguengas, fueron los días más dichosos de su vida. En la exposición de la improvisada galería, las imágenes no tenían leyendas, eran miradas imaginadas por MVLl, a través de su alter-ego Gabriele Malfatti, en las que el autor proyecta y recrea su investigación, y las experiencias que tuvo en sus viajes a la selva, que le inspiraron varias de sus noveles, como La Casa Verde, 1967.
Las fotografías estaban acompañada de un par de cuartillas escritas por el artista, donde relata que fueron tomadas en un viaje, por dos semanas a la región amazónica del Oriente peruano. Esto les transmite un sentido de realidad, y crea en el lector la sensación de que estaba describiendo el escritor un portafolio de fotografías etnográficas profesionales, ¿qué mostraban estas fotos?
“La existencia cotidiana de una tribu, que hasta hace, pocos años vivía casi sin contacto con la civilización, diseminada en unidades de una o dos familias…La fotografía que esperaba desde que entré a la galería, apareció entre las últimas. Al primer golpe de vista se advertía que aquella comunidad de hombres y mujeres sentados en círculo, a la manera amazónica… y bañadas por una luz que comenzaba a ceder, de crepúsculo tornándose a noche, estaba hipnóticamente concentrada. Su inmovilidad era absoluta. Todas las caras se orientaban, como los radios de una circunferencia, hacia el punto central, una silueta masculina que, de pie en el corazón de la ronda de machiguengas imantados por ella, hablaba moviendo los brazos…”
Además del día al día de los aborígenes, logró fotografiar el sol viviente de esa sociedad: el hablador, el vínculo que unía a miles de hombres, mujeres, ancianos y niños que vivían dispersos en la selva, les transmite con su palabra la memoria colectiva, en forma de mitos y sabios consejos, que les daban un sentido cósmico a su existir, que comenzaban a perderlo al dejar el nomadismo, por la vida sedentaria, y esto podría llegar a un fin apocalíptico al provocar que el Sol se detuviera, y rompería la línea de tiempo.
Ante de que la galerista cerrara el minúsculo espacio, incómoda por el hechizo de Vargas Llosa por las fotografías, que le traían recuerdos de su vida de estudiante en Lima. Logro revivir imágenes que lo trasladaron al pasado, a las conversaciones con Saúl-Zurita, alías el Mascarita, quizás el último hablador.
“Quería decirles más bien que yo, antes, no fui lo que soy ahora. Me volví hablador, después de ser eso que son ustedes en estos momentos escuchadores”. Mario Vargas Llosa, El Hablador, 1987