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El armisticio en la independencia nacional (1820)

El alto mando realista en Venezuela fue escéptico al principio ante la orden que le exigía entrar en «relaciones amistosas» con los insurgentes luego del arribo de los liberales al poder en la Metrópoli. Y, cuando Bolívar tuvo conocimiento de estas mismas inesperadas noticias, su desconcierto fue aún más que evidente. Luego de Boyacá (1819), la confianza en el triunfo militar fue una auténtica convicción para el Libertador. Acordar un armisticio trastocaba repentinamente sus planes estratégicos y podía significar el otorgarle un respiro a un adversario prácticamente cercado en Venezuela y en una lamentable situación de abandono por parte de la Metrópoli.

No obstante, Bolívar reaccionó con rapidez a la propuesta española, exigiendo el reconocimiento de la Independencia y el nacimiento de Colombia: “V. E. nos ha convidado con un armisticio cuyo objeto parecía ser la paz de América; pero un armisticio semejante sin ofrecer siquiera el reconocimiento de nuestro Gobierno, es demasiado perjudicial a los intereses de la República, cuando ella se lisonjea de un triunfo final y completo según todas las probabilidades. La continuación de las hostilidades debe producirnos la ocupación del resto de Venezuela y Quito, liberándonos al mismo tiempo de las enormes erogaciones que nos causa un Ejército demasiado numeroso para Colombia y la suspensión de ellas en la situación más propia para la guerra, y en momentos críticos para nuestros enemigos, trae consigo la pérdida de todas las ventajas que podrían resultarnos de nuestros constantes prolongados y dolorosos sacrificios”.

La cita precedente no tiene desperdicio; a partir de ese momento, la iniciativa siempre iba a estar presente del lado republicano. Bolívar fue sincero en señalar que el armisticio pudiera serle oneroso como jefe militar, pero reflexionó lo suficiente para entender que, como político y estadista, podía resultarle muy beneficioso. Es por ello que llegó a decir: “Sin embargo el Gobierno de Colombia, quiere manifestar a V. E. y a toda la Nación Española, que prefiere la paz a la guerra, aún a su propia costa; y propone en contestación entrar en comunicaciones con V. E. para transigir las dificultades que ocurran sobre el armisticio con que se le ha convidado, siempre que en calidad de indemnización se le den a Colombia las seguridades y garantía que ella exige como gaje de este empeño”.

La nota termina con la observación de que Bolívar, a fines del mes de octubre (1820), fijaría su Cuartel General en San Fernando de Apure, para hacer más fáciles y rápidas las comunicaciones entre los comisionados de ambas partes, y atender las misivas directas que podían escribirse entre los dos principales jefes. Bolívar, con una innegable posición de fuerza, iba esperar los movimientos realistas y decidir lo que más le conviniera a la causa republicana. Los dos objetivos que procuró fueron la búsqueda del reconocimiento de la independencia por parte de España y ganar tiempo para reorganizar el Ejército y ponerlo a punto para los futuros y decisivos combates que se avizoraban.

Morillo encontró, en el armisticio, una oportunidad de acabar la guerra y de retirarse a España bajo el lustre de sus antiguas victorias. Puso todo el empeño personal en conducir él mismo las negociaciones, para allanar el camino hasta su concreción.

El camino hacia el armisticio no fue fácil y, muchas veces, todo estuvo a punto de perderse por la rigidez en las posiciones de uno y otro adversario, lo cual es hasta comprensible y natural, dado el encono en que se estuvo peleando desde aproximadamente diez años. Podemos esquematizar el camino al armisticio en tres etapas, que comprenden todo el año de 1820: 1) Enero-mayo: operaciones militares de baja intensidad, tanto en la Nueva Granada como en Venezuela. 2) Junio-octubre: se mantienen algunas operaciones militares y pequeñas escaramuzas, junto con el proceso de negociaciones abierto por iniciativa realista. 3) Noviembre: firma del armisticio el 25 de noviembre de 1820 y de Tratado de Regularización de la Guerra el 26 de noviembre de 1820.

Para llegar al armisticio, cada parte nombró a sus comisionados y negociadores. Durante varios meses, muchos de ellos fueron alternados por los respectivos jefes, pero quienes finalmente concluirían el acuerdo fueron de parte realista: Juan Rodríguez del Toro (alcalde primero de Caracas); brigadier Ramón Correa, jefe superior político de Venezuela, y Francisco González de Linares, mientras que, por los republicanos, fueron el general Antonio José de Sucre, el coronel Pedro Briceño Méndez y el teniente coronel José Gabriel Pérez.

Conocemos, con lujo de detalles, todas las incidencias que se llevaron a cabo durante el período de las negociaciones de acuerdo con las autoridades realistas. José Domingo Díaz, secretario de la Junta de Conciliación mandada a constituirse por Morillo, tuvo el cuidado de preparar un largo y minucioso informe de todas las actuaciones llevadas a cabo por sus miembros. Lo primero que valdría la pena notar es que el antiliberal Díaz les hace concesiones a los liberales en Madrid en la creencia de que la paz y la reconciliación era una salida honorable al conflicto. Los realistas de Costa Firme no tuvieron más remedio que actuar pragmáticamente y hacer descansar todas sus esperanzas de supervivencia en el acuerdo con los insurgentes. Si no se los podía vencer con las armas, había que disuadirlos a dejarlas a través de la negociación bajo la ingenua creencia de una comunión de intereses bajo el ideario liberal común.

Cuando, en 1814, Fernando VII volvió al trono e impuso nuevamente el absolutismo, algunos de sus ministros le sugirieron que bastaba con decirles a los americanos que la ausencia del padre común había sido la causa de las disensiones para que estos depusieran las armas. En 1820, los liberales españoles, con un conocimiento inexacto de los sucesos americanos, volvieron a cometer un error parecido. Los liberales creyeron que acordar la paz significaba mantener incólume la integridad del Imperio americano y que, para ello, bastaba con otorgar algunas reivindicaciones jurídicas a los alzados haciéndoles jurar la Constitución española, mientras que, para Bolívar, era fundamental, antes de llegar a cualquier acuerdo, que España reconociera la independencia de Colombia.

Cuando todo parecía sin esperanzas y una nueva campaña militar iba a iniciarse debido a los movimientos de tropas llevados a cabo por Bolívar y Morillo en la zona de los Andes venezolanos y que permitió la ocupación de Bailadores, Mérida, Trujillo y Carache por parte de fuerzas republicanas, Bolívar inesperadamente, el 26 de octubre, propuso pactar el armisticio bajo las siguientes consideraciones: a) armisticio general por cuatro o seis meses en todos los departamentos de Colombia; b) el Ejército republicano mantendrá las posiciones que actualmente ocupa; c) la división de la Costa tomará las ciudades de Santa Marta, Río Hacha y Maracaibo sobre las cuales ya está en marcha e iniciando operaciones; d) la división de Apure formalizará la ocupación de la provincia de Barinas, ya abandonada por los españoles; e) la división de oriente ocupará el territorio que, en los actuales momentos, mantiene liberado; f ) la división del sur en la Nueva Granada y en marcha hacia Quito mantendrá esos territorios libres a favor de la república. Se hace la salvedad de que el armisticio anula la operatividad de todos los ejércitos republicanos y de que los gastos de su mantenimiento son demasiados altos en un momento en el que el triunfo era más que eminente.

Morillo mismo se puso al frente de las negociaciones, tratando de no dejar escapar la oportunidad de concertar la paz. Pero lo que le propuso Bolívar era algo inaceptable. Transarse sobre esas condiciones suponía sancionar el cerco militar que las fuerzas de Bolívar habían montado sobre el dispositivo realista cada vez más empequeñecido en los alrededores del centro del país.

Las diferencias entre las dos partes pudieron finalmente resolverse por las diligencias de los comisionados, que representaron todo el tiempo a Morillo y Bolívar. El 25 de noviembre se pudo firmar el acuerdo del armisticio, zanjándose las diferencias anteriormente expuestas. El armisticio debería tener una duración de seis meses y las partes se comprometieron a respetar los territorios que, en ese momento, cada uno ocupaba tanto e Venezuela como en la Nueva Granada. En el artículo 2, se dice que el convenio de paz podía ser prorrogado luego de su vencimiento todas las veces que este fuera necesario y de mutuo acuerdo. En esto, como ya más adelante veremos, La Torre y otros oficiales basaron sus esperanzas en mantener la presencia española en la Costa Firme.

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