Rossana Hernández y el rigor del teatro
Cuando la directora teatral Rossana Hernández está en pleno montaje de sus obras, se vuelve aún más exigente. Es minuciosa, se empeña en resolver detalles quizá imperceptibles a los ojos de un espectador. Y se estresa tanto que su cuerpo termina resintiéndolo: comienza a dolerle el cuello y entonces se pone un collarín. Fue lo que le ocurrió un día de junio de 2019, a días del estreno de “La ira de Narciso”.
La pieza, del franco-uruguayo Sergio Blanco, estaba siendo para ella un reto: debía encontrar la manera de que el discurso escénico y audiovisual, así como la música y la iluminación, se acoplaran y crearan la atmósfera para que la historia no solo fuera coherente, sino sutil.
Y funcionó. En los siete fines de semana que estuvo en cartelera (del 28 de junio al 11 de agosto), el Espacio Plural del Trasnocho Cultural se llenó de personas ávidas de disfrutar la propuesta que Hernández presentaba con su agrupación Deus Ex Machina, en la que también trabaja su esposo, Elvis Chaveinte, y Gabriel Agüero, protagonista de la obra. La temporada fue tan exitosa que tuvieron que extender las funciones un fin de semana más. Mucho antes, apenas se estrenó, la directora se relajó: ya no necesitaba el collarín.
—La ira de Narciso es una obra de autoficción ¿Qué es lo que más le cautiva de este género teatral y cuál es su apreciación sobre la forma en que aborda la realidad?
—Me ocurre con las obras de Sergio Blanco que parecieran dejarme muchísima libertad para crear. Entonces me invita a jugar. Me parece muy emocionante ver cómo este tipo de historias (en las que en todo momento te están diciendo: “Esto, quizá, no sea verdad”, “esto se está construyendo en este preciso instante ante tus ojos”) llega al público de una manera contundente. Se da un diálogo directo entre el espectador y el espectáculo que invita al público a participar en todo momento, haciéndose preguntas a lo largo de la representación y construyendo su propia historia, como si se tratara de un rompecabezas. Eso me resulta fascinante.
—La crítica del público al montaje fue generosa ¿También fue así la de Sergio Blanco?
—Sergio es un dramaturgo que está muy pendiente de los procesos de construcción de sus obras. Recibimos apoyo de su parte y eso me conmueve mucho. Es un apoyo que pareciera venir cargado de mucha fe en el trabajo que hacemos. Él es muy generoso y les otorga mucha libertad al director y al actor. También nos ha manifestado su alegría por lo que ha podido escuchar y recibir de la puesta que hicimos acá en Caracas. En las redes sociales la gente le escribe sobre nuestro trabajo y él se muestra muy agradecido. Para nosotros es una razón de muchísimo orgullo.
— En 2018 llevó a las tablas Tebas Land, también de Sergio Blanco ¿Cómo conoció su obra?
—Me gusta estar enterada del acontecer teatral mundial. Cuando leí el texto de Sergio caí completamente rendida: me resultó impresionante y monumental su trabajo con la palabra, y sobre todo cómo trabaja los conflictos del hombre contemporáneo. Me parece una dramaturgia genial. Mi primer acercamiento fue justamente con Tebas Land, que no solamente me cautivó por estas razones, sino también porque tocó en mí algo muy profundo y comenzó a resonar mi gran asunto con respecto a la relación edípica: la declinación del padre, no solo como individuo sino también como ciudadana.
—A propósito de Tebas Land, actualmente la obra tiene cuatro nominaciones a los premios de la Asociación Venezolana de la Crítica Teatral (Avencrit), incluyendo la categoría de Mejor Dirección.
—Nunca iniciamos un proyecto pensando en el resultado en sí, sino movidos por cómo ese texto resuena en nosotros. Nunca estoy pensando en el producto más allá de dar a ese montaje todo lo que puedo. Por consecuencia, el recibimiento del público siempre nos toma por sorpresa, al igual que los reconocimientos. Son, por supuesto, un aliciente, una palmada, un estímulo para seguir trabajando. Es hermoso saber que eso que se hizo con tanto esfuerzo y esmero, un grupo de gente lo consideró y lo tomó en cuenta. Y entendemos que los premios son subjetivos. Los recibimos al igual que las críticas: escuchamos, procesamos, aprendemos, pero también tenemos cuidado en que los comentarios no determinen el trabajo. Tendemos mucho a no creernos todo, porque es muy fácil que fantasmas se suban a la cabeza y empañen un poco la visión.
—¿Deus Ex Machina seguirá montando obras de Sergio Blanco?
—Por supuesto. Quizá no para este año, porque se requiere de mucho esfuerzo y apoyo económico para poder llevar a escena este tipo de proyectos. Pero no desistimos, estamos trabajando en ello. Queremos hacer Sergio Blanco por muchos años. Lo próximo que mostraremos será “El bramido de Düsseldorf”, probablemente para 2020. Además que nos encantaría, de ser así, poder mostrar esa trilogía en una temporada que podamos dedicar a la dramaturgia de este autor: “Tebas Land”, “La ira de Narciso” y “El bramido de Düsseldorf”. Ese es otro de los planes que tenemos.
—Si existe el teatro de autoficción, ¿podría haber teatro de no ficción?
—El teatro ya implica la ficción. Eso que planteas sería, para mí, otro tipo de trabajo. Una vez que alguien paga una entrada, sabe que va a ir a ver una representación de algo que no es verdad, a pesar de que en algún proyecto se trabaje con no actores o se toquen aspectos de la vida de alguien. Por ejemplo, esas representaciones que se hacen en las casas de familias y en las que se muestra su dinámica; pero ya al estar frente a unos espectadores, colocas a esa gente en una dimensión completamente distinta. Cuando se habla de teatro, hay elementos que separan lo que se está viendo de la realidad, y eso es lo que hace fascinante este arte. La magia del teatro está precisamente en eso.
—¿Se animaría a escribir una obra de autoficción?
—Sí, me encantaría, aunque no sé si lo logre y no sé si tenga las herramientas, pero definitivamente es el género que me gustaría en algún momento probar, si me atrevo.
—Además de tener una licenciatura en Teatro, es abogada. ¿Qué papel juega el Derecho en su vida?
—Fue una carrera que estudié muy joven. Evidentemente me dejó conocimiento de las leyes, de la convivencia ciudadana y de aspectos elementales de la vida del hombre. Dado que en el teatro también hay un tema de convivencia con el otro, por ser un arte colectivo, puedo decir que el Derecho siempre está presente en mi vida. Además que es una carrera que te estimula el amor por el estudio, por el conocimiento, te exige muchísimo. Ahora bien, el ejercicio del Derecho lo dejé hace ya una década.
—¿Cómo es la experiencia de dirigir a dos hombres a los que, según ha dicho, admira tanto: Gabriel Agüero y Elvis Chaveinte?
—Es muy enriquecedor, sin embargo, no existe diferencia en mi posición de directora con ellos, en comparación con otros actores. El proceso es el mismo. Quizá puede haber diferencia en el hecho de que nos conocemos, formamos un mismo grupo y tenemos una visión muy parecida del trabajo y del oficio. Ahí hay un terreno ganado.
—Elvis y usted son esposos. ¿Hasta qué punto el teatro es un punto de encuentro en la relación?
—El teatro es un punto de encuentro para todo el mundo, pero con respecto a la relación, evidentemente cuando existe algo que nos interesa a ambos, siempre va a ser positivo. Hemos sido muy cuidadosos de que la relación de pareja no se imponga a la laboral y viceversa.
—Si tuviera que elegir entre dirigir y actuar, ¿con cuál rol se quedaría?
—Lo tengo bastante claro: decidiría actuar. Es lo que más me gusta hacer. Cuando diriges, creas la magia; pero cuando actúas, vives la magia. Dirigir es bastante agotador. Me divierto mucho, lo disfruto, pero es un trabajo intenso, complejo, profundo, agotador y muy solitario. Actuar es mucho más divertido para mí. Además fue el área en el que en realidad me formé. Me siento actriz, y puedo decirlo sin complejos. No me pasa lo mismo como directora: todavía no lo creo, no me siento directora, pienso que aún estoy encontrando un camino, pero llamarme “directora” es un atrevimiento.
—¿Hay un personaje que jamás interpretaría o una obra que no montaría?
—Tendría que estar frente a ese reto, leerlo y decidir, pero últimamente he dicho que no a aquello que no me interesa, sea personaje u obra. Hay historias que, incluso siendo buenas, no me interesan porque no resuenan en mí. Yo solo quiero hacer aquello que me mueva y de lo que necesito hablar. De hecho, he tenido que decir “no” muchas veces porque estoy aprendiendo que la única manera en que puedo dirigir algo es que la obra me interese y me remueva. Es la forma en que encuentro un camino para llevarla a escena. Si no es así, no sé cómo montarla, es como si me encontrara de brazos cruzados. Así que lo veo como una responsabilidad de mi parte, y prefiero decir que no, aunque creo que con esto me he ganado un poco el desagrado de algunas personas, que pueden pensar que lo hago porque no me guste.
—El trabajo creativo a veces implica también un tiempo de reposo. Luego de tantas funciones de “La ira de Narciso”, ¿qué piensa hacer?
—Cuando estrené la obra me tomé unos días. He seguido trabajando pero he bajado el ritmo. Apenas terminamos la temporada empezamos a armar nuestro nuevo proyecto. La vedad es que como amo tanto el teatro, el trabajo no me resulta un peso. Más bien es un lugar de disfrute para mí.
—¿Cuál es su diagnóstico del teatro venezolano actual?
—Creo que el teatro, como la sociedad venezolana en general, está atravesando por momentos muy difíciles. Por un lado, nos hemos visto afectados por la gran cantidad de actores que han tenido que emigrar, en búsqueda de nuevos destinos en los que puedan desarrollarse. Luego, está la falta de recursos: los grupos no tienen subvenciones ni apoyos de ningún tipo. Nosotros en Deux Es Machina hemos sido muy afortunados en algunos de nuestros trabajos, gracias a la ayuda de embajadas y del trabajo de muchas personas, pero en general hacemos los montajes con nuestros propios recursos. Y como nosotros, la mayoría de los grupos.
Hemos perdido espacios: salas para presentarnos, para ensayar. Estamos hablando de una ciudad que hace años tenía veinte, hasta treinta salas activas. Ahora son muy pocas: muchos lugares cerrados, otros dedicados a actividades políticas. Por otro lado, hay falta de formación para actores, directores y dramaturgos. Son pocos los lugares de estudio, y no todos son buenos. Hay mucha falta de rigor: se asumen los trabajos como si se tratara de cualquier cosa, y eso se ve en la calidad de los resultados.
Sin embargo, hay mucha gente que, a pesar de las circunstancias, está trabajando, haciendo cosas, jóvenes con muchísimo interés por aprender. Hay quienes siguen en sus grupos, en proyectos interesantes. La misma crisis ha hecho que, con lo poco que tenemos, podamos sacar adelante las cosas. Eso también está ocurriendo y no puedo dejar de mencionarlo. Es el momento que estamos viviendo todos: una crisis que afecta muchísimo, pero que en otros ámbitos se ha convertido en la razón de una actividad fecunda. La misma crisis ha hecho que volvamos a lo esencial, a lo que nos importa de verdad.
—¿Qué sería de su vida si no se dedicara al teatro?
—Realmente no quisiera imaginar mi vida sin el teatro. No la puedo imaginar. Si en mi vida no estuviera el teatro, supongo que sería bailarina de ballet clásico, ¡pero no fue así! En realidad mi vida es el teatro. La respuesta es sencilla: no lo puedo imaginar.