Ezequiel Zamora y su concepción cuudillesca de la Federación
El ideal federal ha sido siempre una aspiración de los venezolanos desde el momento mismo de la Independencia. Concepto mágico, comodín político, ilusión de masas, la palabra Federación ha sido inspiradora de Constituciones – tanto en el Siglo XIX como en el XX – en tiempos de paz y de cruentas batallas en los de guerra. Guillermo Morón, resume este anhelo nacional en lo que al Siglo XIX respecta:
“Las ideas federales se pusieron de relieve desde que los repúblicos de 1811 estructuraron el primer Estado venezolano. El término Confederación y la voz Provincia tuvieron sentido político en aquella dirección. De Federación se habló al establecerse la República de 1830 y las revoluciones de algunos caudillos, como la de los Monagas, tuvieron en el programa una reforma federal. Cuando los liberales se agrupan en sociedades para adquirir la fisonomía de un partido político, acogen como una de las consignas de democratización constitucional el establecimiento de una Federación. El federalismo podría resolver, según sus sostenedores, toda dificultad política y económica. Julián Viso en El Foro, Blas Bruzual en El Federalista y Mauricio Berrizbeitia se encargan de hacer una propaganda organizada de la doctrina federal. Para luchar contra la tiranía de los Monagas, y luego para enfrentarse a los conservadores, que dominaron la situación después que de la Revolución de Marzo puso el gobierno en manos de Julián castro, se agitó la bandera de la federación”. (Morón, 1971, Tomo V, 270).
El historiador Tomás Straka, en lúcido trabajo – La Guerra Federal – redactado para la Fundación Venezuela Positiva, plantea sin cortapisas la cruenta realidad venezolana – La Guerra Federal, la Guerra de Cinco Años, la Guerra Larga, la Revolución federal, en fin, la Guerra Civil – que abrigó las andanzas militares y las proclamas revolucionarias de Ezequiel Zamora, aquel que pregonaba sin ambages: “Tierras y hombres libres. ¡Horror a la oligarquía!:
“Entre 1859 y 1863 Venezuela vivió su guerra civil más larga y cruenta. No se trata de cualquier cosa en una república que en los setenta y tres años que van de la secesión de Colombia hasta la batalla de Ciudad Bolívar (de 1830 a 1903), es decir, en la etapa en la que nace y se consolidan la nacionalidad y el Estado venezolanos, sumó un centenar de guerras mayores o menores, además otros tipos de sobresaltos, como el bandolerismo, franco o social, las cimarroneras (hasta 1854), las insurrecciones indígenas en las fronteras, bloqueos por potencias imperialistas e incluso uno que otro cuartelazo (…) De todos ellos, la Guerra Federal descuella por su duración, por su violencia, por sus características y por sus consecuencias. Fue un lustro en el que los combates se esparcieron por todos los rincones del territorio nacional, con unas secuencia e intensidad como no se habían visto desde la Emancipación (y ni siquiera desde todas sus etapas, sino desde 1814, el Año Terrible de la Guerra a Muerte y la insurrección de José Tomás Boves); en el que se segaron un número indeterminado de vidas – que según difieren los cálculos, van de cuarenta a cien mil almas, en cualquiera de los casos una tragedia, ya que la población total frisaba el millón de habitantes – , se destruyeron las plantaciones, se incendiaron ciudades enteras, se revivió el holocausto de la “guerra de colores”, es decir, racial; cundió la anarquía y el bandidaje, se pensó seriamente en suprimir a la república, como quien cierra una negocio fracasado, reintegrándola a Colombia, o implorando la protección del Imperio Británico, o impulsando la separación de algunas de sus provincias. Se asistió al ocaso de algunos dioses, los de la Emancipación, que salen de la escena política como cierre de una largísima vida pública y biológica; y surge otra generación, ésta básicamente de caudillos, pero en la que pronto tramonta el nombre que dominará la vida venezolana, de forma directa o indirecta, hasta el fin de siglo: Antonio Guzmán Blanco (1829-1899).”
La Guerra, la Revolución Federal ha sido objeto de múltiples análisis y disímiles interpretaciones acerca de su naturaleza intrínseca y sus resultados concretos. El historiador Germán Carrera Damas, realiza un sucinto cotejo de las interpretaciones contrapuestas que historiadores y estudiosos han realizado sobre el asunto. Sintetiza el ensayista (Carrera Damas, 1988, 13 y siguientes).
- La Guerra Federal como una reacción meramente política, carente de proyección ideológica: tesis sustentada por Juan Carlos León en folleto de 1999 titulado Mis Ideas: “La Revolución federal fue debida a las persecuciones que ejercieron los hombres de poder, contra los que aspiraban a un régimen más liberal, y de mayor orden y regularidad, pero no el deseo de implantar en Venezuela el sistema federal, lo que ha sido verdad el mayor absurdo que ha podido concebir el cerebro humano”.
- La Guerra Federal como expresión de un determinismo histórico con rasgos de catástrofe nacional: José Santiago Rodríguez, por su parte, sustenta que la guerra era inevitable e incontenible: “El decenio que había durado la dominación de éstos (los Monagas) había sido propiamente (…) un doloroso período de pasiones y luchas, como si en obedecimiento a la voz misteriosa de un destino aciago, se hubiesen ido acumulando las fuerzas y hacinándose los combustibles para una gran hecatombe (…) el cataclismo que sobrevino más tarde no podía ser otra cosa sino la obra inevitable de un determinismo histórico”: Carrera Damas señala que Rodríguez también reconocía el carácter popular de esta conflagración fraticida: “el llano está corriendo un azar, y próximo a incendiarse (…) porque la cuestión de los liberales ya es materia de conversación en todos los hatos y en todos los caseríos. Mucha gente se alistará en esta bandera, y con cualquier sesgo que se le dé a la cuestión eleccionaria, reventará el volcán”.
- La Guerra Federal como el acto supremo de un proceso de creciente y aguda descomposición política: Este es el postulado sustentado por Arturo Uslar Pietri, quien asevera: “más que un movimiento doctrinario, más que la pugna de fuertes personalidades, fue aquel drama el desenlace, en forma de lucha armada, de un vasto proceso de descomposición: Había dejado de existir el organismo social y las partes que lo habían formado o que podían haberlo llegado a formar, se habían desintegrado y dispersado en un proceso patológico que hacía crisis”.
- La Guerra Federal como guerra social: Tanto los conservadores como los liberales de la época, subrayan el carácter social más que el político de la gesta federal. El analista Carlos Irazábal, en enjundioso análisis subraya este aspecto social intrínseco a la Revolución Federal: “Pero a pesar de todo la Federación tuvo sus aspectos positivos. El conservatismo quedó herido de muerte. Este hecho tiene su importancia histórica porque la preeminencia de la oligarquía conservadora implicaba lógicamente que fuese la suya la ideología dominante y, como es sabido, estaba saturada de prejuicios aristocráticos, étnicos que impedían la democratización de las relaciones entre los hombres. La Federación, al violentar esos prejuicios, democratizó las relaciones familiares, las añejas costumbres, los exclusivismos nobiliarios heredados de la Colonia (…) También explica en parte la revolución federal la inexistencia en Venezuela de oligarquías autocráticas (…) Pero hay más. De la Federación es corolario el espíritu que ha informado la legislación venezolana post – federal”.
El propio Carrera Damas, al reconocer la valía de estos y otros enfoques divergentes sobre la Guerra Federal – “por cuanto con mucho o poco esfuerzo sería posible hallar en cada una de ellas algún contenido de verdad” – adelanta su propia interpretación acerca la naturaleza de la misma:
“Si algo parece estar razonablemente establecido es el hecho de que la Guerra Federal se inscribe en un proceso que se desenvuelve, sin solución de continuidad, desde la constitución de la república independiente, en 1811. Es decir, fue una fase especialmente violenta y prolongada de enfrentamientos sociales que habían perdurado, revistiendo diversas formas de expresión y alcanzando diverso grado de intensidad ¿Dónde radica, entonces, su singularidad? Fundamentalmente en dos circunstancias: se produjo en un momento cuando aparecían haberse agotado los recursos del sistema político que venía funcionado desde 1830, y esto ocurrió en conjunción con un grave y al parecer insuperable entrabamiento de la incipiente marcha hacia la modernización de la vida económica, mediante la liberalización de la misma, como requisito para su feliz articulación con el sistema capitalista en expansión, de la cual se esperaba el impulso requerido para salir del estancamiento en que se encontraban trabajos por restablecer y consolidar la estructura de poder interna, dándose con ello nuevo impulso a un proyecto nacional todavía incipiente en su formulación (…) En esta perspectiva puede afirmarse que la Guerra Federal fue el instrumento por el cual la naciente burguesía quebró definitivamente el poder de los grandes propietarios terratenientes y de los “emigrados” restituidos en el goce de sus propiedades, reliquias todas de las casta mantuana colonial, aliados ahora con el despotismo militar de los caudillos de las guerras de independencia, cooptados a través de la propiedad territorial: Aunque después esa burguesía llegó a una especie de entendimiento con su adversario, el objetivo se logró y fue institucionalizado en la Constitución de 1864”. (Carrera Damas, 1988, 17).
Brewer Carías, a su vez, señala el carácter dual de la Guerra Federal, su doble esencia: la de reafirmación del poder de los caudillos locales y la de segunda revolución social, luego del Guerra de Independencia.
“Esta Guerra Federal, como guerra civil, evidentemente que produjo profundas consecuencias en nuestra historia política – social que deben destacarse: por una parte, desde el punto de vista político, condujo el triunfo del regionalismo y caudillismo locales frente al poder central, siendo la federación, la forma política reordenadora del poder de los caudillos y de la desintegración político – feudal de la República. Por otra parte, y desde el punto de vista social, a pesar de sus promotores, la Guerra Federal desencadenó en el país una segunda revolución social. Continuación de la que se había producido en las guerras de independencia, pero todavía más anárquica que aquella, pues provocó la desaparición física de la oligarquía, es decir, de las clases privilegiadas y los blancos, a manos de los resentimientos populares, conduciendo a una igualación social, afianzada posteriormente en el mestizaje”. (Brewer, 2009, Tomo I, 370 y 371).
Brito Figueroa, por su parte, explica el porqué de la Guerra Federal desde el basamento marxista de la lucha de clases:
“En la Guerra Federal, en el campo de los que combaten con las armas en la mano contra el orden político dominante, se observan dos vertientes fundamentales: una representativa de las clases y sectores de las clases simplemente lesionados por el orden oligárquico, y otra formada por las clases sociales realmente explotadas por la estructura económico – social, fundamento de ese orden político”. (Brito, 1981, 495).
Y, finalmente Straka en el trabajo ya citado, refiriéndose al “verdadero carácter del conflicto”, expresa:
“Evidentemente se trató de más, de bastante más que un simple enfrentamiento entre banderías – las liberales y las conservadoras – impulsadas por el simple deseo de tomar el poder. También representó algo más que el anhelo – que no debe despreciarse como han hecho muchos – de Federación en cuanto propuesta concreta. Sin embargo, hay también una dificultad, una incomodidad muy extendida para definirla, según la presentaron una y otra vez sus promotores, como una revolución en todo el sentido de la palabra. Nadie niega el carácter social que tuvo, pero de allí a firmar que efectivamente fue un proceso revolucionario, que no se trató de otra de las tantas “revoluciones” – por ejemplo, la Legalista, la de Queipa, la Libertadora et alia – que sólo echaron mano del rótulo para darle legitimidad a rebeliones del caudillaje”.