El ponerse estúpido como respuesta política
Curioso por conocer las reacciones del oficialismo ante la portentosa votación registrada en las primarias del domingo, sintonicé esa misma noche a VTV, una vez anunciados los resultados. Apareció el inefable Mario Silva acompañado de un joven quien, por su traje negro y pelo engominado, tomé por dueño de una funeraria. Entre sonrisitas nerviosas, buscaban la forma de negar el significado político de lo ocurrido. De pronto el fúnebre asomó que no podían haber votado 3 millones de venezolanos porque, dado el número de mesas, cada votante hubiera tenido que ejercer su derecho al voto ¡en tan sólo minuto y 20 segundos! ¡Fraude!, empezaron a señalar, sin parar en mientes que:
1) Las cifras las había procesado el CNE, ente bajo control del oficialismo;
2) Los cómputos eran de las máquinas electorales que tanto han defendido en ocasiones anteriores;
3) El acto de votación tomó, si acaso, 15 segundos por votante (sólo tres selecciones entre un número reducido de opciones, muy fácil de realizar); y
4) Los geniales cálculos ofrecidos también invalidaban la posibilidad de que Chávez hubiese sacado 6 millones de votos en las presidenciales de 2006.
Diosdado Cabello, con su proverbial cinismo, acogió la tesis de fraude el día siguiente, pero trastocando el minuto 20 segundos por votante calculados antes, ¡en 1,15 segundos! ¡Qué importan las cifras cuando se trata de negar la realidad! ¿Acaso el demencial grito de fraude de Chávez, desesperado por la afluencia masiva en la firma para el referendo revocatorio en 2003, no permitió preparar las marramucias que dieron al traste con la victoria opositora el año siguiente? Pero los tiempos no son los mismos, Diosdado….
Tal comentario no es de sorprender, proviniendo de tan aventajado discípulo de Joseph Goebbels. Llama la atención, empero, encontrar a chavistas recalcitrantes repitiendo la patraña del “fraude”, sin el más mínimo esfuerzo por activar las sinapsis del raciocinio. Se pone en evidencia que los fanáticos no padecen del sentido del ridículo para ponerse estúpidos y negar realidades que contrarían las cuatro consignas aprendidas. La estulticia pasa a ser un refugio a prueba de toda contrastación con la vida. Disparates como la máquina inoculadora de cáncer en los presidentes latinoamericanos, supuestamente inventada por el imperio, son formulados con cara de palo y sin rubor alguno, todo sea en función de conservar el poder. En fin, no se está apelando a las neuronas de los seguidores sino a su tripa. Porque la estrategia del Gobierno apostó desde el comienzo al apego pasional, emotivo, antes que la persuasión racional, a la confrontación maniquea en desconocimiento del otro, que a la sana competencia política. Para Chávez y los suyos, el lema “la verdad es siempre revolucionaria” ha sido invertida para señalar que “lo revolucionario –lo que opinan ellos- es siempre verdad”. Apuestan a una ciega e incondicional lealtad. Y no hay nada que la insufle más que el fanatismo, y no hay nada que aviva más al fanatismo que las prédicas de odio del gran líder. Ya lo dijo Diosdado, “Ya el candidato de la antipatria tiene cara”.
Con el apoyo de un 15% de población fanatizada no se ganan elecciones. Pero sí puede crearse zozobra y sabotear el acceso al poder de una nueva mayoría. Intentos por apoderarse de los cuadernos de votación con dictámenes traicioneros y violatorios del TSJ o con asaltos violentos como los del gobernador de Aragua, son una muestra de las trampas y atropellos que los neofascistas están dispuestos a hacer ante el pavor que les causa la pérdida de sus privilegios. Por eso debemos aprovechar el envión del domingo para arribar al 7 de octubre con una fuerza que no deje duda sobre dónde reside el poder de la mayoría. ¡El pueblo ha dado muestras de estar a la altura de los desafíos cuando se trata de defender su libertad y su futuro!