Un pueblo de esclavos
Detrás de la parafernalia de «palabras largas» como libertad, liberación, soberanía, independencia, justicia, democracia protagónica, y tantas otras, lo que había era la intención de someter a la nación venezolana al dominio de una hegemonía despótica y depredadora, representada por el predecesor y el sucesor, y monitoreada, día a día, desde La Habana. Una afirmación semejante habría suscitado escándalo hace 20 años, polémicas diversas hace 10, pero ahora la realidad se ha desvelado en toda su crudeza, y ya casi no hay campo para seguir con la farsa de una revolución justiciera y democrática.
Hay que tener muy mala fe, muchos intereses oscuros o una cabeza de chorlito para seguir creyendo en todos esos cuentos de caminos, innumerables, que lograron embotar la mente de una buena parte de los venezolanos durante largos años. Porque hay que decirlo aunque duela: fueron millones los habitantes de esta tierra que se alborozaban con la demagogia del predecesor y que aplaudían la sensación de bienestar que la catarata de petrodólares contribuyó a crear. Y entre esos millones, destacan muchos que fueron al festín con la conciencia de que estaban obrando mal, pero con la satisfacción de pasar facturas resentidas o quizás obtener beneficios inmerecidos o tan injustos como onerosos.
No me cansaré de repetirlo, pero fue un comunista honrado y un escritor prolífico, Domingo Alberto Rangel B., quien se caracterizo por ser de los primeros en denunciar que la pretensión del poder en manos del predecesor era convertir a Venezuela en un país de esclavos. Y no lo denunció una vez, sino que se dedicó a ello desde sus variadas columnas de prensa, y a pesar de que la edad ya le quebrantaba la salud, pero no el ánimo. Obviamente, no fue escuchado, como tampoco lo fueron los que compartían ese criterio, si bien desde posiciones políticas e ideológicas muy diferentes. Pero en lo esencial, el viejo Domingo Alberto Rangel tenía razón. Y hoy ya no se puede tapar ese sol con ningún dedo.
¿Tuvo éxito en la hegemonía roja en esclavizar a Venezuela? Negarlo rotundamente sería una contradicción con el hecho de que lleva más de dos décadas de mandonería. Pero ello no significa, no puede significar, que ya sea una realidad irreversible. Muchos elementos permiten considerarlo así. La crisis de Venezuela bajo la hegemonía es definitiva, no tiene vuelta atrás, y sólo podría comenzar a ser superada, cuando la hegemonía y su jefatura estén fuera del poder. El paso para realizar esa aspiración, desde luego, es complejo, pero el rechazo abrumador de nuestra población a la catástrofe humanitaria que la asola, y a sus causantes o los núcleos del poder hegemónico, tiene que producir consecuencias en términos de cambios políticos. Más temprano que tarde será así. Y de hecho, ya se manifiestan expresiones de ese cambio, sobre todo en el apoyo internacional a la causa democrática de Venezuela.
Pero no nos confundamos. El objetivo de transmutar al país en un país de esclavos sigue estando plenamente vigente para la hegemonía. Y el desprecio absoluto por los derechos humanos, incluyendo la represión pública, notoria y comunicacional, van en ese sentido. Y es que no hay medias tintas. O la esclavitud o la liberación. No puede haber estadios intermedios entre el horror de la esclavitud y la esperanza de la liberación. La hegemonía ha querido y quiere que Venezuela sea un país de esclavos, y fue habilidosa en imponer sus propósitos en múltiples sectores de la vida nacional. Eso nunca fue aceptable, pero ahora debe ser fundamento más que justificado para la rebelión constitucional que libere a nuestra patria.