Nunca creí que anhelaría el Chávez de ayer
Pareciera que a ninguno en las filas chavistas les importara un pito la salud del Presidente o para ponerlo más crudamente, que les interesara que se agotara; o una tercera opción, que nadie se atreviera a confirmar, con una recomendación, al iracundo comandante ciudadano presidente compañero y camarada que está realmente enfermo.
En esta última exposición mediática tras la llegada de su socio el Presidente de Irán, Chávez mostraba un visible cansancio, le costaba respirar, no tuvo de donde sacar esa intensidad que hacía levantarse a sus seguidores de sus sillas y enseñar provocadoramente el puño. Lento, fastidioso, reiterativo, fuera de realidad, el mismo “hermano” lucía fastidiado, y la traducción simultánea del tipo que no lograba mantener la “intención” del que traducía, todo contribuyó. Competía, además, con los juegos de un Navegantes que aprovechaba la dispersión de la mente que en su discurso eterno contra el imperio al que insiste va a detener con su invitado que ahora es el “rey del maíz” en Venezuela, no convocaba la mala suerte que les lastima implacable.
A pesar de su insistente afirmación “que está curado”, que ya el cáncer está vencido, por el cual no ha agradecido a José Gregorio Hernández al que invocó exigiéndole el milagro, si lo que tuvo es la cuarta parte de lo que publicitaba tener, este hombre debería cuidarse un poquito porque ahora lo que parece no es que está curado sino que no se quiere curar. Y a Venezuela, le interesa que se cure. A los venezolanos, pues, también. Porque ese tinte novelesco, de víctima heroica, se desvanece con el tiempo. Y entonces las dudas acometen otra vez el alma del país.
Si este sentimiento de pesar, hasta de miedo, de inseguridad que surge natural ante un drama como es el que un hombre dueño de todo el poder, a los 57 años, que regala de todo y ofrece más, la vida le señale de repente que todo eso llega a su fin, es un drama para el hombre pero también para el pueblo que gobierna que tiene por delante un destino por cumplir para los suyos, con todo el derecho de su independencia y voluntad. Su vida, sus emociones, sus sueños, sus responsabilidades, son suyas. Cada ser humano lucha contra sus dolores, sus decepciones, sus traiciones, con sus propias armas.
Y no vemos a la esposa de Forero o de Henri Vivas forzando la emoción popular para que se les compadezca, todo lo contrario. Esta utilización de su condición en la imagen hinchada, deplorable y lastimosa de Hugo Chávez es una imposición, una orden subliminal acatada en silencio que presiona, detiene. A juro, porque él lo quiere así, porque lo necesita para satisfacer necesidades síquicas, hay que calárselo. Si yo estoy mal, ustedes no se van a salvar de sufrir también. Porque uno sufre, uno lo quiere fuerte, lúcido, para que la lucha decisiva sea leal, abierta, trasparente. Nunca creí que anhelaría el Chávez de ayer. Pero si y que siga haciendo todo lo que ha hecho. Porque ese es el Chávez al que queremos sacar del poder para lograr la Venezuela que merecemos.
Lo que menos necesitamos es una jauría alrededor de una silla vacía. Cuídate, Chávez, por favor!