Economía

Enfermedad Holandesa

Buena parte de la discusión sobre la política económica se ha concentrado en la brusca expansión fiscal de este año, la viabilidad inter-temporal de la misma y su potencial eficacia. La eficacia de la expansión fiscal, evaluada en términos de crecimiento que está induce, parece estar por debajo del comportamiento histórico. Ello a pesar del efecto riqueza que producen los altos precios del petróleo sobre los activos naturales, que debería estimular la confianza.

Sin embargo, el boom petrolero y la tradicional política pro-cíclica que se está aplicando, ponen en entredicho otro aspecto de la política. Particularmente, la idea de impulsar la producción de otros sectores transables, como la agricultura y la industria manufacturera, y reducir la dependencia petrolera; supuestamente uno de los objetivos estratégicos del gobierno. En nuestra historia moderna, reducir la dependencia petrolera ha sido un Leivmotiv no cumplido.

Venezuela, y algunos países petroleros, son considerados como ejemplos clásicos de la llamada “Enfermedad Holandesa”. Esta se refiere al sesgo hacia la producción de no transables que sufre una economía por efecto de ingresos extraordinarios externos, por ejemplo, un aumento importante en ingresos petroleros causado por precios elevados del mismo en el mercado internacional. Se supone que el boom petrolero, básicamente por el efecto de aumento del gasto público (el efecto factorial puede ser limitado en el caso de los países petroleros, al menos en el corto y mediano plazo), conduce a aumento importante en la demanda y a la apreciación del tipo de cambio real, definido como el precio relativo de los no transables en términos de transables. Sí los precios de los transables están determinados en el mercado internacional, tenderá a regir para los mismos la ley de un solo precio, obviamente tomando en cuenta aspectos tales como los costos de transporte y otros factores, por ejemplo el tipo de cambio nominal. Con un tipo de cambio “anclado”, el impulso de demanda recae con más fuerza sobre la oferta doméstica de los no transables, que no tienen competencia internacional. Se produce un cambio de los precios relativos, que favorece a bienes y servicios no transables, sobre todo si por el lado de los costos, los aumentos salariales contribuyen a reducir la competitividad de los transables no petroleros. Por tanto se reduce la rentabilidad de la producción de este tipo de transable, como la manufactura y agricultura, y si el proceso perdura en el tiempo, puede llevar a la des-industrialización. Los esquemas teóricos para su análisis son antiguos: el modelo de “país dependiente”, que justamente establece la distinción entre transables y no transables, de los trabajos de Corden, Meade, Salter y Swan.

En la coyuntura del actual shock petrolero positivo, vuelven a tomar fuerza los argumentos que favorecen al proteccionismo o la sustitución de las importaciones. Se vuelve a oír el argumento de la “industria naciente”, todo en una atmósfera que recuerda el Cepalismo de los cincuenta y sesenta.

Pienso que el problema requiere ser abordado con seriedad. Aunque los esquemas iniciales de la Enfermedad Holandesa enfatizaban los aspectos reales, puede ser conveniente retomar estos análisis, actualizarlos y evaluar las políticas aplicadas. En Venezuela, la combinación de políticas fiscales excesivamente pro-cíclicas y de proteccionismo (o políticas orientadas a la sustitución de importaciones), que se ha aplicado en buena parte de las últimas tres décadas, no ha tenido resultados satisfactorios, repetirlas en un mundo más abierto puede conducir a resultados aún inferiores.

Aunque la Enfermedad Holandesa, al menos en su versión extrema, no es un destino ineluctable, la mejor defensa contra sus potenciales efectos negativos no está en una agresiva política proteccionista o en el soporte fiscal a los transables no petroleros. Básicamente se requiere reducir el incremento de gasto que se asocia al boom petrolero, el factor determinante en el aumento de precios relativos de los no transables. La actual política no parece orientada en esa dirección, sino a reeditar, mutatis mutandi, el esquema tradicional.

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